Mi Carrito

El limbo de los cuerpos que no encajan

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Hay algo eficiente en el modo en que los estándares binarios operan sin importar lo que hagas, siempre vas a quedar afuera de algo. Te dicen que seas “auténtica”, pero que, por favor, esa autenticidad no les incomode la vista ni la idea que se armaron de vos.

Recuerdo una vez que armaron una juntada tipo picnic en Palermo y el pibe que la organizó me dijo: “Preciso que vengas, pero tratá de no ser vos”. Esto se debía a que era una juntada de chicas trans y chicos cis que gustan de trans y el organizador no quería que los varones cis se sintieran incómodos con las preguntas que les podría hacer.

Mi vida ha sido atravesada por un casting permanente, y no solo desde el punto de vista cis. En su momento he tenido que picar boleto para que decidan si encarno “lo trans”, “lo trava”, “lo gay”... Siempre me llamó la atención cómo las personas fuera de la hegemonía decidían sobre las personas que estábamos aún más fuera de esa hegemonía, esas mismas personas que huían del encasillamiento heteronormado pretendían colocarnos en casillas.

Hace poco, en una entrevista con Pablo Ramuzzi, comenté algo que ya lo tenía incorporado desde hace tiempo pero que cuando lo mencionó otra persona me pareció importante verbalizarlo. Dije que me muevo en un espacio que para muchos es incómodo: demasiado trava como para recibir insultos transfóbicos, pero no tengo el passing suficiente para que me inviten a espacios para hablar sobre la cuestión trans. ¿Y quién decide eso? Bueno, una mezcla extraña entre la mirada cis que quiere un personaje “representativo” y el algoritmo mental de ciertos círculos LGBTIQ+ que reproducen, sin querer o queriendo, el mismo filtro: la imagen perfecta, lo aspiracional, lo vendible.

El passing, esa palabra que ya de por sí suena a aduana corporal, se convierte en la moneda de cambio. El passing son los elementos que durante la transición de una persona acercan a una coincidencia con los signos propios de lo que es ser un varón o una mujer para un punto de vista binario. Por ejemplo: si una persona transiciona en mujer trans, su passing estará vinculado muy probablemente a colocarse implantes mamarios, boca más gruesa, limarse la mandíbula, operarse la nariz para que sea más refinada, dejarse el pelo largo, tomar estradiol para aumentar la producción de “hormonas femeninas”, ir a la fonoaudióloga para “afinar” la voz, y otros miles de elementos que ayuden a conformar el constructo femenino impuesto por la sociedad binaria.

Lo mismo sucederá en el casó del passing de un varón trans: se pretenderá que le crezca la barba, realizarse mastectomía, cortarse el pelo, no se precisará ir al fonoaudiólogo porque la testosterona ayuda a que la voz se vuelva gruesa, ir al gimnasio para aumentar masa muscular y otros diversos elementos que constituyen los significados del constructo masculino en una sociedad impuestamente binaria.

Ahora bien, la idea del passing es que cada persona lo realice de la manera en que lo desee sin que haya una condición que la obligue, una mujer trans puede colocarse implantes mamarios o no, y eso no le quitará su autopercepción de mujer trans. Y esto debería estar claro inclusive dentro de nuestra comunidad, pero muchas veces no es así.

Suele venirme a la mente el recuerdo de un tuit de una famosa escritora a la cual admiro por ser una trava que representa a Argentina a nivel mundial, pero con la que no coincido en muchos de sus pensamientos. El mensaje decía: ¿Se puede ser trans y no binarie al mismo tiempo? ¿Será que soy muy vieja y no lo entiendo? Ahí me di cuenta que no solo la sociedad que desconoce de nuestra existencia la niega, sino que las mismas personas que fueron negadas por la sociedad nos niegan a nosotras. 



Por mi parte no cumplo con muchos de los elementos del passing, apenas me dejo el pelo largo, me maquillo, he tomado hormonas durante un año y medio, pero lo hice más por una cuestión política de supervisar cómo se comporta el sistema médico con las personas trans y qué tipo de trámites hay que hacer que por el passing en sí mismo. Recuerdo un recorte de una entrevista que le hizo Sol Despeinada a Ceci Hace, donde Ceci decía que no sabía hasta qué punto las mujeres se operaban para sentirse regias o era el mismo sistema que las llevaba a operarse para encajar, y cuestionaba si realmente era empoderamiento, si de fondo la operación era por decisión propia o porque los mensajes publicitarios liman el subconsciente para llevarnos a eso.

También me he preguntado lo mismo con respecto al passing. Recuerdo haber estado con chongos que me han dicho que me quedaría genial operarme las tetas. Yo estoy muy segura de mi cuerpo porque lo he ido trabajando durante mi adolescencia y postadolescencia tras haber crecido pesando 120 kilos y haber recibido todo el bullying posible en la etapa más traumática de mi vida. Pero tal vez otra persona no corra con esa suerte de pensar en frío las cosas, porque encima los hombres pretenden que tengamos el passing para que seamos su objeto de consumo, su fetiche. Y a eso me refiero cuando digo que no soy lo suficientemente trava para que me llamen de lugares.

Si prestan atención en los medios que no son del palo del activismo, las pocas veces que citan a una persona trans que no sea para burlarse (como lo hacen cuando invitan a Traniela, por ejemplo), tienen un alto porcentaje de passing hecho, porque es muy probable que tanto para el equipo del programa al que es invitada como al espectador, "le crean más" sobre su identidad.

El binarismo, en este sentido, no es solo una cuestión de género. Es un mecanismo cultural que necesita armar categorías limpias para poder consumir la diferencia sin atragantarse. La industria del discurso inclusivo funciona así: se promociona lo diverso, pero solo en las dosis, los formatos y las estéticas que el público mayoritario está dispuesto a tolerar. Este tipo de filtros salpica y mancha inclusive los prejuicios dentro de nuestra propia comunidad. 

El foco no consiste en culpar a quienes cumplen con ese estándar, sino de entender cómo ese estándar se convierte en una frontera invisible.

La sensación de vivir en un limbo constante por momentos puede ser cómoda y por momentos puede ser frustrante. En el transcurso de 20 minutos de salir a la calle puedo recibir una burla por parte de un grupito de varones y luego entrar a un comercio y que me saluden diciendo: “Hola, señor”. La forma en la que funciona la psiquis humana es vasta, las subjetividades complejas y la exteriorización aún más. Se establece un canon visual y discursivo de lo que “sirve” para representar, y se deja afuera todo lo que no encaja dentro de la estructura inculcada desde que nacemos.

Puedo convivir dentro de mi limbo, a veces lo siento como un tenedor libre donde tomás un plato y te servís una porción de ravioles y a la vez le sumo puré de papás. Me gusta navegar identidades, apropiarme de códigos que se supone que no me corresponden, jugar a ser irreverente con las casillas donde quieren encajarme. Lo que sí hace mella, es la pretensión de neutralidad de quienes dicen incluir, pero en realidad seleccionan. Porque si no se habla de cómo los estándares estéticos y de passing condicionan la visibilidad, el discurso inclusivo se convierte en otra forma de exclusión maquillada.

Ser “demasiado” o “no lo suficiente” para distintos públicos es la forma más sofisticada de invisibilizar. Un espíritu presente en las conversaciones como objeto, pero ausente como voz. Ahí es donde se ve que la lucha por la representación no es solo aparecer en una campaña o en una nota de revista, sino disputar quién define qué cuerpos y qué voces son legítimas.

En lo personal, no pretendo amoldarme para encajar. Prefiero andar con la certeza de que no estoy sola: somos muchas y muchxs en ese espacio no preconstruido por el binarismo. Y en ese intermedio, por más que quieran borrarnos, también hacemos historia. Porque la historia no la escriben solo quienes pasan, sino también quienes resisten a pasar por el filtro.



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