Los padres de Adriana Metz fueron secuestrados en diciembre de 1976 y están desaparecidos desde entonces. Ella supo que su historia la trascendía para volverse algo más grande el día que escuchó las sentencias en el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en el V Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca.
Corría el año 2012 y todavía no pertenecía a la asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Ni las penas ejemplares contra represores del Ejército, la Policía y el Servicio Penitenciario, ni el hecho de que la mayoría de los imputados habían recibido condena lograban llenar ese vacío que sentía adentro.
Adriana, que había declarado en el juicio, seguía sin sus viejos y sin su hermano nacido en cautiverio. Pero al oír la sentencia, a su alrededor, se vibró una alegría única, de esa que sólo se siente al mirar a los ojos a un compañero o compañera o al gritar el gol que da vuelta un partido: era la primera vez se juzgaban y condenaban delitos de lesa humanidad en esa ciudad.
“Dejé de preguntarme por qué a mí cuando comprendí que la lucha era colectiva”, dice a más de diez años de ese hecho histórico que marcó su vida. Desde ese entonces, forma parte de Abuelas y actualmente es miembro de la Comisión Directiva de la sede de Mar del Plata. “Ahí empecé a militar y eso también me ayudó a comprender no sólo el secuestro y desaparición de mis viejos o el robo de mi hermano, sino también que es parte de nuestra historia como país”, cuenta a Feminacida.
Una carta al Sr. Juez
Graciela Alicia Romero y Raúl Eugenio Metz fueron secuestrados en la madrugada del 16 de diciembre de 1976 en Cutral-Có, provincia de Neuquén, a donde habían llegado desde Bahía Blanca escapando de la violencia política por su activismo social. Raúl militó en la Federación Juvenil Comunista y luego integró junto a Graciela el PRT-ERP.
Los abuelos de Adriana, Oscar y Elisa, vivían en Bahía Blanca y por ese entonces no tenían teléfono. Supieron del secuestro gracias a un compañero de trabajo de su papá, que le avisó a una tía que vivía a una cuadra. Viajaron de inmediato a buscar a su nieta de un año y un mes, que creció y se crió junto a ellos.
- ¿Qué se sabe de la desaparición de tus viejos?
Que fueron secuestrados en Cutral Co, pasaron por la comisaría del pueblo, los llevaron a la Escuelita de Neuquén y de ahí fueron trasladados a la Escuelita de Bahía Blanca. Que mi papá estuvo ahí hasta el veintipico de enero y después hubo un traslado y nadie más lo vio. Y que mi mamá continuó estando en la Escuelita hasta el 22, 23 de abril que fue la última vez que la vieron allá. Mi hermano nació el 17 de abril de 1977 en la Escuelita.
El abuelo Oscar denunció la desaparición de Graciela y Raúl en la comisaría de Cutral Có, recorrió jardines de infantes con la esperanza de reconocer a su nieto y envió cartas a todos lados, una de ellas dirigida al “Sr. Juez de la ciudad de Neuquén”, de quien no obtuvo ninguna respuesta.
Hace menos de un mes, Adriana Metz volvió a declarar en un juicio por delitos de lesa humanidad. Fue en Neuquén, en el tramo del Juicio Escuelita VIII donde se juzga la responsabilidad de Pedro Laurentino Duarte, auditor del ejército y juez federal durante la última dictadura y Víctor Marcelo Ortiz, fiscal de la época. Ambos ex magistrados actuaron en complicidad con el terrorismo de Estado.
La doctora en Antropología Política y Jurídica, María José Sarrabayrouse Olivera, también declaró en este juicio y aportó que el Poder Judicial tuvo “un rol fundamental en la legitimidad de las prácticas dictatoriales”, según publicaron Jóvenes por la Memoria en la cobertura del juicio. “La justicia no es un lugar fácil y amable de acceder, menos en dictadura”, detalló la profesional.
- ¿Qué sentiste al volver a declarar en un juicio después de más de 10 años de esa primera vez? ¿Por qué te convocaron?
Están siendo juzgados un ex juez y un ex fiscal por no cumplir con sus funciones, como investigar los pedidos de información que hizo mi abuelo en Cutral Có. Mi aporte fue contar cómo fue mi vida y qué fue lo que yo pude saber, de lo que me contaron mis abuelos que hicieron para encontrar a mis viejos. Esta segunda declaración me encuentra más grande. Con casi 50 años, pude armar un poco mejor mi historia. Esta vez no me quedé con la sensación de algo por decir.
Hija, madre y hermana
El 17 de abril de 1977, secuestrada en el centro clandestino de la Escuelita de Bahía Blanca, Graciela dio a luz a un varón. Así se comprobó en el juicio de lesa humanidad llevado adelante entre 1998 y 2012 en Bahía Blanca, gracias al testimonio clave de Alicia Partnoy, quien estuvo junto a ella hasta el momento del parto.
Adriana también fue mamá y sigue hasta hoy buscando a su hermano. “La apropiación de bebés era por una cuestión política. Los robaban de una familia porque tenían militancia y eran entregados para que crezcan con una crianza opuesta”, explica.
- ¿Qué significó para vos la maternidad?
No la romantizo, pero sí me permitió descubrirme en un lugar en el que no había podido estar. Enzo tenía a su papá y a su mamá al lado y era algo que yo no había tenido. Sin ser hija, pude comprender lo que era ser mamá. Y cuando nació mi segundo hijo pude comprender el papel de los hermanos en la convivencia. Sabía lo que era un hermano en la teoría, la definición de diccionario, eso que te cuentan, pero pude comprenderlo cuando los vi a ellos dos juntos. Ahí vi cuál era el lugar que me correspondía de hermana mayor.
- ¿Qué sentís Adriana, cuando ves a un presidente como Milei o a la vicepresidenta Villarruel cuestionar los 30.000 y reivindicar la dictadura?
Yo también dudo que sean 30 mil, porque a medida que pasan los años y la gente se anima a hablar, nos vamos enterando de nuevos casos. Hay lugares donde arrasaron con familias enteras y nadie hizo la denuncia, a no ser que venga un vecino o un compañero de laburo, a contar. No tenemos el número exacto, decimos que son 30 mil porque simboliza que es una barbaridad lo que pasó. Para quienes nacieron entre el 75 y el 83 muchas veces el único elemento de duda es haber nacido en un país y en una época donde hubo un plan sistemático de apropiación de bebés. Y no es algo que lo digo yo, quedó demostrado a través de un juicio.
- ¿Por qué crees que llegamos hasta acá?
Pensamos que había temas saldados y no, eso no pasa nunca. Siempre tenemos que contar. No para revolcarnos en el morbo, pero sí para que se sepa. Porque muchas veces la pregunta por si pasó lo que pasó es totalmente inocente y ocurre por no poder llegar a creer que un ser humano haga lo que hizo la dictadura. Por ejemplo, cuando una persona le pidió a uno de los guardias de la Escuelita si podía ayudar a mi mamá a parir porque era mujer y tenía una hija, este guardia le respondió que no era necesario porque él tenía experiencia, de ayudar a parir a las cabras en el monte. Es inhumana esa respuesta. ¿Cómo haces para creer que algo así pudo pasar? Nos queda seguir contando. Las generaciones que vienen tienen que saber lo que pasó y por qué. Dar información es poder.
- ¿Cómo se sigue?
Este año cumplo 49 y mi hermano cumplió 47 años. Ya tiene la mitad de su vida hecha pero no conoce su identidad. Vamos a seguir buscando, como a los 300 nietos y nietas que nos faltan.