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"Errante corazón": todos estamos tratando de entendernos todo el tiempo

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Se cumplen cuatro años de la película Errante Corazón, dirigida por Leonardo Brzezicki y protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Miranda de la Serna. Filmada en Brasil y Argentina, estremeció las salas de cine y aún circula en funciones exclusivas y festivales. No solo por su nivel de actuación y su trama cautivadora, sino también por representar otras facetas de la masculinidad y su cruce con la sexualidad y la paternidad.

¿Cómo se representa la rotura emocional en una subjetividad atravesada por el desborde? ¿Cómo conviven el deseo, la responsabilidad y el placer? ¿Dónde se busca lo que no se encuentra? Si bien el film ya cumplió su etapa de estreno, se ubica como una de las más vistas en la plataforma nacional Cine Ar



El protagonista principal se encuentra en una fiesta. De fondo hay música electrónica, bebidas y el desorden de trasnochar resguardados en la casa de un integrante del grupo. Su presencia no pasa por desapercibida y se mezcla con el resto de las personas: desnudos, con ropa interior o entrelazados con otros cuerpos ocupan todas las habitaciones y revierten la solemnidad de una casa en la libertad de exhibirse y gozar. Mientras sus pares están sentados alrededor de una pizza conversando sobre la vida o en pleno momento sexual, Santiago está entre el disfrute y la inquietud. Su comportamiento deslumbra uno de sus puntos más característicos, el desborde. “No sé lo que me está pasando” es la frase que menciona pero no completa, que queda inconclusa pero que busca responder.

Aunque Laila es su regreso a lo tangible, es quien busca, demanda y protege, pero también pide respuestas. Protagoniza la debilidad de Santiago en una relación padre e hija que trasciende los límites de lo convencional y, muchas veces, se desdibuja entre el juicio y el acompañamiento. Laila no es una adolescente más: observa el mundo adulto y reconoce lo que quiere y lo que no. Su madre, artista radicada en Brasil, se define por una ausencia física y simbólica en la vida de su hija. Su padre también expone sus carencias, y su responsabilidad se transforma en uno de sus mayores desafíos: todavía no logra reparar en sus faltas ni encontrar un equilibrio frente al afecto desmesurado que intenta ofrecer.



En un verano caótico que promete la diversión del calor, Laila y Santiago comparten el tiempo y espacio con distinto ritmo. Se adentra en las fisuras del afecto y en los intentos fallidos de conexión. No busca redimir ni condenar, sino mostrar el pulso íntimo de quienes aman sin saber cómo, en no construir certezas, sino en la posibilidad de seguir intentando. Las fiestas, drogas y alcohol conviven con las fisuras emocionales, la responsabilidad de paternar y trabajar.

¿Por qué ver Errante Corazón?

Lo interesante de esta producción es que se corre de todos los lugares comunes. ¿Cuántas veces viste llorar a un padre? O aún más lejos, ¿cuántas veces viste llorar a un varón? Sin embargo la película no va tanto en lo explícito, y si lo hace lo transforma en una escena premiada por su estética. Errante Corazón es un llamado a reconocer la fragilidad en todos sus sentidos, se detiene en los detalles y en lo significativo. Hay varias aristas que dan cuenta de la originalidad de la historia donde la mayor complejidad es por parte del padre y en consecuencia su vínculo con Laila. Transformaciones que la ficción mainstream no explora demasiado: en las historias clásicas quienes protagonizan mayores escenas de conflicto son las adolescencias y refuerzan estereotipos asociados a la infantilidad y a la confusión de la pubertad. Aunque hay conflictos y reproches hacia sus progenitores, Laila también entiende a su padre, y muchas veces se suspende para acompañar.

Luego de un episodio de desquite, Santiago propone un paseo familiar con su madre y su hija. Tres generaciones van a pasar el día al campo de su ex pareja protagonizado por Alberto Ajaka. El reencuentro con un amor que no prosperó bastaría para ponerle palabras a lo que sucede: hay un ardor que no sana ni depende de un tercero. Ese día de campo terminó con una situación incontrolable que involucraría a Laila. Entre un pedido exclamado por ya no saber cómo pedir una cuota de cariño de Luis, la escena hace zoom en los problemas que se corren de la intimidad para traspasar a la escena pública.

Hay varios momentos del film que evidencian las idas y vueltas de vínculos que necesitan ser reparados. Santiago golpea su cabeza contra la pared, luego sale y se esconde. Sin embargo, al llegar a su casa, la cámara registra la ruptura entre la calle y el hogar: ese hogar que construyó con Laila, aun sabiendo que ella siempre encuentra en el escape una forma de seguridad, sea en su viaje familiar a Río de Janeiro o en Buenos Aires.

La ópera prima de Dolores Fonzi, Blondi (2023), tiene varias resonancias con esta trama, especialmente en esa relación medio ambigua entre padres e hijos que no surge porque sí: es justamente lo que dispara una distancia en mostrarse como hijo para mirar a sus mayores como pares. Ese vínculo, sostenido por un lenguaje compartido y sedimentado en el tiempo, se ve en la complicidad. Una complicidad que se transmite en las miradas, en la sincronía de movimientos y pensamientos. Laila también forma parte de ese entramado: es un reproche desde su lugar de hija, pero también un abrazo que sujeta y contiene. ¿Es común ver llorar a un padre? ¿Qué se hace cuando un padre ya no puede más?


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Otro de los logros de este film es el realismo del personaje que encarna Sbaraglia. Hay en ese ser y estar un ardor que no tiene comienzo ni fin, y aunque existe un formato que estructura la construcción del personaje, Santiago encarna un presente continuo. La película pareciera no concluir cuando la pantalla se vuelve negra: sus personajes pueden acompañarnos en la vida, e incluso reflejarse en nosotros mismos. “¿Tuviste una infancia feliz?” le pregunta Santiago a un chico que conoció una noche. “Por supuesto que no, tuve una infancia de mierda, pero trato de no pensar en eso, ahora todo es futuro” responde.

La obra de Brzezicki es una de las tantas películas que ha recibido apoyo del INCAA y se encuentra disponible en HBO Max y en la plataforma Cine.ar, actualmente amenazada por el avance de su privatización. Con más de dos millones de suscriptores, esta plataforma alberga cientos de películas que pueden ser vistas de manera gratuita y federal. Incluso en los rincones de nuestro territorio nacional, democratiza el acceso a las producciones audiovisuales y permite que el cine argentino circule como forma de entretenimiento, expresión cultural y encuentro con la escena pública. En este contexto, la sede porteña del INCAA se ha convertido en uno de los puntos de manifestación para la defensa de la industria nacional, con jornadas de lucha impulsadas por estudiantes de la ENERC, trabajadores audiovisuales, directores, actores y actrices.

Diseño de portada: Taiel Dallochio



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