Que si sos varón y llorás sos maricón, que si una chica da más de dos besos en una noche es una puta, o si vestís de tal estilo sos groncho. Los comentarios machistas, misóginos y ofensivos suelen estar presentes entre las y los adolescentes, hoy en día escondidos detrás de un “chiste”. ¿Es una moda o los comentarios retrógrados que creíamos vencidos están volviendo?
Julián, de 17 años, está cursando quinto año de Secundaria. La semana pasada tuvo una evaluación de Lengua y Literatura, y hoy le devolvieron el examen: desaprobó. Se angustió tanto por la nota que se estresó aún más por su vida académica y personal. Estuvo a punto de llorar. Sus amigos, que siempre hacen quilombo y no aprueban las materias, se ríen y le dicen que es un “maricón” al ponerse mal por su nota. Julián les dice que se callen y no molesten, porque no da risa que usen esas palabras para hacerse los graciosos. Los amigos se sorprenden y le dicen “pará amigo, no es para tanto, es un chiste”, y se vuelven a reír entre ellos.
Desde hace un par de años atrás la comunicación empezó a cambiar ya sea por la evolución de la tecnología, de la sociedad, de la política. Mariano Caputo, investigador de la UBA y profesor en escuelas secundarias, cree que hay una transformación de las formas machistas de vincularse y de las formas de la agresión en la vida cotidiana, pero que no se trata del regreso de una manera de relacionarse trasladada al presente.
Además, el investigador comenta que “hubo una cristalización en el sentido común de un montón de ideas que tenían que ver con discutir la cuestión patriarcal. Pero también con discutir la discriminación en general, la cuestión de la inclusión”. Por esta razón, cualquier comentario agresivo y explícito dicho frente a otros tiene un castigo mucho más grande que una o dos décadas atrás.
Las y los adolescentes aprendimos desde pequeños a expresarnos libremente en nuestra vida cotidiana y en las redes sociales. Últimamente en las escuelas se nota más que nunca la utilización de un chiste, una risa o un tono sarcástico para esconder un comentario ofensivo. Los jóvenes creen que no lo hacen con una mala intención, pero terminan dañando a quienes no saben cómo reaccionar a esos dichos. Para entender mejor, nos referimos al uso de ciertas palabras, como “negro” o “negra”, “groncho” o “groncha”, “puto” o “puta”, entre otros, para referirse a una persona que hace algo que según la sociedad no debería hacerse o está mal visto. Como el ejemplo del principio, si un varón se comporta de una forma que se asocia más con la feminidad –llorar, en este caso– es “maricón” o “puto”, aunque solo expresa cómo se siente.
Estas expresiones también son formas de bullying o acoso escolar, y las y los estudiantes las siguen ejerciendo o padeciendo. El año pasado, el Ministerio Público Tutelar de CABA realizó una encuesta a 1.380 chicos y chicas de escuelas públicas y privadas que reveló que un 66,2% de menores de entre 12 y 18 años en la Ciudad de Buenos Aires (CABA) han sido víctimas o conocen a alguien que sufrió estos acosos. Una gran parte de los jóvenes encuestados expresó que "no habla con nadie" sobre estas situaciones.

Además, la ONG Bullying Sin Fronteras midió mundialmente los casos de acoso y ciberacoso, y Argentina quedó en el tercer lugar del ranking con 270.000 casos de bullying en todo el país en 2024.
Por otra parte, la encuesta hecha por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2020, demostró que casi la mitad de los docentes encuestados afirman haber recibido poca o ninguna formación sobre la violencia escolar durante su formación previa, y más de dos tercios dicen haber aprendido a gestionar la violencia escolar a través de la experiencia. Cuatro de cada cinco dicen que su responsabilidad es crear un entorno de aprendizaje seguro y que no siempre intervienen, por lo que solo la mitad de ellos se ocupan de los testigos del acoso.
Una entrevista con una estudiante de Secundaria del barrio Colegiales, da cuenta de que estas manifestaciones, con el tiempo, se vuelven más frecuentes. Según ella, pibes y pibas son autores de este tipo de comentarios, donde las chicas suelen opinar un poco más sobre su mismo género, y los varones no se reservan qué decir: “De las chicas salen mucho más comentarios como que si tiene las pestañas hechas muy gruesas, y las uñas muy largas y llamativas es una ‘groncha’, cosas de ese estilo. Los pibes le dicen todo a todos: si no jugas al fútbol sos ‘puto’ o sos ‘trola’ si te ves con más de un pibe a la vez”. La entrevistada agrega que después de esos comentarios intentan tapar la ofensa con la afirmación de que lo que dijeron es mentira o una “joda”.
La joven comenta que, además de imitar la forma de hablar de algunos influencers, este vocabulario puede venir de las familias o de sus compañeros de clase, quienes contagian los chistes. Esta forma de relacionarse se va naturalizando y va perdiendo gravedad en la sociedad porque los mismos adolescentes la normalizan.
En Argentina, estos comentarios pueden escucharse de streamers como Tino Mossu, un joven que da consejos sobre cómo ganar dinero rápido y fácil con cursos que vende online. En un video el influencer cuenta que en un shopping de Pilar comenzaron a aparecer cada vez más “villeros”, y se refiere despectivamente hacia ellos porque cree que muchos son quilomberos, sucios y que su forma de vestir genera rechazo. Así, da a entender cómo esos lugares que antes eran “de bien” –en este caso el shopping– empiezan a ser mal vistos por la presencia de este tipo de personas, dejando a los habitantes de las villas bajo el mismo estereotipo.
La distinción de la libertad de los varones por expresar sus opiniones que planteó la alumna entrevistada, no la ven solo los estudiantes. Caputo sostiene: “Lo que he visto en los varones es una lógica de vinculación mucho más afirmada en el insulto chistoso como una manera de construir una identidad y confianza grupal”. También cuenta que entre hombres se nota una terminología compartida que funciona como una puerta de entrada y salida a su grupo. Si se está dispuesto a pertenecer, se tienen que atravesar las complejidades de asumir un vocabulario que muchas veces es dañino o agresivo hacia los otros.
Como docente, cree que es cada vez más difícil la intervención donde los alumnos y alumnas entre sí se hablan de esta forma muy particular. Por ejemplo, en una situación donde un grupo de chicos se dirige en tono burlón a una persona con un problema de motricidad y la persona que en principio estaría siendo burlada participa de los comentarios en ese tono de burla, se complejiza decidir si se interviene o no, ya que de ambas partes se está utilizando ese modo chistoso.
En cuanto a las chicas, piensa que son muy distintas de los chicos debido a que en ellas se generó una tendencia general feminista sobre lógicas de cuidado y de respeto, lógicas no competitivas y solidarias entre mujeres. Así, formaron una manera de identificarse cada una con sí misma, y entre todas crearon herramientas conceptuales o de procedimientos para no padecer más situaciones de acoso, violencia o discriminaciones, o si se padecieran, organizarse para que no sigan ocurriendo.
Para afrontar este problema de las ofensas escondidas en bromas, lo mejor es que los docentes sean modelos de relaciones afectuosas y respetuosas, generen enfoques positivos para la gestión de conflictos, y guíen a las y los estudiantes para que actúen por sí mismos mediante iniciativas dirigidas por ellos mismos. Sin embargo, el trabajo no es solo para los profesores. ¿Acaso no se trata de que nosotros, como adolescentes, incorporemos pautas de respeto y tener más conciencia en lo que decimos y hacemos para no dañar a los demás?
—Este artículo se produjo en el marco de las "Actividades de Aproximación al mundo del trabajo y a los estudios superiores" (ACAP) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires"—
