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El sueño o la pesadilla del trabajo propio 

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Ilustración: Rulos Espaciales

Entre Laferrere y San Justo, en el conurbano bonaerense, reparte su trabajo Camila, una joven lashista de 20 años: cada clienta nueva la acerca un poco más a convertir lo que empezó en la cocina de sus padres en su propio centro de estética. A 600 kilómetros, en la localidad pampeana de Santa Rosa, Florencia hace los números del emprendimiento de bienestar que lanzó tras renunciar al empleo fijo que tenía y encarar su proyecto de una maternidad fulltime. Carla, una peluquera independiente de Salta, plantea una situación diferente: para ella, como buena parte de la comunidad trans, crearse su propio trabajo es muchas veces la única posibilidad laboral.

En épocas de retracción económica, cada vez más mujeres y disidencias se vuelcan al cuentapropismo, el emprendedurismo y el trabajo de plataformas frente a un sistema laboral que genera año a año menos empleo formal. Si desde la pandemia ya se evidenciaba un fenómeno de destrucción de empleos asalariados -formales, registrados-, el primer año de gestión de Javier Milei no hizo más que acrecentarlo. 

La informalidad es, en este escenario, una de las contracaras de la desalarización. Según los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondiente al último trimestre de 2024, en comparación con el mismo periodo de 2023, se perdieron un total de 247 mil puestos asalariados. Mariana Lucía Sosa, investigadora del CONICET e Instituto Gino Germani, explica que, sin embargo, esto “no se ve reflejado en la tasa de desocupación porque estos nuevos desocupados se ‘reconvirtieron’ en trabajadores independientes o cuentapropistas. Se perdieron 247 mil puestos asalariados y se crearon 224 mil nuevos puestos de cuentapropistas”.

Las mujeres presentan, respecto a los varones, una tasa de informalidad alrededor de cinco puntos mayor, según la medición oficial. En tanto, no hay datos sobre el nivel de informalidad en la población trans, golpeada por una Ley de Cupo Trans en peligro. De lashistas, estilistas y peluqueras a trabajadoras de aplicaciones y creadoras de contenido: nuevas y no tan nuevas ocupaciones aparecen como alternativa a empleos formales que corren por detrás en un mundo laboral profundamente transformado. ¿Quiénes conforman este universo? ¿Hasta dónde llega la elección y hasta donde la expulsión? ¿Cuánto hay de libertad y cuánto de inestabilidad en el trabajo por cuenta propia?

En primera persona

“En este momento de mi vida valoro mucho la flexibilidad y es lo que más pesa en mi balanza. Emprender te permite tener horarios que un trabajo fijo no”, cuenta a Feminacida Florencia, de 28 años, estudiante de Abogacía en la Universidad Nacional de La Pampa. Trabajó en una escribanía durante casi cinco años, mientras empezó a estudiar y capacitarse en el bienestar integral de las personas. Renunció a su empleo fijo cuando decidió ser mamá y desde entonces se lanzó de manera independiente. “Laburo 8 o 9 horas, algunas jornadas hasta 12, pero hacerlo por mi cuenta me permite compatibilizar mi proyecto profesional con una maternidad más presente, que hoy es lo que mayor satisfacción me da”, agrega.

En noviembre, logró abrir su propio centro en un espacio que subalquila. Reiki, masajes, reflexología, depilación y cejas son algunos de los servicios que ofrece. Cada vez son más las clientas que llegan. Un poco a través de redes sociales, otro poco a través del boca en boca que todavía permite la ciudad. “Obviamente, lo que tiene de bueno lo tiene de malo: acá todo depende de vos. Así como sos tu propia jefa, también sos tu empleada, contadora, community manager, secretaria, todo junto. Y si vos no podés trabajar o te cancelan un turno, ese día no generás nada. Acá no hay día por enfermedad, ni de estudio, ni aguinaldo y sin monotributo no hay aportes para la jubilación", describe Florencia.

Tampoco vacaciones pagas, jornadas de ocho horas o indemnización por despido. “Si me quiero ir de vacaciones, que es más flexible de pedir en un trabajo freelance y quizás me puedo ir más tiempo que en un laburo fijo, tengo que tener en cuenta que no voy a cobrar nada en ese tiempo si no lo organizo antes”, suma Mora, estudiante de Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires de 24 años y community manager de forma freelance. “En mi caso, tengo un fondo de emergencia para usar exclusivamente si algún día la persona para la que trabajo de repente se enferma y deja de generar contenido, o deja de laburar y se bajan los trabajos que había planificado”, agrega.

No es lo ideal, aunque tampoco lo era cuando trabajaba 9 horas -en teoría, porque siempre eran más- en una agencia de marketing, a la que entró casi sin experiencia previa y aún así quedó a cargo de seis cuentas de los rubros más variados. “Laburaba como monotributista, nunca firmé un contrato, por ende los derechos laborales eran cuestionables ahí. Estuve seis meses, no sé si me hubieran dado vacaciones, tampoco derivaba aportes y cuando me echaron tuve que exigir una indemnización. Y me la dieron sólo porque sabían que podía judicializar”, cuenta. La ventaja de un trabajo así: el sueldo fijo, la tranquilidad de saber cuánto dinero habrá en la cuenta cada mes. “Pero es una ventaja y desventaja a la vez, porque como freelance, si bien algún mes puedo cobrar menos, también hay momentos que se genera mucho laburo y puedo cobrar más de lo que suelo ganar”, analiza Mora, que combina su trabajo de community manager con clases de español para extranjeros.

“Cada vez menos personas trabajan en relación de dependencia y cada vez más mujeres participan activamente del trabajo para el mercado. En ese cruce, el cuentapropismo es la modalidad ocupacional que crece en todo el siglo XXI y un modo central de inserción en el mundo del trabajo para las mujeres”, analiza la investigadora del CONICET Andreina Colombo, quien investigó acerca de mujeres cuentapropistas en la localidad santafesina de Rafaela. 

Según lo relevado en el estudio, la “sensación de incertidumbre constante” del cuentapropismo se matiza con la flexibilidad, con la posibilidad de manejar la jornada laboral con cierta autonomía, lo que se valoriza aún más cuando son madres y responsables de las tareas de reproducción de sus hogares. “Es una modalidad de trabajo que se elige, que se prefiere a trabajar en relación de dependencia y que genera satisfacción personal”, señala la investigadora, y agrega: “El autoempleo es una forma de tener ingresos (aunque no siempre sean suficientes) que pueden iniciar sin depender de alguien más”.

Según Sosa, dentro del universo de mujeres cuentapropistas, el 73 por ciento se encuentran haciendo tareas de menor calificación, lo que implica que perciben ingresos bajos. “Sólo un cuarto del total son profesionales con nivel educativo alto que tienen la posibilidad de tener buenos ingresos como cuentapropistas”, señala. Dentro de este universo, buena parte son “personas asalariadas que fueron desplazadas o aquellas que no consiguen y se la rebuscan para llevar un ingreso a su hogar”.


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Crearse un trabajo, torcer el futuro

A Carla la salvó la peluquería. O el arte de los ruleros, como le dice. De chica tuvo que migrar a Buenos Aires desde su Salta natal, cuando fue expulsada de su casa, donde vivía con su mamá y ocho hermanos. “Para una chica trans, en plena transición como estaba yo en ese momento, había un sólo destino: la calle, donde pasé cosas horribles que fueron muy duras para mí”, dice ahora a sus 37 años. “Con la peluquería empecé desde muy chica con una amiga, Tamara, que vive en Buenos Aires. Ella me decía siempre: ‘Vení mariquita que te voy a enseñar’. Después empecé a estudiar en una academia de peluquería y cuando volví a Salta tuve mi propio local durante años”, repasa.

“Para nosotras, la peluquería fue la primera profesión en la que fuimos aceptadas, el único trabajo donde la gente pudo vernos con buenos ojos. Pero tuvimos que hacernos un lugar solas, crearnos trabajo para sobrevivir”, expresa. Para las personas trans siempre fue así: a la exclusión del hogar le seguía ser expulsada del derecho a estudiar, a tener salud, a acceder a un empleo formal. “Hoy, a diferencia de otras épocas, hay muchas compañeras que están capacitadas para ocupar puestos que de igual manera no se los dan”, añade.

Para la peluquera, lo que se necesita es el cumplimiento de políticas públicas existentes, con un impacto real en la vida cotidiana del colectivo trans, y programas con presupuesto que potencien lo que ya vienen gestando. Además de atender clientas por su cuenta, desde 2015 Carla brinda cursos -buena parte gratuitos- para mujeres y LGBTIQ+, muchas de ellas con historias de violencias físicas, psicológicas y económicas. “Tengo el orgullo de decir que muchísimas de mis alumnas pudieron salir de ahí y hoy tienen su propio salón, que se crearon con la peluquería un trabajo para vivir”, dice.


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Juventud, divino emprendimiento

Alisados, uñas, cejas y pestañas: cada vez son más las jóvenes que lanzan sus emprendimientos en el rubro de la estética frente a un sistema que ofrece para ellas  inserciones laborales precarias e inestables. “Hoy los jóvenes optamos más por estos laburos: los varones abren barberías (en mi barrio hay una por cuadra), y nosotras espacios de uñas o pestañas. Me parece bien porque se labura un montón. Lo malo es que hay mucha competencia, pero muchos se animan a emprender porque no tenemos ganas de laburar con un patrón que te menosprecia, te hacen trabajar 14 horas al día y agradecé tener media hora para comer”, cuenta Camila, que tiene 20 años y es lashista hace cuatro.

Tomó los primeros cursos mientras todavía cursaba la secundaria. Empezó con unas pocas clientas que atendía en Villa Luzuriaga, partido de La Matanza, en la casa de sus padres, que la ayudaron con los primeros insumos. Ahora atiende en su casa en Laferrere, donde vive junto a su pareja y su hija de un año y medio. Había aprobado el primero de tres exámenes para ingresar a la carrera de Educación Física en la Universidad Nacional de La Matanza cuando supo que estaba embarazada. 

“Dejé todo y me puse con el emprendimiento. Ahora me va muy bien, tengo bastante clientela”, dice la joven. Si todo sale como planea, abrirá pronto su propio centro de estética. “Me encantaría poder darle trabajo a alguien de mi familia, a mi hermana (que está estudiando para hacer cejas) o a mi sobrina masajista que tiene 19 años”, comenta Camila, la menor de seis hermanos. Para sumar un ingreso extra, en marzo empezará a dar clases para principiantes, en su mayoría a jóvenes como ella que buscan una primera oportunidad laboral. Tal vez en unos años, anhela, lo pueda compatibilizar con los estudios universitarios que tuvo que dejar.

Cuentapropistas, emprendedoras, trabajadoras de plataformas: un universo tan diverso como urgente de ser atendido. “Creo que en paralelo a revisar lo que sucede con el empleo formal, el desafío es pensar cómo otorgar derechos laborales y mejores condiciones de existencia en ese pasaje de trabajos asalariados al trabajo independiente”, reflexiona Sosa.

Según la especialista, hay que legislar mejor las relaciones laborales en la economía de plataformas, que invisibiliza una relación de dependencia existente, hasta dar la discusión en torno a un seguro de desempleo para que personas en periodo de desocupación puedan recibir un ingreso, aunque sea mínimo. “Es un punto complejo porque nos lleva a pensar en qué tipo de trabajos se estaba pensando cuando se establecieron los derechos laborales y qué se podría hacer desde estructuras tan rígidas para prácticas laborales tan dinámicas y flexibles”, sigue Colombo. A eso se le suma una gran heterogeneidad de actividades que implican estas ocupaciones laborales y “el grado de aislamiento de las trabajadoras, en reacción a encontrarse con otres y pensar alguna forma de acción colectiva y consensos en torno a estos derechos laborales”.

Monotributo más llevadero, créditos para microemprendimientos más accesibles, formaciones en cuestiones legales y administrativas son algunas de las demandas que surgen de las entrevistadas. “Y redes de acompañamiento, encontrarnos entre pares profesionales. Eso es lo fundamental, porque emprender solo en Argentina puede ser realmente muy crudo”, expresa Florencia.




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