Mi Carrito

Vivir una vida futbolista

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Por Solana Camaño y Micaela Arbio Grattone

Antonella Roccuzzo entra al Estadio Icónico de Lusail con sus tres hijos. Acaba de terminar la final del mundial en Qatar y Argentina es campeón por tercera vez en su historia. La estrella de la tarde es su marido, Lionel Messi. Después de abrazarlo y festejar, él se cuela entre la gente y le toma una foto a ella con su celular. Por ese instante, es Anto quien sostiene la Copa y casi en un acto heróico la besa. Un mensaje que se lee entre líneas se inscribe en el dorado como otra parte de la historia: “Esta también es mía”. La foto que se hace viral no es la que toma el astro del fútbol sino otra, una en donde se ve esa acción desde un plano cenital. “Casate con el que te mire como Messi a Antonella”, escriben algunes en la redes. 

“Messi filmando a Antonella, hermano, revivió el amor, triunfo la monogamia, florecen las iglesias, brinda Cris Morena”, publicó el filósofo Eial Moldavsky en Twitter. Pero no fue este el mensaje irónico que desata las discusiones, sino otro en la misma red social el día de Navidad que dice: “Se intenta sellar el fin de la fiesta mundialista con la apología de la familia tradicional. Las fotos de los jugadores con sus familias, repetidas al infinito, se sitúan como el epílogo de otra cosa que había desbordado, más lúdica, más inclasificable, más multitudinaria”. 

“Se intenta”. No hay sujeto. Ahí está el punto. ¿Quién intenta? ¿Los jugadores que celebran con las familias que efectivamente tienen? ¿Los medios de comunicación, amantes del amor romántico, que repiten las imágenes en loop? ¿Les hinchas que vieron a su país campeón del mundo y gozan de asomarse a la intimidad de sus ídolos? Solo algunos interrogantes que podrían resumirse en uno: ¿Quién le pide qué al fútbol? 

Está claro que las fotos navideñas de parejas ricas, aparentemente monogámicas y heterosexuales con hijes y mascota no son un culto a la diversidad y la disidencia. La pregunta es por qué tendríamos que exigirle que lo sean o por qué esos estereotipos producto del orden patriarcal opacarían la fiesta popular. ¿Cuál es el riesgo? Que la “mirada feminista” se convierta en una demanda y en un señalamiento sin fondo que no valide otras formas de ser y estar en el mundo. 

Somos feministas pero también hinchas, compañeras, madres. En muchos casos, el fútbol nos atravesó desde chicas, antes que todo lo demás, incluso que la militancia. Al mismo tiempo están las hinchas, compañeras y madres que no se asumen feministas. También transformadas por el fútbol. Y todas cantamos por igual que ya ganamos la tercera, que ya fuimos “campeón mundial”. 

Más interesante que exigirle a un fenómeno popular que se adapte a nuestro mundo violeta soñado es ver cómo lo que ya construimos previamente permeó en ese fenómeno popular. Natu Maderna, periodista feminista y locutora, habló en Radio con Vos de la posibilidad de “aprovechar este tipo de familias tradicionales para hablar de padres presentes, tareas de cuidado, mujeres que dejaron de ser botineras para transformarse en esposas compañeras que sostienen, que cuidan, que acompañan, que se sacan una foto con la copa”. 

Esta apuesta es muy distinta a la utilización que varios medios masivos hacen de la imagen impoluta de los campeones del mundo triunfando a nivel profesional y amoroso; una buena oportunidad para licuarnos su “éxito” personal y todo el cuentito del amor romántico que, como siempre, está a la orden del día. Y sí, es tarea de los feminismos vislumbrar que estos discursos responden a entramados ideológicos que históricamente nos reservaron el ámbito de lo privado, la familia y la casa como el único lugar posible para nosotras. Pero también es nuestra responsabilidad no caer en el juego del dedo acusador y entender que esas elecciones son caminos posibles.  



El fútbol no deja de ser un deporte donde abundan los machismos más enquistados. Y en la escala profesional del masculino se dan ciertas condiciones materiales que atentan contra mucho de lo que los feminismos reivindicamos, como la posibilidad de repartir de forma equitativa las tareas de cuidado o que el desarrollo profesional no gire solo —y sobre todo— en torno a los varones. Si bien las elecciones de las mujeres que viven una “vida futbolista” varían, la mayoría de las decisiones familiares importantes se toman a partir de los clubes a los que vayan los jugadores, lo que implica viajes constantes, cambios de escuela de les niñes, partos a distancia y una larga fila de etcéteras. Julia Silvia, pareja del lateral Marcos Acuña, lo resumió muy bien:  



 
 
 
 
 
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La red del arco de los penales no fue la única que trajeron estas mujeres. Pensar en la idea de que en unos años también se recuerde la foto de ellas abrazadas y festejando un mundial que les pertenece, como compinches y amigas, es una forma de entender que el feminismo aún no ha demolido estructuras sociales, pero sí ha calado un pozo profundo para construir nuevos caminos que sostienen que no somos enemigas sino compañeras. Ellas son protagonistas de esta fiebre que nos hizo felices de formas que desconocíamos. Y si hay algo que le podemos pedir al fútbol es eso: el amor, la alegría y el deseo.


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