Ana Clara era psicóloga, tenía 45 años y durante 17 trabajó en el Ministerio de Salud de la Nación. El miércoles 10 de abril se quitó la vida en su departamento de la Ciudad de Buenos Aires. “Su psiquiatra de cabecera dijo claramente que dentro de un cuadro depresivo hubo un detonante y fue el temor a perder su trabajo”, escribió su madre en una carta que se difundió en las redes sociales.
En entrevista con Feminacida, su mamá dice que Ana fue “una típica adolescente de provincia”. Se mudó a La Plata para estudiar y luego a la Capital a trabajar. Le gustaba leer, el teatro y el cine. Era alegre y amiga de las fiestas.
Ana Clara había atravesado episodios de depresión en el pasado, de manera esporádica. Hasta que llegó la pandemia. “La pérdida de la rutina, el reemplazo de la presencialidad, la ausencia del otro, la llevaron a una caída que tuvo recuperación pero algo muy sutil se había quebrado en su interior”, cuenta su mamá. Según ella, cuando este Gobierno llegó al poder Ana “cayó y no pudo recuperarse más”.
El detonante fue la posibilidad de perder su trabajo, de quedar “indefensa” y ser una carga para sus padres. Su lugar en el Ministerio también implicaba otras cosas: “Ella también sentía que perdería esa red sutil que la sostenía. No era fuerte emocionalmente, era frágil, tenía una sensibilidad extrema”.
Tan sólo en los últimos días de marzo, el gobierno de Javier Milei despidió a 15 mil trabajadores de la administración pública nacional y este desguace del Estado no va a detenerse ahí. Como dice la mamá de Ana, la guillotina va a seguir pasando cada tres meses y para aguantar eso “hay que tener una coraza en el alma y el corazón”. ¿Cómo impacta el contexto en la salud mental? ¿Qué hacemos con el “sálvese quién pueda”?
“Las circunstancias, las maneras en que vivimos, el contexto, la posibilidad de tener proyectos, la tranquilidad, hacen a nuestras decisiones y a la manera en que podemos desarrollarnos”, dice Leonela Murazzo, licenciada en Psicología y psicoanalista. Ella explica que no todas las personas tienen las mismas herramientas simbólicas para enfrentar o dar respuesta frente al mundo.
Sin embargo, parece que deberían. “El individualismo no se juega sólo en el sentido de ‘sálvese quien pueda’ –con la conjunción además de la libertad individual por encima de la libertad o el bienestar colectivo– sino también en que ‘si no podes, es porque no querés’”, explica Murazzo.
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La construcción de subjetividades ligadas al individualismo que el sistema neoliberal impone no es una novedad. Este proceso viene sucediendo hace muchos años ya y es una de las condiciones de posibilidad para que discursos como el de La Libertad Avanza tengan lugar en nuestro presente.
¿Cómo se vincula esto con el caso de Ana Clara? Su mamá lo dejó claro: “Ella cayó por un agujero de la red que día a día se abre más. Ojalá que haya tejedores suficientes para remendarla”. Esa red es el tejido social.
Algunas personas construyen estrategias para lidiar con esa degradación de los lazos sociales, otras lo padecen. El problema aquí es culpabilizar solamente al individuo por lo que le pasa o no le pasa, por no poder desarrollar esas estrategias, porque ahí se olvidan las condiciones sociales de producción de los sujetos, las formas de subjetivación.
“No podemos desentendernos de Ana. Ni como sociedad, ni comunidad, ni como Estado. No podemos no increpar y cuestionar el modo en que nos están proponiendo vivir en sociedad: con los vínculos rotos a destrozos”, dice la psicóloga. Y llama a recuperar los ámbitos de construcción común: “Hablamos mucho de lo colectivo pero lo hacemos poco tal vez”.
“No es gratuita la reproducción de la violencia, el despojo, la falta de garantías institucionales. Ana es una muestra de eso: el costo psíquico y social de la crisis”, concluye.