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Crónica del hartazgo: la violencia de género como mensaje

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La escalada de femicidios en Argentina puso al descubierto el rol de los discursos de odio que se promueven desde el propio Estado. Noviembre es el mes de lucha contra la violencia machista. Esta crónica del hartazgo" es también un análisis sobre la producción de sentido y un llamado a cambiar esa realidad.

Foto de portada: Lara Greco


El último día que Brenda, Morena y Lara, de 15 y 20 años, salieron de sus casas, las redes sociales ardían. Un video mostraba a una mujer que llegaba a una estación de servicio y terminaba dentro de una bolsa de consorcio, a mano de dos operarios. El logo de la estación de Shell brillaba detrás, rojo y amarillo, como si el petróleo también se riera de la escena que se repetía y se imitaba, una y otra vez, en la plataforma de TikTok. 

“Una broma viral”, “un simple trend”, decían varios de los comentarios publicados debajo del posteo de la sucursal de Caseros, en la provincia de Entre Ríos. El algoritmo sólo hizo su trabajo: multiplicó las visualizaciones del video disparando hacia millones de personas la imagen sugerida de cuerpos de mujeres mutiladas, empaquetadas y tiradas dentro del plástico. La ficción anticipaba lo real, pero los comentarios seguían: “exageradas”, “no lo entienden”, “es humor”. Alguien agregó un emoji de fuego. Todo ardía, pero nadie se quemó.

Hacía tres días que el presidente Javier Milei había presentado por cadena nacional su proyecto de Presupuesto 2026, que hoy discute el Congreso. Allí proponía eliminar casi todas las partidas de género y asistencia social que quedan en pie, reduciéndolas en un 89% respecto a 2023, con impacto en programas como los de prevención de la violencia machista o los de salud sexual y educación sexual integral. “El Programa Acompañar prácticamente desaparece y la Línea 144 pierde presupuesto específico”, advertían ya desde la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) y el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA). Ni descuido contable ni “Estado ausente”: ideología de un gobierno que sostiene que la violencia de género es un invento y que a la figura del femicidio hay que eliminarla porque “distorsiona la justicia”.  

Pero en los streamings y en la televisión, de fondo, lo que aparecía era Gustavo Cordera, después de años de silencio, hablando sereno y explicando que fue víctima de una “cancelación” nunca vista “en la historia de la humanidad”, a manos del feminismo. Que lo malinterpretaron cuando dijo, en 2016, que “hay mujeres que necesitan ser violadas” y que es “una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiere coger con vos, vos no te las puedas coger”. La cámara se quedaba en su rostro iluminado, limpio. Cordera afirmaba que ya sanó. Los panelistas aplaudían. “Qué lindo verte de nuevo, Gustavo”, aseguraba el conductor. Nadie repreguntó.  

Esa “normalidad” estalló en letras rojas a fines de septiembre, cuando un titular advirtió de un “Triple crimen en Florencio Varela”. Las imágenes mostraban un patio cubierto por una carpa policial y una voz en off describía los detalles macabros de la escena: el olor a cloro, la calidad de la tierra, las bolsas negras. Y “después del corte, más información”. 

Según el diario Clarín, la audiencia terminó creciendo un 16% y llegó a 9,5 puntos ese mes. TN lideró el rating, seguido por C5N. Crónica creció 25% y se acercó a A24. Los temas centrales fueron las elecciones del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires, el triple femicidio de Florencio Varela y el escándalo político que golpeó al gobierno cuando se descubrieron los vínculos con el narcotráfico del diputado y entonces candidato libertario, José Luis Espert. La escena política y la escena del crimen compartían un mismo lenguaje, de construcción de impunidad. Una coherencia -no contradicción- que revelaba una pedagogía que, como escribe Rita Segato, no enseña a matar, sino a mirar sin ver.  



La cobertura mediática: una pedagogía para mirar sin ver 

La tierra del fondo de la casa de Florencio Varela no alcanzó para taparlo. No solo fueron tres cuerpos de mujeres en bolsas: fue la escena pública de un poder que necesitó mostrarse. El patriarcado que se exhibe y se aplaude a sí mismo, como si la crueldad fuera un certificado de autoridad. 

Los medios de comunicación aportaron lo suyo. La ropa, las fotos en redes, la vida íntima. Lejos de explicar o esclarecer los femicidios, la cobertura se convirtió en el espectáculo con el que la violencia de género se re-legitimaba, reescribiendo cada escena para que el horror parezca ajeno. Lo que no se podía ocultar con silencio -porque hubo quienes se organizaron y denunciaron-, los medios hegemónicos buscaban cubrirlo con morbo, hasta convertirlo en contenido “asimilable” y rentable.  

“Ajuste de cuentas”, “se metieron con la gente equivocada”, “prostitutas”, “habían dejado el colegio”, “consumían drogas”. “Se pasaron tres pueblos”. El crimen convertido en una “elección” por el estilo de vida. Las primeras en advertirlo fueron voces feministas, que salieron a demostrar que detrás de todo eso había un libreto conocido: el expediente mediático que desdibuja la trama patriarcal transformando a las víctimas en objetos de sospecha y a su vida privada en factor explicativo de la violencia que sufrieron, revictimizándolas y señalándolas como culpables de su propia muerte. Por jóvenes, por pobres, por no tener otra salida. 

“Se las caracterizó para encajar en un estereotipo de ciudadano indeseable, delincuente y descartable”, afirman desde La Casa del Encuentro, en diálogo con Feminacida. La organización, dedicada entre otras cosas al seguimiento de los femicidios por lo que circula en los medios, estima que en lo que va del año, el 8,4% de éstos casos ocurrieron en un contexto de narcocriminalidad.  

Raquel Vivanco, fundadora del Observatorio Ahora que Sí Nos Ven, da números a la estimación: según los registros públicos hubo al menos 12 narco-femicidios, de los 208 que contabilizaron hasta fines de octubre. “Los medios participan y promueven la espectacularización de la violencia contra las mujeres, contribuyendo a la insensibilización de la sociedad y a normalizar estas agresiones”, dice en conversación con este medio y describe el mecanismo: “El resultado es que se desvía la atención del agresor y se pone en tela de juicio la conducta de la víctima”. Mientras tanto, “los casos se multiplican en todo el país y demuestran cómo las mujeres, empujadas a la precarización y a las economías ilegales, son asesinadas o criminalizadas”, sostiene.  

El 27 de septiembre, el mismo día en que una movilización masiva reclamaba en las calles del país por Justicia para Brenda, Morena y Lara, Gustavo Cordera aparecía en público nuevamente. Todo ardía de nuevo. Desde la movilización, los teléfonos mostraban extractos del cantante en las redes, promocionando el estreno de un documental sobre el femicida Ricardo Barreda. En un tramo, para homenajearlo, el autor de La Argentinidad al Palo entonaba nostálgico: “Locatti, Barreda, Monzón y Cordera también matan por amor". Además decía que el odontólogo, convertido en ícono pop de la masculinidad hegemónica de los noventa, simbolizaba para él a “una persona que reacciona de una manera violenta para salir de esa injusticia”. “Cualquiera puede cometer un asesinato en cualquier momento. Inclusive yo”, enfatizaba. 



Del encubrimiento al negacionismo 

El 2 de octubre, mientras encubría a Espert, la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, habló de un operativo que había permitido detener a varios acusados de la que definió como “venganza narco”. A pesar de las tensiones, sus pares de Provincia y la Ciudad de Buenos Aires la secundaron en el concepto. Una bronca social silenciosa se respiraba en el aire y obligaba a pronunciarse. 

Otra vez fueron voces feministas las que se encargaron de exponerlo: la complejidad del crimen y la violencia expresiva -esa que busca enviar mensajes de poder, de castigo, de venganza- no borraba su carácter de violencia de género, de inscripción patriarcal en los cuerpos convertidos en territorios de advertencia y de control. También denunciaron los intentos por ocultar que la hipótesis de femicidio no era una simple consigna del movimiento, sino el punto de partida obligatorio para investigar, narrar y disputar el sentido de un flagelo que se cobra la vida de una mujer, al menos, cada 25 horas en Argentina, según los últimos informes.

El eco de esa pedagogía del castigo, mientras tanto, disputaba su continuidad en otras pantallas. El 6 de octubre, un video de un adolescente “disfrazado” de mujer violada en su viaje de egresados, se volvía viral. Días después, en un programa del streaming “Chai TV”, sus conductores afirmaban, en tono de burla, que el consentimiento en las relaciones sexuales era “injusto”, como si el deseo de las mujeres fuera un obstáculo y no una condición. La misma lógica que convertía el cuerpo femenino en botín o mensaje mafioso parecía reproducirse en lo digital como un chiste, un pasatiempos, un “divertido” rito de iniciación. El espectáculo aparecía como queriendo normalizar, entrenar en el desprecio sobre el cuerpo de las mujeres.


La legitimación de la acción

Del otro lado del Río de La Plata, Pablo Laurta, de 39 años —y creador en 2016 de "Varones Unidos", una organización que es parte del lobby antifeminista en la región—, denunciaba que era víctima de “falsas denuncias” por parte de su ex pareja, Luna Giardina, de 24 años. Nada lo vinculaba al triple femicidio de Florencio Varela, aunque ya se mostraba activo defensor de un femicida uruguayo, que mató en septiembre a su esposa y a sus hijos diciendo que hacía “justicia”, y vinculado a los principales ideólogos del libertarismo en Argentina, como son Agustín Laje y Nicolás Márquez, cercanos a Javier Milei. Con una persistente campaña, Laurta acusaba a Luna de separarlo de su hijo, de destruir la familia y de mentir al denunciar judicialmente que había sido víctima de golpes, violación sexual e intentos de asfixia, entre otras cuestiones. El eco del triple femicidio todavía resonaba. En los programas de televisión, el caso ya tenía nuevos sospechosos, nuevas hipótesis, nuevas excusas. 

La noticia del femicidio de Luna y su mamá, Mariel Zamudio (54), encendió las pantallas del domingo 12 de octubre. Desde el Observatorio Ahora que sí nos ven y La Casa del Encuentro, ya venían advirtiendo que en los primeros días del mes habían sido asesinadas al menos 11 mujeres, por el sólo hecho de serlo. Pero en este caso, los medios se encargaron de dar nuevamente los detalles, de televisar la detención del femicida y secuestrador de su hijo de 5 años, de construir la imagen de una nueva excepcionalidad que de excepcionalidad no tiene nada. 

“En los primeros 15 días de octubre contabilizamos 15 femicidios, superando la cantidad registrada en todo septiembre. Además, los intentos de femicidios tienen una frecuencia muy preocupante, con 287 casos registrados desde que empezó el año hasta mediados de octubre”, advierte Vivanco.   

Respecto a los últimos 10 años (2015-2025), ambas organizaciones coinciden en que no hay variaciones sustanciales en las cifras que monitorean. La violencia de género sobrevive a los gobiernos por su carácter estructural y porque no se toman siquiera las medidas de fondo necesarias para paliar la emergencia. “Tener funcionarios afirmando que ‘la violencia hacia las mujeres es responsabilidad de las víctimas’, es una legitimación de la violencia machista que favorece su reproducción. Pero tener un gobierno que apoye discursivamente la lucha de las mujeres y luego no tome medidas a favor de su autonomía, tampoco ayuda a reducir los femicidios”, remarcan desde La Casa del Encuentro. 


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El hartazgo como motor  

La violencia de género, con sus múltiples caras, nunca es un fenómeno aislado ni una sucesión de tragedias individuales. Es el engranaje visible de una reacción que apunta a restaurar un orden basado en jerarquías cada vez que ese dominio se percibe amenazado. Los que se presentan como crímenes personales son, en verdad, mensajes políticos: recordatorios de ese poder que colabora (y cuánto) a la continuidad de este sistema capitalista y patriarcal.

¿Pero cuál es la distancia entre quien dispara y quien prepara el terreno; entre quien habla de los femicidios como consecuencia del “feminismo extremo” y quien cava el pozo? La violencia de género y los discursos de odio son también arquitecturas previas que moldean ideas y justifican acciones. Y en Argentina, son política de Estado abiertamente. 

Pero si hay algo que los discursos de odio no pueden evitar es que el hartazgo traiga siempre a la memoria las semillas que dejaron sembradas otras mujeres con su grito de Ni Una Menos, de Vivas y libres nos queremos, en toda la sociedad. Se vio en pequeño el jueves 24 de octubre, cuando la búsqueda de la cantante Lowrdez Fernández, cuya desaparición denunciaban su mamá y sus amigas, perforó potente el silencio de las instituciones del Estado y las pantallas de televisión. Mientras Leandro García Gómez -que ya tenía antecedentes de violencia de género- negaba ante las cámaras que estuviera con ella, la perseverancia y la organización de esas mujeres arrancó a Lowrdez del encierro. Tan sólo imaginar esa fuerza multiplicada y organizada, por miles.

En la última década, las mujeres jugaron un rol de avanzada en el país. Herederas de luchas como la de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y feministas históricas, fueron parteras de movimientos de masas contra los femicidios y por el aborto legal, conquistando ese derecho. Fueron la primera línea en la pandemia, construyendo redes de solidaridad desde los comedores, las escuelas, los barrios, las fábricas, los hospitales. Son hoy la cara visible, junto a sus compañeros varones, de la resistencia al gobierno de Milei, encabezando peleas emblemáticas contra el ajuste a la discapacidad, por el derecho a la jubilación, la salud, la educación, el salario, el alimento, la vivienda, contra los discursos de odio. El próximo 25 de noviembre es el Día de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres. ¿No será momento de convertir el hartazgo ante la violencia de género en más y más de esa alianza, en más y más de ese “feminismo extremo”?



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