Lucrecia Martel es de aquellas artistas que no requieren ser introducidas. Sus títulos resultan una presentación personalísima que se vuelve filmografía obligatoria para, al menos, cualquier argentino: La Ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza, entre otros, conforman una lista constituyente del cine nacional del presente siglo. Una interesante serie de cortos y documentales también forma parte de su obra y esta sección está por ampliarse, dado que en el reciente Festival de Cine de Venecia, Martel presentó Nuestra Tierra, film en el que la cineasta trabajó durante años para contar la historia del activista indígena argentino asesinado, Javier Chocobar.
Terminal Norte es un documental escrito y dirigido por Lucrecia Martel en una producción original para la plataforma CONTAR (dependiente del Ministerio de Cultura), cuyo estreno fue en 2021 en distintas salas del país.
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El unitario es protagonizado por Julieta Laso, cantora y compositora argentina que se dirigió a principios de 2020 hacia el norte del país con el fin de realizar un importante show compartido con otras artistas del folclore nacional. Como todo evento pautado para los primeros meses de ese año, el recital fue cancelado debido a la pandemia y la cuarentena obligatoria prolongó la estadía de las artistas en la provincia de Salta, lugar natal de varias de ellas. La impredecible situación infectológica repercute también en el rol de la cineasta en cuestión; se dirigía al show en calidad de acompañante, siendo pareja de Laso, pero como quien no puede contener el impulso artístico, Martel, que nació para mirar, hizo del cambio de planes un elogio del contratiempo.
El universo marteliano puede caracterizarse por distintas cosas, pero sin duda una arista fundamental consiste en un ritmo pausado que desestima el apuro. Aquí se inscriben tanto sus fechas de estreno (correspondientes a los extensos procesos de trabajo que lleva a cabo) como el desarrollo de las tramas que aborda. La velocidad atroz a la que el mercado acostumbra no tiene lugar en una filmografía que convoca a fijar la atención en aquello que suele ignorarse: una ruta vacía, una pileta sucia, unas toallas mal apiladas… Allí se gesta una forma específica de mirar que, aparte de detenida, es irreverente al insertarse en una sociedad que desvaloriza el tiempo laxo, aquel que no se adecua a la productividad que nos rige. Misma forma de mirar -de vivir- en la que nos sumergimos viendo Terminal Norte: enclave donde mujeres artistas, naturaleza y música confluyen contando sus historias y trayectos, articulando un anecdotario que registra atentamente Martel, cuya cámara parece mimetizarse con los relatos que se dan en esa suerte de aquelarre.

La intromisión de la cámara entre Laso y Martel no es nueva: en 2018, la cineasta dirigió uno de los videoclips del disco de su pareja, Martingala. Fantasmas es el nombre de aquel tema y retrata a Laso en una situación bien distinta a la del documental: sí Terminal Norte desconoce de paredes, límites físicos, y solo retrata la nostalgia cuando alguna de las artistas relata momentos pasados trascendentes para su identidad, el videoclip que nuclea a la pareja presenta una atmósfera de encierro tedioso. Sin embargo, el juego de luces y sombras tan característico de la directora es un denominador común.
En el documental aparecen versiones de distintos tangos, incluyendo algunos clásicos de la protagonista, como Cara de gitana, aunque también hay lugar para el trap: BYami, rapera del noroeste que reivindica al lugar donde creció, propone entre copleras y artistas folclóricas un espacio para el perreo. Es el ejemplo claro de la particularidad que encarna cada integrante de este improvisado encuentro.
La complicidad que se genera entre estas mujeres colabora a una atmósfera íntima en donde tanto la protagonista como otras integrantes del grupo abren una puerta a su historia mediante la música: se trate del ritmo acalorado y moderno de BYami o de las coplas que, en boca de Lorena Calpanchay -primera coplera trans- rezan “conciencia, memoria y resistencia”, las voces que escuchamos en los aproximadamente cuarenta minutos del documental redefinen los ritmos y cantos del noroeste mientras descentralizan la cultura.
Entonces del contratiempo causado por la pandemia y la cancelación del show, una cámara que se fija -en sentido curioso pero también objetivo, determinado- en la mirada tan aguzada de Laso a través de los ojos de Martel, ha sido gestada una obra que mezcla lo privado con la lucha, la experiencia individual con la importancia de lo colectivo, la música con el silencio.
Durante los primeros planos del corto escuchamos: “No está amaneciendo. Esas luces son de autos que pasan. Era difícil saber la hora en esa época”. Diálogo propiamente pandémico que refuerza una tesis que hoy, frente a la medición desenfrenada de un reloj que parece no solo corrernos, sino perseguirnos, atacarnos, resulta revolucionaria: lo único que no importa es el tiempo.
