Mi Carrito

El transodio avanza

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Diseño de portada: Taiel Dallochio

Seguramente habrás estado en una reunión con familiares y amigxs y habrás escuchado “chistes de trava” o inclusive los has dicho vos o te has reído de ellos. Tal vez hayas presenciado que una trava iba caminando por la calle y al pasar cerca de una construcción o cualquier otro rejunte de varones cis heterosexuales, se hayan reaccionado burlándose de ella. 

Generalmente, cuando un varón cis heterosexual ve acercándose a una travesti, codea o hace un movimiento de cabeza direccionado hacia la persona que se está aproximando para avisarle a sus colegas que es momento de burlarse del “bicho raro” que está viniendo, una especie de luz verde. Lo gracioso de todo esto es que, en realidad, es muy probable que de ese grupo de por lo menos tres de estos varones, dos le hayan escrito a una persona trans por redes sociales o por aplicaciones de citas para concertar una cita, un encuentro que claramente debe ser realizado en la oscuridad de la noche y dentro de cuatro paredes para que el mundo no sepa que ese motivo de burla es un reflejo del deseo que tienen reprimido.

Sin ir más lejos, muchas veces el nivel de represión es tan alto que ese deseo se convierte en una ira que decanta en un travesticidio: esto sucedió con Diana Sacayán y con muchas otras compañeras travestis que fueron víctimas del deseo reprimido de varones cis heterosexuales. 

Ahora bien, ¿qué sucede cuando este tipo de eventos se dirigen hacia lo macro, que pasa de ser un accionar de un grupo de personas para terminar convirtiéndose en cuestiones estatales? Si bien existe y lamentablemente existirá la figura del travesticidio, la misma se presentó a nivel parlamentario en un proyecto de ley. Travesticidio no es meramente una palabra, sino que implica reconocer ante la ley que existen los crímenes de odio simplemente por ser una persona trans. Visibilizar a nivel jurídico que a las personas las matan por ser travestis —y no pasa únicamente con las mujeres trans sino también con los varones trans—, que se las secuestra y desaparece, como el caso de Tehuel De La Torre.

¿Recuerdan que en febrero Milei designó a dedo a dos jueces de la Corte Suprema por medio de un DNU para justamente condenar a Cristina Kirchner? Ustedes me dirán qué tendrá que ver eso con el transodio. Bueno… Resulta que luego de dos semanas de ejercer esta acción dictatorial, el Congreso rechazó que uno de los jueces se perpetúe en el mando designado por medio de el presidente. Su nombre es Manuel García Mansilla. Sin embargo, antes de retirarse de su puesto, firmó un fallo que desestima la figura de travesticidio en el caso del asesinato de la activista trans Diana Sacayán. 



Imagínense el nivel de importancia que tenemos en la sociedad que un juez que fue designado por una causa que nada tiene que ver con la cuestión trans, antes de retirarse tomó en cuenta realizar este accionar. 

No muchos días atrás, Viviana Canosa en su programa de horario prime time acusó de pedófila a Lizy Tagliani, dos días antes de que se presentaran las condiciones para que pudiera adoptar, alegando que “se comía pebetes” y haciendo un acting propio de una estrella de cine. Se paseó por Comodoro Py sacudiendo su pelo frente a los noteros riéndose livianamente y diciendo que había presentado todas las pruebas para que, al cabo de una horas de ese mismo día y en su propio programa, dijera que no las tenía, que las pruebas las debía presentar la justicia (algo que se sabe que no es así) y que ella jamás había dicho que Lizy era pedófila. 



¿Por qué estos seres con tanto alcance mediático y tanto poder accionan de esta manera contra el 0,4% de la población argentina habiendo otros sectores multitudinarios que podrían ser excelentes competidores de los grupos a los que pertenecen estos actores transodiantes? ¿Qué peligro puede suponer nuestra existencia en la sociedad? ¿Por qué los ataques se van generando al mejor estilo de nado sincronizado? 

La respuesta es que justamente está relacionada con los avances de estas derechas radicales que son oficialismo a nivel gubernamental. Tal como dice Stefanoni, la simple existencia de personas de la comunidad LGBTIQ+, pero por sobre todo las personas trans, significa un peligro para los valores tradicionales. Porque nuestra existencia —para ellos— solo lo es a través del Estado. Por eso los liberpijis insisten en que no tienen problemas con nosotrxs siempre y cuando no nos tengan que pagar las hormonas, como si ellos pagaran algo, como si no hubiesen existido personas trans previo a la Ley de identidad de género, como si no hubiesen existido personas trans en plena dictadura o en pleno menemismo donde la policía tenía el poder de llevar a las travestis presas por salir a la calle con una ropa “distinta al sexo que correspondía”. 



Así es, la derecha asume que este magro 0,4% población representan un peligro para los 47 millones de argentinos y en esa “batalla cultural” que siempre mencionan pretenden invisibilizar nuestra existencia, por eso toman como prioridad desestimar la figura de travesticidio. Porque impedir que una persona se realice a través de conectar con su identidad ya sea haciendo un cambio registral, incorporando hormonas o simplemente vivir, es una forma de exterminio que no solamente es subliminal, sino que también está legitimada por el poder. Nuestra existencia molesta y a la vez es utilizada como el causante de todos los males como si de una caja de Pandora se tratase.

Por eso, estimadas, en estos contextos donde el transodio existe no solo en las “bromas” dentro de una reunión, sino ejecutada por un régimen disfrazado de gobierno democrático, en estas fechas es menester el accionar de las personas travesti trans con el apoyo y acompañamiento de las personas que, sin ser de la comunidad, puede prevenir estas actitudes de odio. Tal vez sea muy difícil impedir que nos maten o nos golpeen simplemente por existir, pero por lo menos si notamos que algún pariente o amigx hace un comentario transodiante, explicarles la importancia de no replicarlo. Nuestra comunidad lo agradecerá.



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