Cuando comencé a pensar este artículo y a leer sobre el tema, confirmé que todo lo que tenía para decir ya estaba dicho, y sin dudas fue así. Después de estas últimas semanas, donde se desataron varios casos seguidos de violencia de género, la discusión por la ausencia de políticas preventivas se hizo más que evidente.
La mayoría de los medios de comunicación se dedicaron a seguir el minuto a minuto de cada caso —como en el triple femicidio en Florencio Varela o el doble femicidio de Luna Giardina y Mariel Zamudio. Sin embargo, el hecho que puso en agenda la necesidad de pensar la construcción de los agresores de forma situada fue el doble femicidio perpetrado por Pablo Laurta, integrante de la agrupación "Varones Unidos". Organizaciones como esta se desarrollan de forma presencial, pero marcan su militancia en el territorio digital.
Así, van sumando adherencias, seguidores y reclutando testimonios. ¿Existe una militancia de varones? ¿Cómo encasillar a este tipo de organizaciones? ¿Qué reivindican y en contra de quiénes? ¿Cuál es la conexión con la época?
"Varones Unidos" es un colectivo que, según registros, lleva aproximadamente diez años “defendiendo los derechos de los hombres” en contraste con las políticas de género y diversidad que se impulsaron en los últimos tiempos. En sus redes sociales denuncian fallos judiciales que afectan a varones acusados por violencia de género, tienen un lazo directo con movimientos libertarios, promueven autores como Agustín Laje y sostienen que la mayoría de las denuncias por razones de género son falsas.
Aunque no resulte novedoso, estos espacios encuentran aceptación en ciertos sectores de la sociedad, bajo prejuicios como “es parte de la agenda woke comunista”. Discursos que, como retoma Gabriela Ivy en este medio, se vuelven performativos y legitiman sus acciones.

Las agrupaciones que se dedican a promover el odio hacia un colectivo siempre existieron. Son ellas las que crean e incitan discursos que habilitan, muchas veces, la agresión, la desaparición e incluso el exterminio. No hace falta poner ejemplos: en la historia nacional, y también mundial, los discursos de odio fueron tan instalados que llevaron a genocidios planificados y sostenidos en el tiempo. Aun en la contemporaneidad, cuando pensamos que Argentina ya había tenido la suficiente reparación para construir un nuevo tipo de tejido social, hoy parece que nos hundimos nuevamente. No solamente porque el neoliberalismo esté al mando, sino porque hay una percepción generalizada de que la sensibilidad social está cada vez más acotada, más segmentada.
De que la derecha siempre existió estamos de acuerdo —aunque tampoco pienso que sea una cuestión meramente partidaria—, pero lo que no nos imaginamos venir fue el ataque tan desmedido y acelerado.
En ese marco, tampoco es casual que, mientras se vacían las políticas de género y de inclusión social, se haya instalado discursivamente que cualquier persona que se anima a cuestionar un mínimo de la sociedad es parte de la cultura woke. Categoría que adjudica toda una construcción estereotipada sobre mujeres, disidencias, personas con discapacidad, etc. Entonces, la demonización es constante, es automática.
Lo llamativo de este tipo de agrupaciones masculinizadas y conservadoras es que tienen un objetivo muy en claro: desconocer la asimetría de poder que hay entre los géneros, pero también desconocer nuestro rol en la sociedad. Como así también respaldarse en autores —que déjenme poner en duda su calidad intelectual— y referentes que propician una jerarquía y una coordinación verticalista. Por eso, creo que a nadie le ha sorprendido que quede en evidencia el vínculo entre los militantes de este gobierno y los varones reaccionarios ante los avances en materia de género y diversidad.
Mientras pensaba en qué escribir, se me ocurría que en los diálogos entre varones siempre existió una idea de “los varones también sufrimos violencia”. En plena discusión por la legalización del aborto, el tema también permeaba en los grupos de amigos, seguramente no por sentirse interpelados o preocupados, sino por la magnitud de la discusión. Era imposible no hablar sobre lo que sucedía en las calles, en el aula, en la propia historia familiar.
No obstante, el prejuicio siempre estuvo sobre los movimientos progresistas. El “las feministas mienten” es un discurso que sigue muy vigente, y más ahora, con un gobierno que supo capitalizarlo. No quiero generalizar para todo el colectivo de varones, pero en sectores más conservadores lo que se omite por completo son las fuertes estadísticas que reflejan el claro desfinanciamiento, pero también un patrón repetido entre hombres: cada 36 horas muere una mujer, y en su mayoría en manos de sus parejas o exparejas.
También es importante pensar que las políticas de género no marginaron ni marginan a los varones. En varias provincias existen dispositivos específicos para aquellas masculinidades que necesitan ayuda en su conducta para no entrar en procesos judiciales más severos. Como así también, la discusión por ampliar la licencia por paternidad siempre se mantuvo vigente.
Por eso, me parece necesario desarmar una de las banderas que levantan agrupaciones como Varones Unidos —y que, insisto, también circulan en la mesa de amigos. Como citó la diputada Mónica Macha en su último artículo para este medio, según el informe 2024 de ONU Mujeres, apenas el 1% de las denuncias por abusos sexuales son falsas.
Lo performativo del discurso también se plasma en que sea tendencia en redes sociales un formato de humor sobre la desaparición de mujeres como estrategia de marketing. ¿Qué es lo que sucede y queda en la conversación social? ¿Cuál es la percepción que hay sobre los comentarios ante el desfinanciamiento o este tipo de tendencias en internet? ¿Es parte de la batalla cultural? ¿Se trasluce en las redes sociales?
En otro punto —y me dirijo específicamente a quienes nos identificamos como varones y tenemos una lectura más integral sobre esto—, pienso que nos falta acercarnos a lo que sucede en los bordes, donde seguramente el Estado no llega, aun estando bajo mandatos populares. No creo que tengamos el suficiente territorio si nuestras propuestas les resultan ajenas. Y no es por demonizar a los sectores bajos, pero debemos reconocer que, así como se dieron los casos de Brenda, Morena y Lara en Florencio Varela —en pleno contexto de precarización—, es porque no ocupamos los espacios que debemos ocupar. Es meterse en el espacio público: en las escuelas, en las canchitas de fútbol o en nuestros propios trabajos: nunca tan cerca.
Diseño de portada: Taiel Dallochio


