Mi Carrito

El relato (silencioso) de las hijas del fútbol

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El deporte en agenda es un libro publicado de manera conjunta por el Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación y de la Universidad Nacional de San Martín. Con prólogo de Matías Lammens, la edición busca debatir ideas y tensionar escenarios que se interseccionan con el deporte: los clubes, las violencias, la profesionalización, las idolatrías, las nuevas tecnologías, los géneros y diversidades, la actividad dirigencial, las ciudades e infraestructuras, y los fenómenos sociales, económicos, políticos y culturales. A continuación, El relato (silencioso) de las hijas del fútbol, por Solana Camaño.


—No pensaba que los arcos eran tan grandes. La niña de diez años suelta la mano de su padre y corre hacia el punto de penal. Se saca su sombrero azul y rojo para ver mejor. A su alrededor, una hemorragia de hinchas de Tigre canta y baila en círculos mientras festeja el ascenso a la Primera A.

Esta noche fría de junio, la niña pisa por primera vez el césped de la cancha en la que jugaron durante muchos años su padre y su tío abuelo. Y descubre algo más: tal vez no podrá ser futbolista como ellos, pero sí periodista para relatar los partidos del matador. Esa niña fui yo.


Entre muchas comunicadoras “hijas del fútbol”, las jóvenes feministas que aprendimos a amar la redonda entre ambientes y relatos masculinos, emerge hace años una práctica con mucha fuerza: la resignificación de nuestra propia historia. Recuerdos en las canchas y en los hogares se solapan de forma fragmentada y caprichosa: desde festejos de cumpleaños deseando a nuestro equipo campeón al soplar la velita, hasta relatos familiares de muchas generaciones en los clubes. Con el avance de las mujeres e identidades disidentes en el deporte, se nutren de nuevos interrogantes. ¿Qué lugares tienen hoy nuestras voces, saberes y experiencias en el mundo de la pelota? ¿De qué manera se puede contar otro fútbol?

“Y sí, señor, llevamos en los botines revolución”, cantamos hinchas, juga-doras y comunicadoras desde hace tiempo. La reversión del clásico de Fito Páez es más que un cambio de letra: la consigna habilita nuevas certezas. Este fútbol que jugamos, narramos y alentamos no desconoce su pasado, parte de todos esos rituales con los que crecimos para generar otros nuevos con sus propios códigos. Es un gesto emancipatorio ante la falta de representación. Una advertencia a la fiesta popular que nos dejó tantas veces afuera con sus cánticos y referencias masculinizantes.

La pregunta por la comunicación del fútbol es la pregunta por las con-diciones de enunciación: quiénes hablan, qué dicen, a quiénes le hablan, cuándo y desde dónde hablan. Y también es la pregunta por las ausencias en esos relatos. En ese sentido, la nuestra es una genealogía hecha de si-lencios que hoy politizamos para mostrar que a los relatos del fútbol (y del mundo) le faltan nuestras voces. Pero tal vez un acto disruptivo también sea reivindicar otros silencios. Nosotras, las del pañuelo verde, periodistas, fanáticas, bilardistas o menottistas, podemos hablar de fútbol sin nombrar al feminismo: debatir los cambios del técnico, discutir si conviene salir a buscar el partido con línea de tres o jugarse a esperar, especular cómo van a estar físicamente los dos equipos en el segundo tiempo. Porque eso hicimos siempre.

Desde que tengo memoria, cuando comento en grupos de varones que “soy de Tigre”, la respuesta es inmediata: “Ah, ¿pero vas a la cancha?”. Nunca la pregunta que sigue es si mi cinco preferido fue Lucas Menossi, Joaquín Arzura o el Pulpo Castaño, sino el cuestionamiento, más o menos explícito, a mi condición de hincha. Pruebas similares atraviesan quienes ocupan espacios en medios de comunicación de gran alcance, aún más expuestas a la desconfianza enquistada en los discursos de tantos colegas.

El día que muchas comunicadoras futboleras nos nombramos feministas significó una nueva perspectiva sobre nuestras biografías, una invitación a mirar a contrapelo nuestras identidades desde el presente. La contracara de ese manifiesto no necesariamente fue un mayor protagonismo en los relatos del deporte, sino más bien nuevos mandatos: pueden hablar de fútbol, sí, cuando de cuestionar a Maradona o de relatar un partido femenino se trate. Nada de opinar sobre un superclásico masculino o un partido de Champions.

El deporte no es un satélite exento de lo que sucede en el resto de la vida social, donde operan constantemente las desigualdades de género. Durante mucho tiempo, se nos relegó al lugar de meras espectadoras de esa relación “homoerótica” entre varones que van a “romperse el orto”; nuestra propia jaula invisible y horizonte escueto de posibilidades latentes.

Los alambrados de cristal se replican en las canchas y en los medios de comunicación. La primera transmisión televisiva de un partido en la Ar-gentina ocurrió hace 70 años, pero no fue hasta 2012 que se sumaron las voces de mujeres: Viviana Vila como comentarista, quien había empezado con Víctor Hugo Morales en la radio, y Angela Lerena en el campo de juego. Estos espacios representan victorias para el colectivo, pero todavía quedan muchos por ocupar. Además, como analizaron las investigadoras Gabriela Binello, Mariana Conde, Analía Martínez y María Graciela Rodríguez (2000), la aparición de las mujeres en el universo futbolístico no necesariamente se presenta como una amenaza para el estado de las cosas porque lo que rige son las reglas del punto de vista masculino. Es decir, el folclore sigue reproduciendo los valores sociales de la masculinidad y los varones siguen representando el tipo ideal de “experto” o “hincha” donde el ejercicio de la palabra precisa de muchas menos exigencias.

Ahora bien, la semi profesionalización del deporte practicado por mu-jeres e identidades disidentes es un punto de quiebre en esa historia hecha de muchas historias y, paradójicamente, de tan solo algunos relatos. Los cambios que trajo en los clubes tuvieron su correlato en la comunicación: medios autogestivos como FutFemProf comenzaron a poblar las canchas para transmitir los partidos donde TNT Sports, señal que tuvo en sus ini-cios los derechos televisivos, no llegaba. Jóvenes, en su mayoría mujeres, relataban los encuentros con sus propios celulares y computadoras. Son quienes informan detalladamente sobre cada fecha, conocen realmente a las futbolistas y las llaman por lo que son: ni “chicas” ni “pibas”, jugadoras (Vidal, 2021).

El Torneo Rexona, por ejemplo, resulta más que una competencia: es la arena simbólica donde comienza a ampliarse el espectro de lo posible. El caso de Mara Gomez, la primera jugadora profesional trans, es emblemáticoen ese sentido. Tras una lucha extensa, logró sumarse como delantera al club Villa San Carlos y trazó una nueva narrativa del deporte. “El fútbol me salvó la vida, incluso cuando todavía no lo sabía jugar”, dijo en una entrevista a Tiempo Argentino (Parrottino, 2020). Y Mara, en ese primer toque en su debut contra Lanús en diciembre de 2020, también salvó al fútbol.

Las experiencias diarias de comunicadoras, jugadoras, socias e hinchas hacen tambalear la idea de que el fútbol no puede ser territorio de con-quista. Porque en esos miles de paréntesis de 90 minutos que se dirimen en todo el país, la pelota se disputa entre una memoria que permanece y la emergencia de otro paradigma. Niñas y adolescentes también reescriben la historia cada vez que meten los botines en sus bolsos para ir a entrenar al club de su barrio. Muchas ven los certámenes masculinos y femeninos con la misma constancia. Algunas siguen en las redes sociales a las futbolistas que les gustan, sueñan con ser como ellas. Tienen lo que a muchas hijas del fútbol nos faltó: la posibilidad de proyectar un futuro sobre la línea de cal y con ello, vertebrar nuevos relatos. Hijas que ya no tendrán que esperar 10 años y un ascenso para pararse frente a los tres palos por primera vez.


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