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En la construcción de opiniones ciudadanas, cada vez prevalece más el sesgo de confirmación: ante un nuevo acontecimiento, se tiende a seleccionar la información que refuerza creencias previas. La escuela, el lugar de la construcción de “lo común” a partir de “lo distinto” por excelencia, se torna entonces el espacio ideal para desarmar la lógica algorítmica y tensionar lo que se presenta como “evidente” para les estudiantes. 

Nota colaborativa entre Gloria y Loor y Feminacida


El intento de magnicidio a la vicepresidenta de la Nación televisado y reproducido en loop en las redes sociales trajo una serie de desafíos para les docentes, en particular para quienes trabajan en las áreas de Comunicación y Prácticas del Lenguaje. En un solo hecho mediatizado caben varios contenidos interesantes de ser abordados desde estos espacios: la diseminación del sentido en la era de la “posverdad”, la performatividad de la palabra, la construcción de los discursos de odio y lo que será motivo de análisis de este artículo: el famoso “sesgo de confirmación”, que no es otra cosa que la tendencia a reforzar creencias personales y previas ante una información nueva.

“No sé si está montado, pero es más un escándalo que un crimen”, opina un estudiante que suele descreer de quienes ejercen cargos políticos. “Más que una plaza en defensa de la democracia, fue una plaza partidaria”, sostiene otra estudiante crítica de los partidismos. El aula devenida en foro plantea, entonces, una oportunidad única: confrontar distintas lecturas, proponer esquemas de interpretación que les permitan a les pibes analizar un problema desde una perspectiva nueva. ¿Qué es la escuela sino eso, el lugar donde se tensiona lo dado y surge una pregunta donde antes solo había lugares seguros?

El sesgo de confirmación

La psicología cognitiva define al sesgo de confirmación como lo que ocurre cuando la mente se enfoca solo en aquella información que confirma lo que se pensaba previamente. Las Ciencias de la Comunicación tienen la lupa en este fenómeno por distintos motivos. Uno es el interés por lo ideológico, es decir, cómo los sujetos experimentan la realidad espontáneamente, con qué marcos interpretativos la vivencian, qué es aquello que se presenta como evidente y cómo todo esto se expresa en las palabras con las que nos referimos al mundo. 

“La quieren matar a Cristina porque odian al peronismo”, “Está todo armado para que gane las elecciones” son solo dos ejemplos que responden a formaciones discursivas bien distintas, pero que tienen un aspecto en común: se presentan con fuerza de evidencia para el sujeto. Se trata de un dispositivo que pone tanto a estudiantes como a docentes en una encrucijada intelectual −y hasta emocional− interesante. Porque nadie dudaría de cómo mira el mundo en el sentido más elemental y profundo, se necesita construir y otorgar sentido para vivir y, sin embargo, el análisis discursivo de lo ideológico en la escuela es una invitación a cuestionar esa propia lógica de funcionamiento. ¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Podría ser de otra manera? ¿Por cuántos discursos soy hablado?


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El sesgo de confirmación es un aspecto central a estudiar en ese proceso. Retomando el ejemplo, el atentado contra CFK fue un hecho de suma gravedad institucional en sí mismo, pero se presenta como necesidad asignarle algún componente discursivo que confirme nuestros propios prejuicios. El consumo de noticias y la producción de opiniones en el espacio digital están muy marcados por esta racionalidad y acá es donde cobra fuerza otra dimensión curricular de relevancia para la Comunicación en la escuela secundaria, que es el funcionamiento arquetípico del algoritmo. De hecho, la serie en Educación Digital, Programación y Robótica de la Ciudad de Buenos Aires invita a adecuar las propuestas didácticas a los cambios digitales que marcan nuestro tiempo. Dentro de sus contenidos se encuentra, precisamente, el “análisis crítico de fenómenos relacionados con el uso de algoritmos en plataformas digitales”.

Lo cierto es que en las redes sociales se tienden a generar burbujas de contenidos muy similares de acuerdo al perfil de cada usuarie. Tiene una explicación muy simple: las personas prestan más atención al contenido político que se ajusta mejor a su propio pensamiento. Esto atenta tanto contra la diversidad como contra el debate político y conforma distintas agendas en donde cada una pareciera representar “lo que piensa la gente” o al menos “de lo que quiere hablar la gente”.

Un buen ejercicio con les estudiantes para mostrarlo es observar al azar dos inicios de Twitter de compañeres con rasgos muy diferentes. Los gustos, intereses y las opiniones de cada une delinean los contenidos que son factibles de aparecer en cada caso. Como escribió Esteban Magnin en Revista Anfibia, “los algoritmos van empujando a los ciudadanos hasta los bordes de sí mismos, hacia las expresiones más radicalizadas que permite su subjetividad”. 


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Como casi todo en Comunicación, es importante analizar este fenómeno tanto desde la producción como desde el consumo o reconocimiento. En el primer caso, se trata de identificar las prácticas y los intereses de los grandes conglomerados tecnológicos que refuerzan el sesgo de confirmación.  Las empresas tienen la necesidad mercantil de retener la atención de los usuarios y usuarias mostrándoles aquello con lo que estarán más de acuerdo ya que les permite absorber más datos personales que luego se capitalizan en publicidad. Que nuestres alumnes puedan reconocer esa dimensión comercial y económica tiene que ser un objetivo de aprendizaje porque, además, abona a uno de nuestros mayores propósitos de enseñanza en la orientación que es dar cuenta de que la tecnología no es neutral. La “alfabetización digital” tiene mucho más que ver con generar miradas atentas a las condiciones de producción de los discursos que con la perspectiva instrumental que la asimila a “enseñar a usar las nuevas tecnologías”.

Otro punto clave en la producción es el rol de los medios, que también atañe a les docentes de otras áreas. El diseño curricular del ciclo básico de Lengua y Literatura de la Nueva Escuela Secundaria (NES) de la Ciudad de Buenos Aires plantea, entre sus propósitos de enseñanza, “promover el análisis y la interpretación crítica de los mensajes provenientes de los medios masivos de comunicación, haciendo hincapié en la perspectiva de estos medios en relación con representaciones, identidades, valores y estereotipos que circulan en la cultura”.

Si bien hace rato asistimos a una transformación de las maneras de informar y comunicar, donde ni los medios ni les periodistas son los únicos que detentan ese rol, se vuelve central distinguir con les estudiantes la responsabilidad de cada enunciador. Los medios conforman pactos específicos con sus audiencias que son muy distintos a los de un influencer o un político. Si de criterio y compromiso periodístico se trata, entonces, ¿contribuye a una comunicación más democrática, diversa y plural que los contenidos mediáticos apelen a los posicionamientos previos de sus audiencias? ¿Es posible que sea de otro modo? ¿Cuáles son los costos editoriales de romper con el sesgo de confirmación? 


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Aunque la relación entre la producción y el consumo sea mucho más reticular en los fenómenos mediáticos o digitales, la distinción teórica tiene efectos potentes en términos didácticos, permitiendo diferenciar tipos de enunciadores y enunciatarios y profundizar en las prácticas que abundan en cada uno de estos ámbitos. En el polo de los “prosumidores” o del comportamiento de les usuaries −los antiguamente llamados “estudios de la recepción”− se presentan una serie de dimensiones ricas de análisis. 

Una es la apropiación y difusión de las fake news. Es mucho más difícil dudar de la veracidad de una “noticia” si en algún punto “nos da la razón”. Y también es muy difícil hacer un trabajo de inteligencia por cada noticia que recibimos. Precisamente, por algo hay profesionales que se forman para trabajar con la información como insumo y dedican gran parte de su día a dialogar con fuentes o chequear datos. Periodismo básico y, una vez más, la importancia de distinguir roles en la comunicación.



Sin embargo, en la educación en medios se vuelve imprescindible retomar ciertos criterios básicos a la hora de chequear una noticia. Esta dimensión también es parte de los objetivos de aprendizaje que propone el ciclo básico de formación en Lengua y Literatura en CABA. En primer lugar, hay que verificar la fuente. Hoy por hoy es cada vez más habitual que tanto textuales como imágenes o audios circulen por WhatsApp totalmente descontextualizados de su lugar de origen. Si, en cambio, fue publicado en alguna red social o medio es necesario preguntarse: ¿Quién lo dice? ¿Cuántas personas más lo dijeron? ¿Tienen alguna responsabilidad o legitimidad que respalde eso que dice?  Además, es central chequear la fecha de la publicación, leer más allá del titular, consultar o revisar las redes de algún comunicador/a de confianza.

De todas formas, más que un decálogo de buenas prácticas informativas, tal vez sea más desafiante ahondar en la dimensión “incontrolable” del asunto. La efectividad de las fake news no se explica solo en términos racionales, estos contenidos suelen movilizar elementos emocionales de nuestra propia identidad que “nos exceden”. Si no comprendemos que las significaciones también se organizan libidinalmente, que hay una materialidad afectiva e inasimilable que portan nuestros discursos, estaremos lejos de abordar el problema en todas sus aristas. ¿Estamos dispuestos y dispuestas, entonces, a lanzarnos a esa pregunta destinada casi al fracaso? ¿Por qué y cómo pensamos lo que pensamos?


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