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Vidas rotas, una reflexión sobre el triple femicidio en Florencio Varela

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Foto de portada: Alma Dalle Carbonara

Morena Verdi (20), Brenda del Castillo (20) y Lara Morena Gutiérrez (15) fueron torturadas, asesinadas, descuartizadas y enterradas dentro de bolsas, en el jardín de una casa, en Florencio Varela. Para sumarle horror, su muerte fue transmitida en vivo para un grupo de 45 personas. Estaban desaparecidas desde el 19 de septiembre y las familias las buscaban sin descanso. Por el triple femicidio hay cuatro personas detenidas e imputadas por homicidio agravado y la investigación sigue los rastros de una banda narco. 

El caso nos estremece por lo cruel y siniestro, y porque hace menos de una semana nos tildaron de exageradas por repudiar un trend de Tik Tok que hacía apología de la violencia de género al descartar mujeres en bolsas. Movilizaciones a lo largo y ancho del país convocaron con la consigna: “Basta de matarnos, todas las vidas valen”, pero no podemos evitar preguntarnos: ¿todas las vidas valen? ¿Qué pasa con las vidas de mujeres que empobrecidas y endeudadas hacen lo que sea para sobrevivir en un contexto cada vez más agudo de crisis económica? ¿Qué avanza cuando el Estado retrocede? ¿Qué queda después de la motosierra?

No nos pasamos tres pueblos, nos mataron tres pibas

Hace menos de una semana, estábamos volviendo a explicar por qué poner mujeres en bolsas no es un chiste, ni un trend, ni algo inofensivo. La época de exacerbación de la crueldad y de apología de la violencia machista nos exige tener que volver a explicar todo una y otra vez. En ese ejercicio de pedagogía militante y para aportar a la conversación pública, recapitulamos casos que nos estremecieron hasta el fondo. Volvimos a pronunciar los nombres que hicieron sensibilizar a una sociedad en algo que pareciera ya un tiempo muy lejano. Candela, Ángeles, Melina, Daiana. Niñas, adolescentes, mujeres pobres asesinadas y descartadas como cosas. 

Publicamos nuevamente sus historias, conmovidas, angustiadas, enojadas porque pareciera que sólo a nosotras y nosotres nos importa. Los comentarios en la publicación no hicieron otra cosa que confirmar ese dolor repleto de nombres propios e historias truncas que llevamos a cuestas. Todos esos casos que nos pusieron de cara con la veta más cruel y brutal del patriarcado que es el femicidio. Y que además comparten otra condición: la pobreza y la extrema vulnerabilidad.

Hoy, nos encontramos hablando de nuevo sobre la desaparición y el asesinato de tres pibas. Morena, Brenda y Lara, asesinadas y descartadas. Otra vez mujeres desechadas como cosas. La violencia machista, pero también el empobrecimiento y las situaciones límites que se abren cuando se cierran todas las puertas de contención de un tejido social y económico completamente roto. El morbo de los medios que cubren estos casos cuando encuentran los condimentos con los que llevan agua a su molino y asignan al voleo a los responsables políticos. Y, por otro lado, las víctimas son las culpables por subirse a la camioneta, por ejercer la prostitución, por ser viudas negras, por la vida que llevaban o por cualquier motivo que no aborda en absoluto la complejidad del caso: la presencia paraestatal de organizaciones narco, la connivencia con el poder, la feminización de la pobreza y la espectacularización de la violencia contra las mujeres. La lupa siempre se posa sobre nuestras vidas. 



Feminización de la pobreza

En la misma semana en que el gobierno nacional vuelve a endeudar a la Argentina con el pedido de un préstamo al tesoro de los Estados Unidos por U$D 20.000 millones, la crisis económica recrudece y la implementación de las políticas económicas neoliberales cercena nuestros presentes y futuros. 

“La situación difícil que vivimos como país, en materia de seguridad está a la vista y en materia económica, uno a veces tiene que tener dos, tres laburos para llegar a fin de mes y, a veces, ni con eso alcanza. Me constaba que mis dos primas estaban sin trabajo y seguramente habrán caído en la tentación de ‘plata fácil’”, describió Federico, primo de Morena y Brenda, en un móvil de C5N. 

De acuerdo al informe La desigualdad de género se puede medir de Ecofeminita, en el primer trimestre de 2025, casi 1 de cada 5 mujeres jóvenes busca trabajo y no consigue y la brecha de ingresos entre mujeres y varones, en el trabajo informal, es de 32,7 por ciento.  

“Si no recomponemos el tejido social que está roto. Si no nos hacemos cargo de que no le pasa a cualquiera. Dejen de repetir ese discurso clasista de que le puede pasar a cualquiera. No, le pasa a las pobres. Son las pobres el sujeto descartable de este gobierno nacional”, afirma Georgina Orellano, presidenta de AMMAr, desde un megáfono en la convocatoria de ayer por la tarde, en Plaza Flores. 

La consigna que circuló en diversos carteles de la movilización decía: “Todas las vidas importan”, pero cuando son vidas de mujeres en situación de pobreza, ¿valen lo mismo? ¿Realmente estamos todas las mujeres expuestas a los mismos peligros? La invisibilización de las desigualdades en un contexto de endeudamiento y precarización de la vida hace al abordaje doblemente problemático. Porque sí, es indudable que la violencia de género es transversal a todas las clases sociales, pero los contextos de violencia económica no nos atraviesan a todas por igual, entonces, la crisis se vuelve doblemente peligrosa: por mujeres y por pobres. 

Como sostiene Luci Cavallero, socióloga, investigadora e integrante de Ni Una Menos, el endeudamiento es una guerra contra la autonomía de las mujeres que, en muchos casos las obliga a permanecer en situaciones de violencia. Con un Estado nacional que desmantela las políticas de género, restringe la asistencia a comedores, recorta asignaciones, planes y jubilaciones y destruye todas las herramientas de contención de un sistema ya demasiado roto, quienes están en los márgenes ya no tienen de donde agarrar. 

¿Dónde estaba el Estado para Lara, que con 15 años abandonó la escuela en la desesperación y en la falsa promesa de hacer plata? ¿Qué propuestas de futuro le brinda a los pibes y las pibas este presente de miseria? ¿Quién recibe a quienes frente a la necesidad son expulsados del sistema? 

Matan a las pibas en la cara de la gente

Cuando todos los resortes del Estado que contienen se destruyen, ¿qué puertas tocan las mujeres? ¿Y las mujeres pobres? El narcotráfico no es un fenómeno nuevo en Argentina y mucho menos su presencia en los barrios populares. Pero en tiempos de desarme del aparato estatal, lo que crece con estas organizaciones es el narcoestado. 

Las organizaciones criminales se cuelan por todas las grietas del tejido social que quedan abiertas. Le dan laburo a los desocupados, consiguen los bolsones de comida para los comedores que no dan abasto, financian el endeudamiento de quienes no logran ingresar al sistema bancarizado, reconstruyen las escuelas y salitas que el Estado abandona. El narcotráfico deja de estar solamente asociado a la comercialización ilegal de estupefacientes y a la trata de personas y pasa a ser un pilar que sostiene todo aquello que se descuida. Y esto no sucede sin nada a cambio. 

El asesinato de mujeres es algo de lo que hablamos, lamentablemente, hace demasiado y la presencia narco tampoco es una novedad, pero parte del horror que conmueve con este caso no puede escindirse del contexto social, político y económico en que se inscribe. El patriarcado, el capitalismo en su faceta neoliberal, la privatización y la pedagogía de la crueldad se anudan sobre nuestras vidas de forma específica. Como sostiene la antropóloga, escritora y activista feminista argentina, Rita Segato, en torno al asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, México, tomada por el narcotráfico: “El agresor que se apropia del cuerpo femenino en un espacio abierto, público, lo hace porque debe para mostrar que puede. Es la exhibición de la capacidad de dominio que debe ser reeditada con cierta regularidad. El poder está condicionado a una muestra pública dramatizada a menudo en un acto predatorio del cuerpo femenino”. 

La violencia expresiva con que este caso se nos presenta tiene ese doble movimiento: se ejerce para con las víctimas, pero también para con todas las personas que asistimos a la espectacularidad. Son esos crímenes de la nueva forma de la guerra de los que habla Segato, que se dan en estos contextos de conflictividad propios de un continente económicamente endeudado, socialmente arrasado y de paraestatalidad en expansión. De esta manera, “la asociación mafiosa parece actuar en red” y lo hace presentándose como un “Segundo Estado que controla y da forma a la vida social por debajo del manto de la ley”. 

La crueldad con la que asesinaron a Morena, a Brenda y a Lara es una exhibición de la connivencia del patriarcado con el narcotráfico y del dominio cruel, de poder y de impunidad con el que cuentan. 

Si no tenemos la capacidad de comprender la intersección fundamental entre la precarización de las vidas y la violencia de género, no podremos dar las respuestas estructurales que necesita la problemática. Seguiremos poniendo parches aislados en islas sociales, nos seguirán tildando de pianta votos, seguirán culpabilizando a las víctimas y continuaremos conversando entre nosotras y nosotres. 

Los crímenes contras las mujeres son crímenes sociales, el asesinato de Morena, Brenda y Lara es un triple femicidio, no sólo porque se trata de mujeres masacradas, sino sobre todo por la connivencia necesaria entre vulnerabilidad, pobreza y género. Es imperioso comprender que, como explica Segato, “la violencia contra las mujeres no es un problema de interés de un grupo particular de la sociedad, sino el semillero, el vivero, el caldo de cultivo de todas las otras formas de violencia y dominación”.



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