La exigencia estética no es un tema superficial. Afecta cómo pensamos, cómo nos sentimos y cómo vivimos. Hablar de salud mental también es hablar de belleza, de autoimagen y de las presiones invisibles que sostienen el malestar cotidiano.
Por Lic. Clara Roqué
Si tuviera que pensar qué quiero decir hoy, en la Semana de la Salud Mental, sobre la relación entre salud mental y mandatos de belleza, lo primero que me viene a la cabeza es compasión.
Compasión por todas las mujeres que somos víctimas de esta presión. Por lo agobiante que es. Por la energía que consume.
Crecemos en un mundo donde hay que cumplir con estándares de belleza extremos, poco auténticos y prácticamente idénticos para todas: el mismo cuerpo, la misma cara, las mismas cejas, el mismo peso, forzosa delgadez, y si se pudiera, hasta una altura estándar.
Y esto que parece “normal” tiene un impacto en la salud mental enorme, aunque no siempre lo veamos. La cantidad de mujeres que sufren psicológicamente por este tema es inconmensurable. Porque llo validado no es solo cumplir: es estar siempre intentando cumplir. Si te relajás, sos “dejada”, “descuidada”, “machona”. El mundo no solo exige que encajemos, sino que estemos esforzándonos por hacerlo.

Vivir con el tironeo constante
Es muy difícil sostener ese tironeo interno: por un lado, fortalecer los propios recursos, poner la cabeza en el trabajo, en el desarrollo personal, profesional o académico, cultivar vínculos y amistades; y por otro, no dejar nunca de controlar la apariencia para seguir cumpliendo con los mandatos.
No se puede todo. Entonces, finalmente, la presión estética nos quita fuerza y energía para todo lo demás que hace la diferencia.
¿Alguna vez escuchaste a alguien decir “me junto con Josefina porque tiene las cejas bárbaras” o “amo charlar con Lauri porque es re flaca”? Jamás.
Nadie cultiva su vida cumpliendo los mandatos de belleza. Esa carrera nos aleja de lo que realmente trae bienestar psicológico. Así, la salud mental se ve directamente afectada. Y ni hablar en los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), donde un trastorno mental grave puede entrar en la vida de una persona —y de una familia— a través de una dieta, de la idea de “cuidarse”, de los mandatos de belleza y las exigencias que se viralizan con la rapidez con la que se actualiza una tendencia en TikTok.
Cuando lo que valemos se mide en el espejo
Cuando una persona empieza a sentir que no encaja, que su cuerpo “falla” o que se ve “mal”, el intento de corregir esa supuesta falla se vuelve una trampa.
Empiezan las dietas, los cambios forzados en la alimentación, las estrategias para alcanzar una imagen imposible. Y aunque parezca una elección inofensiva, esas conductas alteran la mente.
Llevar adelante una restricción alimentaria tiene consecuencias psicológicas concretas: la mente se vuelve rígida, se fija en el detalle, pierde flexibilidad.
El hambre hace pensar todo el tiempo en comida, y ese combo —rigidez y hambre— captura toda la atención, toda la energía, todos los aspectos de la vida.
La persona no puede concentrarse en otra cosa. Lo único que queda es el cuerpo y su “defecto”. Lo que comienza como una dieta se cristaliza en una identidad que muchas veces desencadena un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA).
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Mandatos que se disfrazan de salud
Hoy los mandatos son más sofisticados. Ya no se presentan sólo como “belleza”, sino como “salud”, “buenos hábitos”, “bienestar”. Pero detrás de muchos de esos mensajes se esconde lo mismo de siempre: controlá tu cuerpo. Hacelo más chico, más joven, más perfecto.
Mientras tanto, la cabeza se llena de exigencias y culpa.
Hacia una salud mental más libre
En Tándem lo vemos a diario: la presión estética no es un tema menor; es una fuente de sufrimiento real. Las mujeres llegan agotadas, confundidas, atrapadas entre el deseo de relajarse y el miedo a no gustar, a no pertenecer. Esta angustia también afecta a madres y padres que observan con preocupación cómo los estándares de belleza dictan el bienestar y la percepción de éxito de sus hijas en un mundo que exige su cumplimiento.
Por eso, hablar de salud mental también es hablar de belleza.
De los cuerpos, de la autoimagen y del peso simbólico que tienen en nuestras vidas. Necesitamos dejar de normalizar el malestar y construir una mirada más compasiva, más libre y más realista. Una donde la salud mental no se mida en talles ni en reflejos de espejos, sino en la posibilidad de vivir con menos culpa y más libertad.
Acerca de la autora
Clara Roqué es psicóloga, fundadora y directora de Tándem Psicoterapia, una organización de asistencia y formación en salud mental. Junto a Carola Pechon lleva adelante la desafiante tarea de liderar profesionales en este campo. Hoy cuentan con un equipo interdisciplinario que brinda programas de tratamiento especializados en problemáticas frecuentes en adolescentes y adultos como son los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y las dificultades emocionales severas, además de ofrecer psicoterapia cognitivo-conductual a quienes lo requieran. Paralelamente, forman profesionales con la convicción de que cada vez haya más colegas capacitados para detectar y abordar los TCA (anorexia, bulimia, etc).
