Mi Carrito

La violencia obstétrica es violencia sexual

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Por Lic. Laura Quevedo García y Lic. Paula Quevedo García de AlMatriz - Argentina

A diario, miles de personas gestantes alrededor del mundo sufrimos todo tipo de abusos cuando parimos. Nuestros cuerpos y los de nuestrxs bebés son puestos en riesgo debido a una rutinaria cadena de intervenciones que se encuentra cultural y socialmente legitimada.

El modelo mecanicista y tecnocrático de la medicina nos ha separado de nuestra capacidad intrínseca para gestar, parir y criar. Según la obstetricia moderna, nuestros cuerpos están fallados y son lxs profesionales de la salud quienes tienen las herramientas para arreglarnos. Por eso, nos entregamos ciegamente a lo que decidan, porque “ellxs son los que saben”.

Entramos a las instituciones con un ideal impuesto, esperando vivir “el día más feliz de nuestras vidas”. Pero inmediatamente después de cruzar la puerta de ingreso al hospital, nos despojan de nuestras pertenencias, de nuestros lazos de afecto y de todos los planes que hicimos para ese momento especial.

Nos tratan como objetos, nos colocan ropa quirúrgica, nos depositan en una silla de ruedas y nos convierten en un número, una cama o un diagnóstico más. Nos desnudan, nos dejan solas, expuestas, con luces encima y con personas que desconocemos circulando a nuestro alrededor. Se escuchan los gritos de otras mujeres; mientras que en nuestras cabezas retumban los consejos de quienes ya lo vivieron diciendo: “no grites, así te tratan bien”.


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En esa vorágine, manos extrañas y ajenas entran y salen de nuestros cuerpos; presionan y se incrustan en nuestras vaginas sin ningún tipo de advertencia ni consentimiento. Desoladas, temerosas y vulnerables, nos invade la vergüenza y la culpa. Pedimos por favor que nos ayuden, suplicamos desesperadas que pare esa pesadilla y que de una vez por todas, acaben con su objetivo. Pero hasta que el “producto” no salga, el proceso no termina. Así es como nos convertimos en máquinas de las que tienen que extraer un cuerpo sin importar las consecuencias. Sus manos, sus ojos y sus comentarios insisten sobre nuestros cuerpos; pero no nos escuchan, hablan entre ellxs y nos ignoran completamente.

El nacimiento es el éxito del proceso, aunque para la institución y la sociedad tampoco es nuestro, sino de quién “hizo el parto”. Sumisas ante las decisiones de otrxs y anuladas en nuestros deseos, es la forma que nos enseñaron a “portarnos bien” y debemos hacerlo para tener nuestrxs hijxs vivxs y sanxs. Y nos duele, porque se hace palpable más que nunca el mandato bíblico "parirás con dolor". De esta manera, desde niñas somos adoctrinadas para callar y obedecer en éste y en cada escenario donde manda el patriarcado.

En ese espacio de impunidad generado dentro de las salas de parto, cuando algo sale mal, las responsabilidades de lxs profesionales se diluyen. Y es así, como las únicas culpables del fracaso en los resultados, somos nosotras. Nos culpan de que no nos informamos o preparamos lo suficiente, de que nuestro cuerpo es demasiado chico o demasiado grande y hasta de no saber soportar ni aguantar las horas de esta tortura medicalizada.

De esta manera, el sistema nos sumerge en una lógica de total despersonalización y deshumanización. Se cometen actos humillantes y de los más aberrantes, tal como en una violación. Así lo describen muchas mujeres que son sometidas a estas prácticas rutinarias en las instituciones sanitarias. La violencia obstétrica es una violación invisible, institucional y legitimada.

Cuando por fin salimos de ese lugar violento y llegamos a nuestros hogares, nos encontramos con la sensación de estar rotas física y emocionalmente. Con la creencia angustiante de no haber sabido cómo hacerlo. Sentimos que no fuimos lo suficientemente valientes y que hemos fallado a nuestrxs hijxs.

Frustradas, abusadas y con culpa, nos duele el cuerpo y el alma. Pero nada de eso puede ser expresado porque, como nos dicen, “estamos viviendo el momento más importante de la vida de una mujer”, deberíamos disfrutarlo, sentirnos felices y agradecer al hospital y a lxs médicxs porque estamos vivxs. Entonces, con esa represión y anulación de lo vivido, con la herida que nos deja para siempre el maltrato y la violación, nos sumergimos sin pausa ni descanso a otra difícil y solitaria tarea: la crianza de nuestrxs hijxs.

Hemos invisibilizado durante siglos este tipo de violencia institucional, física, psicológica y, principalmente, sexual ejercida sobre nosotras de manera sistemática y socialmente aceptada, sobre los fundamentos de que quienes la ejercen tienen el poder y el saber.


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Unas cuantas décadas de medicina hegemónica, clasista y capitalista bastaron para desplazarnos del centro de la escena del parto, y quitarnos el protagonismo. Vinieron a "salvarnos la vida", ofreciendo la seguridad de la tecnología y de la ciencia, cuando en realidad lo que lograron fue patologizar e instrumentalizar los procesos más fisiológicos y humanos de la vida: NACER Y PARIR.

Las mujeres tenemos una fuerza avasallante, una resiliencia única y un cuerpo que es capaz de dar a luz, aún en los entornos más hostiles y crueles.

¿Será por eso que quieren controlarnos?; ¿será porque no encajamos en sus estándares y parámetros “científicos”?; ¿será porque el misterio de la vida, la ciclicidad de nuestros procesos y la incertidumbre singular de nuestros tiempos desconfigura la “máquina” de controlar los cuerpos?

A pesar de la violencia y el dolor, continuamos resistiendo; porque aunque nos sentimos morir de vergüenza y miedo, seguimos vivas, pujando y poniendo hasta el último respiro para parir a nuestrxs hijxs.

Es hora de recuperar y valernos de esa fuerza. De ejercer nuestro poder. De visibilizar esta violación a los derechos humanos y tomarnos de las manos entre mujeres, con la potencia que los espacios feministas actuales nos aportan en la conquista de nuevos derechos, para que juntas y sobre estos cimientos, podamos luchar y recuperar la soberanía en nuestros partos.

Las mujeres tenemos derecho a vivir partos libres de violencia. Tenemos derecho a que se escuchen y respeten nuestros deseos, a elegir desde nuestra autonomía y singularidad, a que nos traten y nos acompañen con amor, consentimiento y respeto.

El parto es un acto sexual, fisiológico, y natural. ¡Queremos vivirlo con placer!


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