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Una Rosario plagada de muerte: por primera vez se percibe que el blanco somos todos

Rosario
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Mientras vienen los gendarmes, las fuerzas armadas, la Policía, los fiscales investigan y se desgraban las escuchas carcelarias, Rosario está paralizada. El dolor y el miedo camina por la calle con nosotros.

Este artículo fue publicado originalmente en El Ciudadano


Rosario amaneció como si fuese un día de pandemia. Algún auto circula, no hay colectivos y el replegarse en un encierro obligado por el miedo parece ser una constante. Los automovilistas se apresuraron a cargar nafta hasta las dos de la tarde ya que nadie sabe qué va a pasar mañana. Es la primera vez desde que la muerte golpea fuerte estos pagos que el miedo es lo único que circula por la calle. Antes mataban igual, en los barrios. Pero el algo habrán hecho y el ajuste de cuentas como única explicación a todas las muertes le imprimían un origen lejano, por más que en 2022 llegaron a sumar 289. La muerte no paraba y para muchos vivir en un barrio popular era un infierno. Casas usurpadas, cobro para trabajar, peleas territoriales, todo se vivía como una postal ajena aunque en el medio de las balas estaban los niños, los laburantes, las mujeres y sobre todo pibes jóvenes por los que nadie reclamaba.

Hoy la muerte, más irracional que nunca, pone como blanco cabezas de trabajadores en plena actividad. Un frío recorre el cuerpo. Y la angustia se apodera de todo. “Fui a tomar un helado y me quedó atragantado. No había gente en la calle y sentía como que nadie hablaba. Cuando llegué a mi casa y saqué el celular vi lo del playero”. “Es la primera vez que saco al perro a hacer pis y me dio miedo”. Testimonios como esos llenan el Whatsapp de mensajes. Y la convocatoria de Rosario Sangra, este domingo en el Monumento se llena de mensajes en los que aclaran que no hay colectivos.

Rosario es tendencia en X, la red en la que se cocina la política, se denuncia y se anuncia. Rosario es tendencia por un dolor y una irracionalidad que nadie entiende. ¿Qué pasó con los narcos? ¿Los narcos son todos los narcos? ¿Hay una convención de narcos planificando esta locura como antes planificaban los balazos contra frente de edificios y casas de funcionarios? El reclamo es por los presos sin derechos, pero cuesta pensar que es por todos los presos. Qué pasó en el medio para semejante escalada. Y la otra pregunta es por qué, si todo se planifica desde la cárcel, nadie logra prevenir un solo ataque con escuchas que seguramente van a aparecer más adelante, en algún juicio a algún culpable.

Esta semana escuchaba que los “narcos” paran la olla en algunos comedores del AMBA. Acá no. No existe registro al menos ese sentimiento solidario. Las veces que familiares de narcos tenían comedores, la comida la ponía el estado. Poner al narco genérico como una entelequia es dejar de lado el qué pasó en el interior de alguna cárcel federal. Eso no soluciona ni achica la muerte, pero brindaría algún dato hacia una posible solución.

Mientras vienen los gendarmes, las fuerzas armadas, la Policía, los fiscales investigan y se desgraban las escuchas carcelarias, la ciudad está paralizada. El dolor y el miedo camina por la calle con nosotros. Por primera vez la conciencia de que en Rosario matan gente cobró una forma real y la ciudad parece una postal de pandemia. Cómo nos defendemos, cómo nos cuidamos. En una ciudad plagada de muerte, por primera vez se percibe que el blanco somos todos.

En esta puta ciudad

Todas las políticas públicas para combatir la violencia son las mismas desde hace años. También las comunicacionales. Allanamientos, videos de allanamientos, ingresos en las villas rompiendo puertas, más policías. Juicios abreviados exprés, cárceles atestadas. Cuando los homicidios no cruzan los bulevares, o no llevan un evidente carné de laburante, pasan desapercibidos. Pasan a formar parte de la sábana enorme del ajuste de cuentas. Y con eso la muerte está justificada.

No hay que caer en un falso progresismo de creer que todo se arregla con inclusión, una inclusión que debería ser distinta de las ensayadas hasta ahora, ya que nada que se haga trae consigo el trabajo. El mismo trabajo por debajo de la línea pobreza que hoy padece la clase media. No se sabe qué piensan los pibes y las pibas. Tampoco como convocarlos sin plata y sin fe a hacer algo que los saque del círculo que ahoga entre pobreza y balas. No quiere decir que la delincuencia se relacione directamente con la pobreza, pero son ellos los que más la padecen.

En una ciudad estallada, donde reina el miedo y la angustia, donde muy pocos llegan a fin de mes y hay que juntar unos pesos para prevenirse del estrago de los mosquitos ya que la inyección del dengue cuesta 70 lucas, cuesta andar y sentirse libre. La angustia de la muerte nos atraviesa. Por los trabajadores muertos, por las mujeres, por los chicos sin infancia.

Cuando la muerte escala vienen más policías, se encarcela a más gente y se mata más. Una sucesión de hechos que se repiten desde aquel 26 de mayo de 2013 cuando asesinaron al líder de Los Monos, Claudio Ariel Cantero, y nada pudo volver atrás.

En esa época se ensayaban fotos de allanamientos, con autos de alta gama, con equipos de sonido y con el lujo que se exhibía en La Granada, donde el porcelanato reinaba.

Hoy se necesita mostrar otra cosa. Las cárceles de Bukele cuando se abren a los medios buscan mostrar a la sociedad una especie de tortura, una venganza hacia el mal que ubica al político en los más altos rangos de popularidad. Pero reproducir esa foto en Rosario con presos de bajo perfil —ya que son cárceles provinciales— buscó un marketing aislado y confuso, cuando no hay ningún plan para pacificar la ciudad. Sólo discursos y fotos, algunos videos, que lejos de calmar las calles hablan de una guerra que ya fracasó pero se revive.

La única certeza es que con la misma receta el resultado es el mismo. Y que a la hora de establecer prioridades la vida tendría que ocupar el lugar más alto. En una ciudad con contenedores de basura custodiados por personas revolviendo la mierda para saciar el hambre. Por pibes que arrancan cables y se juegan la vida porque no hay nada, todo va a empeorar. Esa gente que se mira con recelo y jamás portó un arma pero igual se juega la vida. Las ollas vacías, como todo, resignifican este contexto donde el Estado sólo aparece en forma de policía —o peor aún, ya que amenazan con que aparezca en forma de militar— y no le sirve a nadie.


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