Las caras del monstruo, el primer libro de Julia Mengolini, publicado por Ediciones Futurock, se balancea entre orillas estilísticas supuestamente opuestas con un equilibrio notable. Sin caerse, se desplaza entre la literatura del yo y el ensayo, entre lo particular y lo general, entre los debates de una época y un diario íntimo en un tiempo revulsivo. “Entre lo uno y lo diverso”, como diría el escritor Claudio Guillén.
En seis capítulos y siete entradas estilo diario, Mengolini hace un recorrido por temáticas que son actuales. Mientras en la bitácora relata algunos hechos relevantes de los primeros nueve meses del gobierno de Javier Milei y distintas situaciones personales, en el desarrollo de cada apartado repiensa con profundidad temas que, considera, explican –al menos en parte– el triunfo de la ultraderecha en las últimas elecciones presidenciales: la pandemia, la reacción conservadora ante los avances del movimiento feminista y el crecimiento exponencial de la violencia en las redes sociales. Además, se mete con los estándares de belleza, aborda el amor y la militancia como un todo, y desnuda la hipocresía y el desconocimiento que rodea el mundo de las drogas.
Quienes escuchan a Julia a diario en la radio conocen mucho de su pensamiento; sin embargo, en cada capítulo logra profundizar un poco más sobre cada uno de estos temas. Indaga a fondo en el barro y en el cielo y, si bien termina hablando de ideas que la exceden como individuo, para hacerlo, generalmente parte de su experiencia personal. Con distintas tonalidades en su paleta, la leemos –y por momento vemos– despidiendo a su padre en una montaña, entendiendo el feminismo de la mano de Lohana Berkins, sacándose fotos embarazada, saliendo al sol después de aliviar las molestias de su gestación con cannabis, enamorándose en los pasillos de la Facultad de Derecho o tuiteando enajenada contra una nube negra de trolls.
No le tiene miedo al chisme ni a ser políticamente incorrecta, tampoco a reconocer errores y, aunque varias veces puede sonar arrogante, también se muestra vulnerable –pone en práctica la famosa frase de Simone de Beauvoir: “lo personal es político”–. Mengolini se brinda con mucha generosidad para que los lectores descubramos a la Julia militante, la Julia hija, la Julia madre, la Julia enamorada, la Julia psicodélica, la Julia periodista, la Julia (mala) troll. Da cuenta de cuáles son, para ella, las caras del monstruo y que van más allá de la figura que nos gobierna. A la vez, se ríe de sí misma porque, finalmente, las muchas caras que aparecen en la tapa acompañando al título son suyas.
Las caras del monstruo es un libro hecho con rigurosidad, a pesar de no ser un texto académico –en el sentido tradicional–, y evidencia que la construcción del conocimiento es colectiva: son los libros que leemos, las amigas con las que charlamos hasta la madrugada, los militantes que nos formaron. Su lectura se vuelve un viaje atrapante, de esos en los que dan ganas de comentarle al de al lado lo que se acaba de leer.
Hace poco, en una entrevista, Mengolini expresó que pensar siempre es un riesgo. Julia lo asume sin titubear e invita a quienes la leen a que hagan lo mismo. Después de todo, fue esa pulsión por ejercitar la cabeza la que la llevó a desafiarse una vez más: "Mi programa de radio se muda a la mañana. De repente tengo tanto tiempo libre que hago gimnasia todos los días como un tumbero. La transformación física empieza a ser visible y descubro lo obvio: para que eso pasara, había que hacerlo todos los días. TODOS. Me miro al espejo y no me reconozco: tengo los abdominales marcados. Esta no soy yo. Esto tiene que terminar. Necesito un estímulo intelectual, el cuerpo no puede ser un escapismo a la mente. Mejor me pongo a escribir un libro".
