Cristina Fernández de Kirchner irá a prisión, aparentemente domiciliaria, en los próximos días. Un final anunciado luego de que la Corte Suprema de Justicia, integrada por Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, con un voto conjunto, decidiera desestimar el recurso de queja de la expresidenta ratificando la pena de seis años de prisión y la inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos. Ahora, solo queda una posibilidad a nivel internacional para revisar el tema, pero eso no cambiará demasiado el panorama. A Cristina no la podemos votar más. El poder judicial, en consonancia con las necesidades del poder económico, político y mediático, proscribió nuevamente al peronismo para que su pueblo no pueda elegirlo. Pareciera ser que, con otras particularidades, la historia se repite.
Escriben: Victoria Eger, Catalina Filgueira Risso y Micaela Arbio Grattone
Hace poco menos de tres años, a Cristina Fernández de Kirchner la intentaron matar gatillándole dos veces en la cabeza. El 1 de septiembre de 2022, Fernando Sabag Montiel disparó contra ella pero, por esas cuestiones increíbles de la vida, no logró su cometido. Ese mismo día, el diario Clarín tituló una nota de Pablo Vaca con lo siguiente: “Cristina, entre la bala que no salió y el fallo que sí saldrá”. Como una anticipación evidente de que como no la pudieron eliminar, la querían presa.
Ese día pasó, como un hecho histórico, ante los ojos de todos en loop y lo único que generó fue estupor. No lo podíamos creer. Simplemente, no lo pudimos creer. Como si la bala no hubiera impactado en Cristina sino en todos nosotros. Como si el disparo no hubiera sido en su cabeza sino más bien en las nuestras. Luego pasó otra cosa que nos costó creer: Milei ganó las elecciones en 2023, no la vimos venir y asumió como presidente. Nos petrificaron.
Desde 2015 en adelante, luego de esa despedida de Cristina a plaza llena, el peronismo pareciera haber entrado en un sinfín de malas decisiones que cada vez calaron más hondo. La dirigencia política no supo representar –menos conducir–, en pocas oportunidades supo qué hacer y la militancia tampoco pudo imponer mucho. Mientras tanto, del otro lado se construían las estrategias más violentas, el odio más desacatado y la comunicación más efectiva. Ellos vienen ganando hace rato y van por todo. Éramos nosotros los que estábamos muertos, no ella.
El martes, frente a la sede del Partido Justicialista, más tarde en la casa de Cristina, y hoy en las voces de varios medios afines, comenzó a tomar forma una idea poderosa: el peronismo podría volver a encenderse, a ordenarse. Miles de militantes colmaron las calles, no por sorpresa, sino con la certeza de que la condena estaba por suceder. También se hicieron presentes distintos referentes del arco político, desde todo el peronismo hasta la izquierda, en un gesto que pareció marcar el inicio de algo. Qué, todavía no lo sabemos. Una reacción que aparentemente propone un desafío: dejar de lado la fragmentación y convocar a la unidad. El monstruo es uno, está enfrente de nuestros ojos y lacera cada día un poco más. “Volvamos a ser militantes políticos”, pidió ella.
¿Cómo hacemos para volver a confiar en esta falsa democracia en donde algunos jueces que nadie eligió proscriben a una candidata? ¿Cómo se renuevan las fuerzas para poner en una lucha cuando nos dispararon en la cabeza? ¿Alcanzará con la necesidad de no dejar que nos destruyan el país? Ahora que la tocaron a Cristina, ¿se armará verdaderamente algo? En vista de lo que sucedió en las últimas elecciones a lo largo y ancho del país, pareciera que no. Pero nunca estamos tan seguros de que el fuego no pueda encenderse de abajo hacia arriba.
Se nos ríen en la cara
El fallo emitido ayer, aproximadamente a las 17 horas —y como ya habían anunciado hace una semana Clarín y La Nación—, indica que no está demostrada la imparcialidad de los jueces; cuando todo el país sabe de las veces que Julián Ercolini, Mariano Borinsky o Gustavo Hornos se juntaron con Mauricio Macri en la quinta de Olivos a jugar al pádel o en Lago Escondido: “La defensa enuncia diversos hechos relativos a conexiones entre los jueces y fiscales o encuentros entre los jueces de la causa y ciertos funcionarios del Poder Ejecutivo Nacional sin indicar ni una sola circunstancia concreta que permita inferir razonablemente que se ha comprometido la imparcialidad de los jueces en esta causa en concreto”. ¿La Corte se nos ríe en la cara? Sí, se nos ríe.
Quienes conocen en detalle la causa y han seguido de cerca el proceso judicial hablan de que no existen pruebas concretas que vinculen a Cristina con el hecho. Es decir, que no hay forma de demostrar que la expresidenta tenía un efectivo conocimiento de lo que sucedía con las obras de vialidad investigadas por el delito de defraudación al Estado a través de contratos de obras públicas.
Una de las que confirma esto es Sofia Caram, periodista y autora del libro “Condenada”, quien detalla que, si bien puede haber un presunto hecho de corrupción ya que Lázaro Báez se enriqueció con la ejecución de obras públicas en la provincia de Santa Cruz, esto no está comprobado como una cuestión de la que Cristina tenga real conocimiento o injerencia. “El propio Tribunal cuando falla en sus argumentos, dice que solo tiene prueba indiciaria y reconoce en su fallo de 1600 páginas que es muy difícil en casos de corrupción tener prueba directa. Entonces, lo que hace el Tribunal es construir indicios”, comentó Caram en una entrevista con Julia Mengolini en Futurock, y agregó: “Voy a ir más allá y te voy a decir que no hay prueba indubitable del delito. Ni siquiera hubo defraudación”.
En esta nota podríamos ponernos a desmenuzar punto por punto los atropellos que sucedieron en esta causa de manera constante y las irregularidades con las que se dio el procedimiento, pero no es lo que nos convoca o compete cuando consideramos que lo que está a la vista es la persecución política incansable de una sola dirigente política. Mujer, aclaramos por las dudas. La única que fue condenada luego del regreso de la democracia junto con Carlos Menem. Una justicia que cerró todas las causas de Mauricio Macri y que ni siquiera investigó la mega estafa de “$Libra” por parte del actual presidente Javier Milei, ¿qué clase de justicia es?
¿Por qué molesta Cristina?
Feminacida nació en 2018, mucho después de que el fulgor de los mejores años kirchneristas sucedieran. Algunas de nosotras –sobre todo las que somos mayores de 30 años– somos hijas de esos tiempos. Votamos por primera vez a los 18 y 19 años, metiendo en el sobre una boleta de Cristina. Vimos, sentimos en el cuerpo, cómo a nuestras familias de clase media baja les tocaba vivir una vida mejor en esos años, creímos en ese proyecto político, nos ilusionamos y nos sumamos a la militancia dentro de nuestras escuelas secundarias o universidades motivadas por las ideas del kirchnerismo.
A muchas de nosotras, Cristina nos dio la bienvenida a la política. Abrió la posibilidad -sin alardear de feminista- de que en ese mundo, plagado de tipos en traje, también había lugar para nosotras. En plena adolescencia supimos que era posible discutir en las mesas familiares, disputar con argumentos y con la pasión de soñar con un mundo más justo, más solidario y menos cruel. Desde ese lugar hablamos. Un lugar que construyó nuestra identidad por muchos años y que hoy se ve cercenado. Hablamos desde el dolor que nos da ver cómo el país que habitamos, defendemos y amamos, tiene una justicia tan sometida a los intereses de un poder burdo, misógino y mercenario. Un poder concentrado en unos pocos tipos a los que Cristina les tocó el orgullo y el bolsillo.
Porque si tuviéramos que enumerar todas esas políticas públicas que alteraron las planillas de Excel de las personas más poderosas de la región a lo largo de su gestión de gobierno, no nos alcanzaría una sola nota. Sin embargo, escribimos con la angustia de ver diluídas muchas conquistas que pusieron al país a la vanguardia en materia de derechos.
Fue público el pronunciamiento de Milei sobre el veto que ejecutará en caso de que la restitución de la moratoria previsional se convierta en ley en los próximos días. Una medida que se fue prorrogando desde su implementación, en 2006, y que permitía jubilarse a las personas de más de 60 años que no contaban con la cantidad de aportes necesarios, así hayan trabajado en condiciones precarias e informales durante toda su vida o sin aportes en casas particulares. Con Néstor y Cristina asistimos a la mayor cobertura de personas en edad jubilatoria, la más alta de toda América Latina: de 2003 a 2015 se otorgaron más de 6 millones de beneficios. ¿Cómo no desvanecerse cuando las condiciones materiales de vida de tantas mujeres están siendo, hoy, tan vulneradas?
¿Cómo no arder de nostalgia con esa imagen que invade las redes de un niño abrazando una netbook? Bien sabemos nosotras que cada compu fue una verdadera victoria. Con el Programa Conectar Igualdad –que se inauguró en 2010 y fue vaciado durante el macrismo– se entregaron 5.315.000 equipos a docentes y estudiantes en un total de 11.573 escuelas secundarias. Una política pública que garantizó el acceso a la primera computadora en el hogar para casi el 30%

No podemos evitar pensar qué hubiera pasado si el plan Qunita llegaba a todas aquellas madres a las que estaba destinado, y desde esa rabia también escribimos. Un programa de alcance nacional de acompañamiento para todas las beneficiarias de la Asignación Universal por Embarazo y sus hijos recién nacidos, que fue ideado por Santiago Ares, un estudiante de Diseño Industrial de la UBA, para disminuir la mortalidad infantil y frenado por una denuncia de sobreprecios por parte de la diputada Graciela Ocaña. ¿Qué hubiera sucedido si Jorge Lanata no le hubiera dedicado horas y horas de prime time televisivo a una supuesta malversación de fondos que luego quedó sin efecto tras el sobreseimiento de los funcionarios procesados por la inexistencia de delito? ¿A cuántos bebés hubiera arropado el Estado si el fallecido juez Bonadío no hubiera ordenado la destrucción de los kits que contenían cunas, mantas, ropa, termómetros, cremas, cuentos y juguetes? Durante los seis meses que funcionó el programa, se distribuyeron 74.408 unidades y, según las estimaciones oficiales de ese momento, calculaban entregárselo a 150 mil personas por año.
Si la crueldad arrastra desde aquellos tiempos, ¿qué nos depara con un gobierno autoritario como el que tenemos hoy? ¿Nos quedan sólo recuerdos y nostalgia de esa democracia que se supo esgrimir en los años kirchneristas? ¿De qué materia está hecha esa memoria que encuentra esperanza en esa llama que hoy aparenta gestarse?
¿Qué se arma ahora?
La noche del martes cerró con una postal para la memoria militante: Cristina saltando en el balcón de San José 1111, saludando a su gente y sonriendo; como quien sabe que la historia no se escribe en los tribunales, sino en las calles; no se escribe con los jueces puestos a dedo, sino con el pueblo. Abajo, una marea de juventudes apretujada entre las intersecciones de esas cuatro esquinas y sus balcones.
Después de pronunciar algunas palabras en el PJ luego de la condena, salió para su casa y la militancia se movió con ella. Cuando se asomó, la marea se agolpó abajo para poder ver apenas sus gestos en sombra. Lejos de parecer una candidata derrotada, estaba más entera que todos los que la mirábamos. No nos dejó ponernos a llorar, más bien nos recordó que hay que volver a convocar.

Desde los feminismos, hace tiempo levantamos una demanda que no admite más ser postergada: una reforma judicial profunda, que no sólo incorpore una perspectiva de género real, sino que se atreva a refundar, de raíz, la estructura misma del poder judicial. No se trata de un ajuste técnico, sino de una transformación sistemática. Necesitamos una herramienta capaz de romper, en todos los niveles, las alianzas silenciosas entre los distintos poderes que sostienen este tipo de injusticias. Si los feminismos son el enemigo elegido del poder real, si en cada ataque nos eligen como foco -sea o no para desviar la atención-, es momento de construir con firmeza la nueva consigna que nos vuelva a aglutinar como en aquel 2018, con los pañuelos verdes en alto.
Conocemos perfectamente las consecuencias de las connivencias entre el poder económico, político y judicial. Lo vivimos en cada denuncia archivada por violencia de género; en la utilización del falso SAP en las causas de denuncia por abuso sexual en la infancia o adolescencia; en los femicidios a los que la justicia nunca llega. De la (in)justicia patriarcal, las feministas, tenemos pruebas de sobra. Es hora de desarmar esas tramas de impunidad y construir una justicia verdaderamente democrática y popular.
Exageradas nos dijeron cuando, en plena campaña en 2023, advertimos que lo que se jugaba era la democracia. Es evidente que este significante tiene muy poco del contenido que se le dió en su recuperación en 1983.
Así como Cristina demostró el coraje que tuvo para garantizar un país con ampliación de derechos, distribución de la riqueza y justicia social. No se trata ahora de cambiar nombres en despachos, ni de resolución de internas ridículas que no le interesan a nadie y se parecen mucho más a peleas de egos de los varones de siempre. La condena a Cristina nos recuerda que somos parte de un movimiento con historia y que es de esa historia de la que el peronismo tiene que hacerse cargo. Así como nada empezó ayer, tampoco se termina mañana. Toca recuperar la potencia para entender cuáles son los desafíos que propone este presente, en el país, en la región y en el mundo. Interpelar a los grandes sujetos políticos de la época y comprender la capacidad revolucionaria de la construcción de poder que tenemos. Sin olvidar que la unión del peronismo no puede dejarnos a nosotras y nosotres afuera.
Cristina demostró bailando en ese balcón que está dispuesta a aceptar su lugar en la historia. Es preciso que el movimiento peronista retome ese guante y vuelva a convocar a su militancia y a reorganizar una imaginación política que nos permita no recuperar esta democracia denostada por los poderes reales, sino crear una mejor con la alegría de quienes saben que los días más felices siempre fueron, son y serán peronistas.
