Es imposible leer las historias de Nuria y Mariela abandonando el contexto en el que surgen, porque hoy no serían narradas de tal manera. Con la gestión de Javier Milei y la disolución de la Dirección de Asistencia Directa por Situaciones Especiales, pacientes oncológicos y de otras patologías severas dejaron de recibir medicamentos indispensables para sus tratamientos. Una crónica que demuestra que el avance de la medicina no es suficiente cuando el Estado retrocede.
Corre el 2010. Nuria está sentada en una sala de espera. No hay de qué alarmarse. Después de todo, es solo su control de rutina. Si a algunas mujeres se les estruja un poco el corazón cuando su ginecóloga le palpa las mamas, aquellas a las que el fantasma del cáncer las ha rozado de cerca saben que la probabilidad de que algo no esté como e debe es aún mayor.
“Mi mamá tuvo cáncer de mama tres veces, así que desde muy joven tenía mucha precaución en hacerme controles cada seis meses”, cuenta Nuria. Desde el patio de su casa en San Miguel, provincia de Buenos Aires, intenta rememorar el inicio de esta historia. Un cuento de terror, sí. Una serie de esas donde no se puede creer que a la protagonista le pase de todo, también. Sin embargo, la vida de Nuria es la historia de una mujer que supo y sabe enfrentar ese padecimiento que desde hace quince años habita en su cuerpo.
En uno de esos controles de rutina, un pequeño nódulo asomó en una de sus mamas. Los médicos buscaron pistas en una ecografía que no mostró signos de malignidad. Su ginecólogo le dijo que se quedara tranquila. Aunque la “intuición femenina” no exista como tal, algo no le cerraba.
“Siempre es bueno que una conozca sus mamas, el famoso autoexamen tiene que ver con eso”, afirma a Feminacida la Dra. Emilia Cecchetto, integrante del equipo de Mastología del Hospital Posadas. “Las mamas son asimétricas en todas las mujeres, pero si conocemos las nuestras podemos ver si hay un cambio que nos llame la atención.
La mastóloga recomienda, además de hacerse los controles anuales, estar atentas tanto en la mama como en el pezón a cambios de coloración, bultos o partes que notemos más asimétricas de lo normal, retraídas hacia adentro o secreciones. Conversa con la señal de internet que va y viene desde su consultorio, seguramente en un bache entre las más de 300 pacientes que se atienden por semana en el servicio en el que trabaja.
Ese instinto de que algo andaba mal la llevó a Nuria a emprender el viaje de San Miguel a la Ciudad de Buenos Aires para consultar a un especialista en patología mamaria. La escena difusa que su memoria aún conserva muestra a un médico que, en seco, le dijo:
—Que tu mamá haya tenido cáncer de mama no significa que vos lo tengas.
Nuria salió de ese consultorio con sus estudios en la mano y la bronca de sentir que la trataban de histérica. Su sensibilidad acrecentó la angustia y volvió con su ginecólogo a pedirle que, a pesar de que “no fuera nada”, se lo sacara. Su determinación, esa misma que la acompañaría durante el resto de esta historia, la llevó a poder operarse dos meses después de que le hubieran encontrado el nódulo. Y eso, quizás, le haya salvado la vida. El resultado de la biopsia arrojó un resultado que dejó mudos a los médicos que se habían llenado la boca confiándole tranquilidad. Sin embargo, lejos estaba esa noticia de ser una victoria: 1 de cada 8 mujeres va a tener cáncer de mama en algún momento de su vida. Y Nuria era una de ellas.
Se trataba de un cáncer ductal infiltrante. Según la National Breast Cancer Foundation, esta variante de la enfermedad representa el 80% de los casos, pero atrapado a tiempo tiene una sobrevida del 95%. Nuria está acá, peleándola en una tempestad cuyas olas la han embestido a lo largo de los últimos quince años con metástasis en la piel, el hígado y los huesos. Pero tal vez, si se hubiera guiado por lo que le decían sus médicos, no podría contar ni continuar escribiendo su historia.
El médico tuvo la voluntad de operar. Sin embargo, las cosas no iban a salir como estaban planeadas. “Era verano y los profesionales que podían atenderme por IOMA estaban de vacaciones, así que mi hermana me ayudó y me operé en el Hospital Británico”, relata.

Nuria está afiliada a la obra social de las y los trabajadores del Estado de la Provincia de Buenos Aires. A mediados de octubre de este año, el gobernador Axel Kicillof y Nicolás Kreplak, ministro de Salud de ese distrito, anunciaron la baja de la edad de indicación para realizar la primera mamografía: antes era a los 50 y ahora, a los 40 años. Hace quince, a Nuria no le quedó otra opción más que recurrir al sector privado para poder hacerse la cirugía lo antes posible.
Según el Instituto de Oncología Ángel Roffo, hospital dependiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en Argentina el cáncer de mama es la causa más común de cáncer y representa más del 30% de los tumores. Además, un estudio reciente de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer, publicado en la revista Nature Medicine, afirma que para el 2050 los casos habrán aumentado un 38%. Sin embargo, “hay que evaluar si es realmente un aumento o si tiene que ver con que está aumentando el diagnóstico”, advierte Emilia Cecchetto.
Los avances tecnológicos han mejorado el screening que permite detectar la enfermedad en etapas tempranas; algo vital dado que el cáncer de mama, tratado a tiempo, puede tener un 90% de sobrevida. Aunque el aumento en la expectativa de vida de las mujeres hace que el cáncer se siga diagnosticando incluso en edades tardías, también se ve en mujeres cada vez más jóvenes, principalmente aquellos tipos de cáncer vinculados a factores genéticos o antecedentes familiares. Según Cecchetto, son solo el 10%.
En el transcurso de 15 días, Nuria vio dos veces el interior del quirófano. Y es que la primera intervención reveló que lo que había en ese nódulo —que a priori “no era nada”— se había extendido a los ganglios y la piel. Nuria tuvo la oportunidad de operarse, pero en un país cuyo presidente cree que la casta son los pacientes oncológicos, cada vez son más aquellos a quienes sus obras sociales no les entregan los medicamentos que necesitan o les ponen trabas en el acceso a tratamientos como la quimioterapia.
En julio de este año, Javier Milei decidió cerrar el Instituto Nacional del Cáncer (INC), organismo que en 2016 había sido descentralizado del Ministerio de Salud y funcionaba de forma autárquica realizando tareas de prevención, investigación y tratamiento de la enfermedad. Sus funciones se trasladaron a la cartera que preside el muy cuestionado Mario Lugones. Las mismas decisiones que antes se tomaban directamente desde un principio junto al ministro, hoy deben pasar primero por una eterna cadena burocrática antes de aplicarse.
A fines del año pasado y a 365 días de haber asumido Milei, más de 60 personas habían perdido la batalla gracias a que el Estado, ese mismo que debe garantizar el derecho humano de sus ciudadanos a la salud, no les entregó la medicación que necesitaban. Con el cierre de la Dirección de Asistencia Directa por Situaciones Especiales (DADSE) en diciembre de 2024, a julio de 2025 más de 1900 personas seguían esperando a que los habiliten para recibir su tratamiento.
En ese contexto, Mariela sabe que atenderse en un centro con la infraestructura que tiene el Hospital Italiano es un privilegio. Su historia comienza unos meses antes de que la motosierra de Milei arremetiera contra la salud pública. Al igual que Nuria, era prolija con sus controles; se los hacía siempre a principios de año. Pero llegó marzo de 2023 y se dio cuenta de que se le había pasado sacar turno. A pesar de tener una prepaga, cuando quiso hacerlo no consiguió una cita con su ginecóloga hasta noviembre. No le preocupó; no notaba nada raro ni lo hizo durante esos ocho meses que siguieron. Por eso, cuando finalmente llegó el día de la consulta de rutina, las palabras de su médica la tomaron por sorpresa:
—¿Te diste cuenta? Tenés un bultito.
A partir de ahí, Mariela fue absorbida por un torbellino que la llevó de estudio en estudio durante todo ese mes. Sintió los apretones de la mamografía, al ecógrafo recorriendo su mama sobre ese gel helado y viscoso, y la aguja de la biopsia que le hizo el mastólogo al que la derivaron.
Su ginecóloga la guió a través de ese agujero sin fin en el que no entendía qué pasaba y, a la vez, iba cayendo poco a poco en la cuenta de lo que se le venía. Para cuando le dieron el resultado, lo que había logrado comprender durante todo el proceso de diagnóstico amortiguó un poco el impacto de esa palabra que, siempre que se nombra, cae como un yunque. La operaron un 22 de diciembre y, mientras esperaba el resultado de la segunda biopsia, se subió al auto con su marido y sus tres hijas y partieron rumbo a Reta, un pueblo de la Costa Atlántica al que siempre van de vacaciones.
Durante ese viaje recibió un correo electrónico que la hizo terminar de caer en la realidad: “Tenía que volver a fines de enero para ver al mastólogo, pero me llegó un mail suyo mientras estaba allá diciéndome que necesitaba que saque turno con un oncólogo. Estábamos en el auto y ahí me cayó la ficha”.
El miedo a la enfermedad es, muchas veces, proporcional al miedo al tratamiento. En sus comienzos, la estrategia de las batallas de Mariela y Nuria fue la misma: la sucesión entre quimioterapia, radioterapia y medicación. El camino es largo, sinuoso y está plagado de piedras. De repente, ese cuerpo que no mostraba ningún signo de enfermedad comienza a verse enfermo. La ropa no queda igual; baja el peso y, literalmente, hay una parte que falta. Las llagas invaden la boca y la garganta se incendia por dentro. Comer duele. Tomar agua duele. Todo duele.
Las manos se llenan de mechones de pelo después de cepillarlo. Un día, no queda otra que raparse. No hay ni cejas ni pestañas ni vello en ninguna parte del cuerpo. Es raro sentir en demasía el agua cuando cae en la ducha sobre un cuero cabelludo virgen. Es raro saber que ese líquido flúo, a pesar de ser tan tóxico como parece, está salvando la vida.
“Tenía una soledad indescriptible. Estaba acompañada por mi marido, mis amigas, tenía mucha gente pendiente y yo siempre digo que fue ese amor colectivo el que me fue empujando. Podés tener una red gigante de amor y contención, pero te sentís sola igual”, confiesa Mariela.
“Se les ofrece la posibilidad del acompañamiento por una psicóloga que está especializada en pacientes con cáncer”, comenta Cecchetto sobre la forma en la que trabajan en el equipo interdisciplinario del que forma parte en el Hospital Posadas. “Hay pacientes que se deprimen y se mueren al año porque la idea de tener cáncer ya es insoportable—afirma Nuria—. Es como tener una sentencia de muerte a flor de piel, pero yo traté de no vivirlo nunca así”.
Cree que lo que la sostuvo y continúa sosteniendo en esta nueva etapa de su tratamiento, en la que la medicación le lastima las manos y los pies, es el siempre haberse mantenido ocupada y no haber dejado nunca de, como se puede, disfrutar la vida. Trabaja como psicóloga, viaja, canta en el coro y pasa tiempo con sus cuatro hijos y su nieta. “Me parece que por ahí va bastante el secreto también, ¿no? Si es que hay uno”, dice riendo.
En mayo de este año festejó sus 60 años. Hoy la enfermedad está controlada. El peso vuelve. El pelo crece, aunque en cada control el corazón se vuelve a la boca.
¿El miedo a las recaídas tiene un sustento científico? Según Cecchetto y la comunidad médica en general, las posibilidades de que la enfermedad reaparezca dependen del subtipo y de la etapa en la que se haya diagnosticado. Teniendo eso en cuenta, se vuelve aún más importante trabajar en la prevención y en llegar a un diagnóstico temprano. Según la Breast Cancer Research Foundation, el cáncer de mama en etapa 1 (cuando no se expandió a nódulos linfáticos ni otros tejidos) tiene una tasa de reincidencia de menos del 10% que aumenta al 30% cuando hablamos de una etapa 3 (en la que la enfermedad inicial ya había llegado a tejidos cercanos a la mama). En el caso de Nuria, su piel se había visto comprometida la primera vez y posiblemente eso haya causado que su batalla contra el cáncer perdure hasta hoy.
Llevaba cinco años de remisión, acababa de festejar sus 50 y, más allá de acudir a los controles, la enfermedad parecía ser cosa del pasado y la salud, del presente. Hasta que un día, de repente, su piel tomó el color amarillo de la alerta y la advertencia de que algo no estaba bien. Los estudios arrojaron como resultado las dos palabras que más teme cualquier paciente oncológica: recaída y metástasis. El cáncer había vuelto, pero esta vez en su hígado. Aquella herida que parecía cicatrizada fue reabierta y aquel ciclo que parecía haber terminado volvió al punto de partida.
Vinieron meses bravos hasta que su cuerpo comenzó a responder a esta nueva tanda de quimios. Sin embargo, los médicos le habían dicho que era inoperable, porque no se trataba de un solo tumor sino de varios nódulos en distintas partes del órgano. Estuvo tres años manteniéndolos a raya con la quimioterapia, rebatiendo todo su cuerpo una vez más hasta que, casi de casualidad, le nombraron a un médico en La Plata que acababa de volver de Estados Unidos y estaba operando casos como el suyo. Nuria no lo dudó y partió hacia la capital bonaerense.
La cirugía era dura: le tenían que sacar el hígado para remover las partes infectadas y volvérselo a colocar. El riesgo era enorme, pero la vida y los avances de la medicina le dieron una tercera oportunidad. Logró recuperarse y vivir tres años solo con terapia hormonal, porque su cáncer depende del estrógeno. Sin embargo, en 2018 la enfermedad quiso que la tercera fuese la vencida e hizo su aparición en los huesos. A partir de allí, fue variando, alternando y agotando todas las líneas de tratamiento posibles. La enfermedad no se fue, pero ella ya le demostró que sabe peleársela y que va a seguir haciéndolo todo lo que haga falta.
En el caso de Mariela, su cuerpo está libre de la enfermedad desde el año pasado. Al contrario de lo que muchos dicen, no siente que el cáncer le haya cambiado la vida. Pero se ocupa, de disfrutarla y de cuidarla, y agradece que el Hospital Italiano nunca le haya causado problemas. “Cuando me dieron la medicación, tuve miedo de que el Hospital tardara en aprobarla—revela—, pero las cosas se fueron dando bien y en tiempos más o menos considerables”.
Mariela lamenta leer y ver historias en todas partes sobre mujeres a las que la falta de respuestas y acompañamiento por parte del Estado les está robando la vida. Si bien a lo largo de estos quince años tuvo algunos inconvenientes con entregas de medicación y falta de insumos o turnos para estudios, Nuria cree que IOMA siempre le pudo solucionar esos problemas cuando sucedieron. Y es que la salud pública, si se apuesta en ella, funciona e iguala las oportunidades de sobrevida de todas las pacientes.
“El Hospital Posadas es un hospital que tiene las puertas abiertas —invita una de sus mastólogas—. Las pacientes se pueden poner en contacto a través de Whatsapp o el 0800 y también recibimos derivaciones de otros centros de salud y profesionales”.
Ya pasó el 19 de octubre, el “Día de Concientización sobre el Cáncer de Mama”. Para Emilia Cecchetto, las campañas que se impulsan durante “Octubre Rosa” ayudan a recordar que la enfermedad existe y hay que hacerse los controles.
Pero el cáncer no hiberna los once meses restantes. El cáncer está ahí y el Estado no debe correrse. Y el simple hecho de desarmar un slogan de campaña lo deja al descubierto: ¿acaso “defender la vida” no implica también proteger a sus ciudadanas?


