La nueva peli de Celine Song se promocionó como una comedia romántica con un triángulo amoroso entre una casamentera y dos hombres, uno rico y uno que apenas llega a fin de mes. Sin embargo, Materialists (Amores materialistas), estrenada a fines de julio en salas argentinas, abre el juego para preguntar qué es el matrimonio sino un contrato comercial. ¿Cómo elegimos pareja en un capitalismo feroz? ¿Es posible encontrar el amor a partir de una lista de requisitos a cumplir?
En marzo de este año la productora de cine A24 anunció que la directora Celine Song volvía a las salas con Materialists, su segunda película. Con Past Lives (Vidas pasadas), su ópera prima estrenada en 2023, Song ganó reconocimiento mundial, varios premios y una nominación al Oscar por escribir y dirigir una película en la que retrata las contradicciones y las complejidades del amor y los vínculos.
Materialists se promocionó en los trailers y las ruedas de prensa como “la comedia romántica de Celine Song” y la “redefinición del género”. Acá, como en Past Lives, lxs protagonistas son parte de un triángulo amoroso: la historia sigue a Lucy (Dakota Johnson), una mujer en sus treinta que trabaja como matchmaker o casamentera para una empresa que se dedica a armar parejas, a la manera de Tinder pero en formato agencia o consultora.
A Lucy la vemos siendo exitosa en su trabajo y formando parejas que eventualmente se terminan casando, hito que es considerado como la meta a alcanzar. En contraste, lo poco que conocemos de su vida personal se nos presenta como caótico y sin rumbo: no sabe si quedarse con John (Chris Evans), su antiguo novio a quien dejó en su quinto aniversario de pareja por no tener plata y Harry (Pascal), un hombre rico a quien conoce en la boda de una de sus clientas. Harry, según ella, lo tiene todo y es en lo que su empresa llaman un “unicornio”: es millonario, sexy, alto, se viste bien, tiene la vida resuelta. A John, por otro lado, se lo encuentra en la misma fiesta no como invitado sino trabajando para la empresa de catering: sigue sin poder bancarse un alquiler solo y está lejos de tener una vida estable. ¿Acaso estamos frente a una peli de enredos amorosos? Pues no, mi ciela. Celine Song es muy astuta: Materialists no es ninguna comedia romántica sino que toma el vínculo entre estos tres personajes como excusa para hacer sociología del amor y poner sobre la mesa algunas preguntas respecto a cómo elegimos pareja en la sociedad del capitalismo financiero.

Encontrar el amor es encontrar a quien llene los casilleros de una lista
¿Alguna vez te encontraste haciendo o imaginando una lista con requisitos (aunque sean mínimos) que otra persona tiene que cumplir para que te resulte atractiva, salgas o tengas sexo con ella?
Yo recuerdo muy bien que, al principio de mis veinte y de cara a encontrar ese novio ideal que me iba a salvar la autoestima, tenía una especie de checklist que repetía mentalmente con las características que este varón de mis sueños tenía que cumplir sí o sí. Tengo grabada en la memoria una escena arriba del 60 yendo a un cumpleaños en la que les repetía a dos de mis amigas del momento esa lista y que me valió el apodo de “Listitas”, “La Listas”, “Sofi y sus listas” o algo así. Nadie en particular me había dicho que tenía que hacerlo, simplemente fue algo que, entre muchas comillas, se me ocurrió.
Las mujeres millennials crecimos con lo más rancio de los años 90 y 2000 respecto a los mandatos de belleza y físicos que se nos impusieron de chicas y con el trabajo constante de Cris Morena diciéndonos a todas que si no somos un hueso andante, blondo y blanco, no valemos nada y que si tu novio te fuerza a algo está bien porque es tu príncipe. También crecimos con la era dorada de las comedias románticas y las teen movies que, si bien muchas de ellas son buenísimas, tienen mucho de estas ideas. Una de estas ideas se relaciona con la contradicción entre tener naturalizada la idea de jugársela y arrojarse al amor versus encontrar a quien llene los casilleros de la lista y deducir que con eso tenemos asegurada la felicidad y la satisfacción eterna.
Recordemos a Emma, la novela de Jane Austen cuya protagonista está obsesionada con hacer de celestina pero se equivoca en su lectura del mundo: ¿acaso ella no creía también que había una lista de requisitos a completar para que dos personas se casen? Todo esto es lo que toma Celine Song como inspiración para Materialists, que resulta un gran caballo de Troya para el público que esperaba una comedia romántica y recibió una piña en la cara.
¿En qué momento dejamos de lado el amor, ese fenómeno intangible e inexplicable, para priorizar todas las dimensiones materiales de un vínculo? Las personas solteras, ¿son solo activos que cotizan en el mercado de citas?
El amor, ¿sobre toda diferencia social?
La película no explora en profundidad estos interrogantes, sino que más bien los plantea. Celine Song utiliza la excusa del triángulo amoroso entre Lucy, Harry y John para hablar de la superficialidad del universo de las citas, que siempre requiere una gran cantidad de energía, tiempo y dinero en alguna medida. No hace falta que la directora traiga a colación el uso de apps o las redes sociales como protagonistas: basta con vivir en una sociedad capitalista para que todo sea un desafío y una tortura.
En las apps de citas, el amor e incluso los propios perfiles de las personas se transforman en bienes de consumo y, como todo bien en un mercado, son productos para adquirir o descartar. Lo mismo pasa con la agencia de casamenteras pero sin que medie una interfaz digital, porque, en este caso, el punto es el mismo: decime cuál es tu lista y te armo citas con el candidato o candidata ideal. Esto me parece un logro de la directora y guionista porque le permite poner el foco en la complejidad de las emociones humanas y cómo se establecen expectativas y proyecciones sobre “the one”, esa persona ideal con la que el sujeto modelo del patriarcado espera casarse (y para siempre).
En la película vemos cómo cada persona tiene sus ideas y requisitos respecto a la otra persona y de ahí surge el éxito de la agencia de casamenteras. Lucy es fría y racional: para ella las uniones exitosas se dan a partir del cruce y coincidencia de ítems en una lista. Sin embargo, cuando una cita de su clienta favorita sale (muy) mal, su mundo parece desmoronarse. ¿Y si era todo una mentira? ¿Y si, al final del día, lo único que importa es algo tan intangible e impredecible como el amor?
En 2011 la socióloga israelí Eva Illouz publicó Why Love Hurts. A sociological explanation (Por qué duele el amor. Una explicación sociológica), un ensayo en el que utiliza entrevistas personales, literatura, revistas femeninas y páginas web para analizar la naturaleza de las fuerzas sociales e institucionales de la modernidad que moldean la forma en la que amamos y elegimos pareja. Habla, por ejemplo, del surgimiento de los mercados matrimoniales y de las transformaciones de las nociones de compromiso, intimidad y amor romántico. Uno de los puntos clave que plantea Illouz es que la modernidad trajo a la mesa la posibilidad de la elección de la pareja, que siempre implica la existencia de lo que elegimos y lo que no elegimos:
«(...) no solo porque amar es elegir a una única persona entre muchas otras posibilidades y así constituir la propia individualidad en el acto mismo de seleccionar un objeto de amor, sino también porque amar a alguien implica encontrarse frente a ciertas preguntas relacionadas con la elección, por ejemplo, si será la persona indicada, cómo hacer para determinar si lo es, o cómo saber si habrá una persona mejor», sostiene.
El planteo de Materialists pasa por acá: ¿cómo determinar si la elección corresponde a “la persona más indicada”? ¿Y si aquello que no elijo resulta que era lo mejor? ¿Qué dimensiones se ponen en juego?
La elección racional se contrapone a la motivada por ese ingrediente incontrolable: el amor. «Eso que hoy nos parece el rasgo definitorio de la pareja, el amor entre dos personas, fue durante siglos una especie de complemento simpático en el matrimonio, algo que no formaba parte central de su definición», escribe Tamara Tenembaum en su libro El fin del amor. Como espectadores vemos a Lucy dejar a Harry (el rico) justo antes de que él le proponga matrimonio diciéndole algo así como “sos bárbaro, cumplís todos los requisitos, pero no estás enamorado de mí ni yo de vos”. Acto seguido, corre a buscar a John, el pobre-pero-a-quien-ama.
Lucy, que al principio de la historia dice que sólo se casaría con alguien “asquerosamente rico” y que dejó a su ex novio porque económicamente no estaba a su altura, decide “jugársela por amor”, confiando en que todo se iba a resolver porque, al final del día, lo que importa es el amor. Resulta difícil no pensar en aquello que ella misma planteó al principio: que para que una pareja funcione y se consolide más allá de un vínculo esporádico y superficial también tiene que haber un piso de similitudes socioeconómicas. Mi papá solía decir: “la plata llama a la plata”, para hablar de vínculos entre personas de clase alta.
«En esta noción del amor —que nos han vendido hasta el hartazgo en películas, libros y canciones— no importa si se tiene o no dinero, lo que importa es la conexión, el sentimiento, la "química". Sin embargo, esta es una de las más grandes mentiras que nos ha contado», plantea la publicista Laura Visco, autora del libro Amiga, hablemos de plata.
Pero, entonces, ¿cómo nos vinculamos en una sociedad capitalista?
Matrimonio y patrimonio van de la mano
Son las siete de la tarde de un miércoles y estoy en el segundo piso de un bar del Microcentro porteño. Hay alrededor de veinte sillas dispuestas en una sala, una mesa con copas y vino de cortesía y muchas mujeres. De hecho, todas las personas son mujeres, a excepción de un varón que oficia de anfitrión desde las sombras.
Laura Visco es una de las grandes creativas publicitarias detrás de campañas y marcas reconocidas a nivel global. Vive en España y ya no trabaja en la industria: suele decir que ya no necesita trabajar para vivir, sino que su plata, aquella que ganó a fuerza de negociaciones salariales y una educación financiera sólida, “trabaja” por ella. La cita de hoy tiene como excusa juntarse a charlar sobre patrimonio a raíz de lo que plantea tanto en su libro como en su newsletter y su comunidad de Instagram llamados “Amiga, hablemos de plata”.
Todas las que estamos ahí compartimos varias cosas, pero sobretodo tenemos la necesidad de hablar sobre las múltiples desigualdades que experimentamos en tanto mujeres. La charla gira en torno a la independencia económica, la brecha salarial, los pedidos y negociaciones de sueldo y los problemas de saber que no vamos a contar con una jubilación digna. Hay un tema que también se toca: dinero y pareja. Alguien pregunta si conviene casarse y qué hacer con el patrimonio y los bienes. Otra habla sobre tener las cuentas claras (y separadas). Todas compartimos la falta de una educación financiera adecuada.
A matrimonio y patrimonio los separa solo su letra inicial y tiene todo el sentido del mundo, dado que el matrimonio legal marca una diferencia respecto a los bienes (patrimonio) de una pareja. En Argentina, según el Código Civil, las personas que se casan pueden elegir un régimen patrimonial de “comunidad”, donde todo es de ambos, o de “separación”, donde cada persona tiene lo suyo.
En su libro, Visco plantea que nos inculcaron la idea de que el amor es una “emoción desinteresada” y que nos cuesta aceptar que el amor romántico no es nada diferente de cualquier otra relación de poder. “Nos lanzamos a convivir o casarnos sin hablar sobre dinero, como si solo el amor fuese suficiente”, escribe. Para Visco, además, el amor y el matrimonio (o la unión entre dos personas) heteronormativo se vive de manera diferente en los tres grandes estratos sociales: en la clase baja es un pacto tácito para sobrevivir en conjunto; en la media, se presenta como un motor para la movilidad social: “juntxs se trabaja más, se avanza más rápido”; en la alta, es un acto de reproducción y reafirmación social. Acá, los matrimonios se presentan como operaciones estratégicamente calculadas para preservar la reproducción del poder.
El punto del capítulo que llamó “Pareja y dinero: hasta que la cuenta corriente nos separe” es que hay que correrle el velo de la romantización a los vínculos en cuanto a patrimonio se refiere y que la independencia económica, en la medida de lo posible, es esencial para las mujeres. La idea de dejarlo todo por amor solo contribuye a reproducir las lógicas de desigualdad en la sociedad patriarcal.
Te recomendamos leer: ¿El casamiento es solo un papel?
El amor sobre toda diferencia social
En el final de Materialists, John le dice a Lucy que finalmente va a buscar más trabajos como actor de publicidades y camarero, así puede mudarse solo y que, esta vez, a sus casi cuarenta años, sí va a cambiar y todo va a ser diferente. También le propone casamiento, obvio. En paralelo, ella recibe una oferta para convertirse en CEO regional de la agencia casamentera que estaba por abandonar (es decir, le ofrecen un salto salarial). No llegamos a ver qué decide Lucy más allá de decirle sí al casamiento.
La película tuvo una recepción mixta que no tardó en llegar a las redes sociales. Hubo personas que la amaron, otras, como yo a quienes nos gustó mucho pero creemos que tiene algunas cosas flojas y otras a las que les pareció una buena idea mal ejecutada. También vi en Twitter y Tik Tok chicas (especialmente del público estadounidense) que salieron indignadas porque al final de la película Lucy se queda con “el pobre y no con Pedro Pascal”. Tal vez por eso hace ruido su elección: ¿vale dejarlo todo por amor? Una vez que pase la emoción del reencuentro, ¿van a superar las diferencias económicas? ¿Cómo van a construir su proyecto en común?
Y sin embargo, la propuesta de Harry consistía en que Lucy dejara todo, total ya no iba a necesitar trabajar de casamentera para subsistir: Harry podía mantener a ambos. ¿Iba a ser más feliz ella en un vínculo en el que estaban dadas todas las condiciones materiales, a cambio de entregar la independencia económica?
Para cerrar, unos comentarios finales sobre la película en sí. Me parece que plantea muchos interrogantes pero no profundiza bien en ninguno. De hecho, lo más logrado son las escenas en las que Lucy hace las primeras entrevistas con sus clientes porque retrata, con mucho humor, a varios estereotipos sociales: el hombre de 43 años que pide salir con chicas más maduras que sus últimas novias de 21 años pero que pone un límite de 27 años; la lesbiana conservadora yanqui que no salió del closet pero quiere a alguien igual de conservadora que ella (que su homosexualidad “no se note”); la mujer que cae con su lista de características no negociables entre las que se incluye una altura mínima para el varón. El tema de la estatura de un hombre, por otro lado, se menciona mucho, incluso demasiado: parece que entre determinado grupo de mujeres no se negocia que un varón mida más de 1.70 mt (y eso ya es ser generosas). En líneas generales lo que más me gustó de la peli es la astucia de Song para introducir un tema que imagino difícil de digerir para la audiencia.
Sin embargo, lo que no me gustó fue la falta de profundidad de los personajes: los tres son demasiado chatos, no tienen matices. Es muy difícil empatizar con Lucy en parte porque no conocemos nada de su vida por fuera de su profesión, más allá de alguna mención a ser de la clase trabajadora y a no saber qué hacer con su vida. Después de pensar bastante llegué a la conclusión de que está bien que no haya química entre Dakota Johnson y Pedro Pascal (cosa que parecía completamente diferente en el trailer), porque justamente sus personajes no matchean bien.
Por otro lado, sentí algo forzada la inclusión de la cita de la clienta de Lucy que sale mal, aunque entiendo que esa línea argumental era necesaria para plantear un problema: por más que encontremos a alguien que llene los casilleros de nuestra lista, eso no es garantía de que sea una buena persona ni de que nos haga felices.
Por último, me gustó mucho la fotografía de la película y, en especial, la estrategia de promocionar algo como lo que no es, para luego sorprender e instalar una conversación necesaria en las salas de cine.
