Nuestro país atraviesa una nueva crisis social, política y económica. Por momentos, el Gobierno elegido de manera democrática pareciera hacerla tambalear al no respetar ciertos acuerdos históricos e institucionales.
Es un buen momento para revisar conceptos, derribar algunos sentidos comunes arraigados y, aunque algunas cuestiones nos resulten obvias, está bueno recordarlas o bien conocerlas por primera vez.
Como estatal y sindicalista, me gustaría comenzar haciendo referencia al Estado, boicoteado durante todos los gobiernos neoliberales y hoy principal blanco de ataque de la Libertad Avanza.
Primero y principal, existe una diferencia fundamental entre Estado y Gobierno: el Estado es permanente, mientras que el gobierno es temporal. Muchas veces estos conceptos se confunden y es primordial conocer la diferencia.
Por Estado entendemos el conjunto de instituciones públicas que regulan la vida de un país, que se instituye sobre los intereses y voluntades particulares. Es la organización política soberana de una sociedad establecida en un territorio determinado, bajo un régimen jurídico, con independencia y autodeterminación, con órganos de gobierno y de administración.
La actividad del Estado se realiza a través de la administración pública y quienes posibilitan que funcione son personas capacitadas, en muchos casos precarizadas y en buena parte hoy despedidas.
¿Qué significa que están precarizadas o precarizados en el Estado? En relación a los salarios en muchos casos que esas personas tengan contratos que se renuevan automáticamente, que sean monotributistas, o que estén en relación de dependencia entre otras modalidades de contratación. En relación a la infraestructura que haya malas condiciones edilicias, falta de insumos o de ropa de trabajo adecuada.
En muchos casos, cuando hablamos de Estado, también nos referimos a la soberanía, un concepto bastante abstracto. Si buscamos su definición es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente. ¿Qué quiere decir? Que el Estado sigue funcionando a pesar de los gobiernos y que son sus trabajadores y trabajadoras quienes garantizan que existan políticas públicas y acceso a derechos. En resumidas cuentas, que en Catamarca te puedas hacer de manera rápida y sencilla el DNI o que en Tierra del Fuego haya un control fitosanitario de los productos que se importan o exportan. Si no hay trabajadores, ese control no existe, no está.
La crueldad avanza
Lo anunciaron durante toda su campaña y sabíamos que iba a suceder: la demolición del Estado por parte del Gobierno. Más de 15.000 trabajadores y trabajadoras estatales fueron despedidas a lo largo y ancho del país. Organismos vaciados, oficinas cerradas. Personas que le faltaban unos años para jubilarse sin trabajo, profesionales de planta permanente sin poder ingresar a su edificio. La modalidad también fue variada: por mail, telegrama, Artículo 9. Las historias son infinitas y, en muchos casos, los funcionarios ni siquiera dieron la cara.
Recibimos la noticia de que una trabajadora de salud se quitó la vida, su mamá pidió que difundamos una carta: “Ani cayó en el sálvese quien pueda de la destrucción”, escribe y en esas palabras resume lo que está ocurriendo, lo que todos los días sentimos: que se destruye un poquito más nuestro país, la sociedad, los lazos de solidaridad y empatía, la famosa deshumanización.
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Pero continuamos en la calle, acompañamos ingresos, movilizamos, concentramos, organizamos plenarios, nos juntamos. Sin embargo, la crueldad a través de la política es angustiante. En este gobierno, el Estado sólo está presente a través de las fuerzas represivas. Todo el mecanismo represivo está ahora al servicio del pueblo. Balas de goma a periodistas, camiones hidrantes sobre la 9 de julio ante el reclamo de los comedores para que llegue comida y un despliegue descomunal frente a las organizaciones sociales que buscan (buscamos) que alguien pueda conmoverse frente al hambre.
El contexto es oscuro, el panorama asfixia. Sin embargo, nuestra sociedad ha dado sobradas muestras de que sabe poner límites y de que la unidad y la empatía pueden enfrentar a cualquier gobierno de ultra derecha y, por más que ya lo hemos leído y escuchado, recordemos: nadie se salva solo.