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"28 años después", una película postapocalíptica para pensar la masculinidad

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En junio de este año se estrenó “28 años después”, secuela canónica de la película de 2002 dirigida por Danny Boyle y con guion de Alex Garland. El film reflexiona sobre cómo en tiempos de crisis humanitaria resurgen los valores tradicionales, el machismo y la misoginia.


El virus de la rabia se libera en un laboratorio de simios ubicado en Londres y contagia a los seres humanos. Los cuerpos vomitan, se retuercen, escupen sangre y salen a la caza de personas. Más de dos décadas después, todo Reino Unido sigue en cuarentena, aislado del resto del mundo y los sobrevivientes se organizan en pequeñas comunidades donde resurgen viejas costumbres.

Este es el mundo de 28 años después (28 years later) o Exterminio: La Evolución, como se tradujo para Latinoamérica. Es la tercera entrega canónica de 28 días después (28 days later) del año 2002 y nuevamente está dirigida por Danny Boyle -conocido por haber realizado películas que muestran el lado más trash de los británicos como Trainspotting- y con guión de Alex Garland. En su momento el primer film fue una novedad por el uso de cámaras digitales a la hora de grabar y que los zombies no sean cuerpos lentos que se arrastran sino seres que gimen como hienas mientras corren a sus presas.

“No es una película sobre monstruos, sino sobre nosotros”, dijo a Time Out Alex Garland cuando se estrenó 28 Días Después. Si la primera entrega sigue a un un pequeño grupo de supervivientes -con el irlandes Cillian Murphy a la cabeza- la tercera es una historia de crecimiento o coming of age. Su protagonista es un joven de 13 años que vive en Lindisfarne, isla escocesa separada del continente, junto a su familia. A lo largo del film se embarca en dos aventuras: la primera, un rito de iniciación que lo hará “hombre” y la segunda un viaje hacia el entendimiento del amor y los lazos humanos. 



Una vuelta a los valores tradicionales

La primera parte de la película introduce a la audiencia en un día cotidiano en la isla de los sobrevivientes. Las marcas de una sociedad rural y post apocalíptica están en todos lados: desde una choza con recursos y carteles que piden “su uso moderado porque escasean” hasta folletos en la escuela que explican los engranajes de la comunidad: panaderos, maestras y cazadores. No existen los doctores o la medicina en este escenario y el único en función es considerado un loco que vive con los salvajes. 

Los espectadores conocemos Lindisfarne a través de los ojos de Spike- interpretado por Alfie Williams- que vive con sus padres y un amigo que oficia de tío en una casa de campo. Una mañana Jamie, su padre (Aaron Taylor Johnson) decide que Spike no va a ir a la escuela, sino al continente, la tierra infectada por los zombies, con el propósito de cazarlos. 

A diferencia de series como The last of us donde los humanos salen de los muros que los protegen para patrullar el exterior, en el film de Boyle esta sociedad rural se sostiene implícitamente sobre los valores del patriarcado. No es la primera vez que la trilogía refleja cómo ante situaciones de fin del mundo o crisis humanas lo primero que resurge es la misoginia y el machismo. 

En 28 Días Después, más allá de los infectados, los verdaderos monstruos son los soldados que transmiten por la radio mensajes esperanzadores sobre un refugio en las afueras de la ciudad y a salvo del virus de la rabia. El grupo sobreviviente se encuentra con un panorama diferente una vez que llegan con la milicia: las mujeres son violentadas y obligadas a usar vestidos largos, mientras que a los hombres se los encierra para luego matarlos. “Les prometí mujeres”, dice fríamente el teniente interpretado por Cristopher Eccleston a propósito de sus soldados que sufren de la soledad, pero también, de la falta de control. 

28 Años Después retoma esta crítica social pero desde otro lado. Así como los hombres de distintas civilizaciones se convierten en uno por pasar un tiempo entre los peligros de la intemperie, Spike de 13 años volverá convertido en hombre una vez que “mate a un par de infectados”. No importa si estos suponen un peligro para él o no, en la sangre derramada de ellos se codifica su hombría. 

El mitólogo inglés Joseph Campbell acuñó el concepto “camino del héroe” para hablar sobre el arquetipo de esta figura en distintas tradiciones. La estructura del monomito se basa en un joven que sale de su hogar hacia la aventura, pasa por distintos obstáculos, conoce a un mentor en el camino  y a su regreso es un hombre transformado. Esta es la base sobre la que se sostienen producciones modernas como Harry Potter, The Lord of the Rings y Star Wars para contar la historia de sus protagonistas. 28 Años Después no es la excepción. 

Spike cruza la marea baja junto con Jamie y ve por primera vez la belleza de un mundo que ya no le pertenece. Mientras caminan con sus armas a cuestas se escucha Boots, un poema de Rupyard Kipling que describe la marcha de los soldados en la Segunda Guerra Mundial y que solía reproducir la marina estadounidense para entrenar a sus soldados. Su tenebrosa locución, a cargo de Taylor Holmes acompaña, a la vez, escenas de la película bélica Ricardo II de Laurence Olivier. El clímax de este ritual de iniciación llega cuando el niño mata por primera vez a un infectado que se arrastra. Lo hace con horror y el sentimiento se intensifica cuando intenta matar por segunda vez y no puede.

El primer obstáculo y principal enemigo del afuera es el alfa, un tipo de zombie que el virus funciona en él como esteroides. Padre e hijo huyen de este Goliat infectado y vuelven al resguardo de la comunidad que los esperan con una fiesta en un pub local. En medio de la celebración, el personaje de Aaron Taylor Johnson miente al contar las supuestas hazañas de Spike y la comunidad vitorea el triunfo. La otra mentira del padre se devela cuando el hijo lo encuentra siendo íntimo con otra mujer. 



Memento amori: amor y memoria

La única que se lamenta del viaje de iniciación por el que pasa Spike es Isla, su madre -interpretada por Jodie Comer- y con ella se da lugar a la segunda parte de la película. Ahora la aventura no es en pos de la validación externa y masculina, sino para curar: madre e hijo se escapan porque él quiere encontrar al extraño doctor que puede salvarla de una enfermedad que la aqueja hace meses. 

Para los hispanohablantes puede no ser una casualidad que su nombre sea Isla y que ella, al igual que el resto de Reino Unido, también esté enferma y moribunda. Según la comunicadora e investigadora del CONICET Cecilia Vázquez, la corporización del territorio como una mujer es un recurso clásico que atraviesa el canon de la literatura y las artes desde la conquista de América. El precursor de este motivo se traslada a los griegos, con el secuestro de la reina Helena que da inicio a la guerra de Troya en La Ilíada de Homero; pasando por el romanticismo argentino, con La Cautiva de Esteban Echeverría a la cabeza, hasta en las pinturas del argentino Daniel Santoro. 

Así el motivo de la cautiva o la mujer que escapa hacia lo desconocido permite pensar en el cruce entre la civilización y la barbarie. Extrapolando esto a la pieza de Garland y Boyle se puede ver en funcionamiento la alegoría no sólo con el nombre “Isla”, sino en su vínculo con los contaminados. A diferencia del soldado suizo que acompaña a la madre y al hijo, ella no actúa con horror ni violencia cuando ve a una mujer infectada que está embarazada y toma sus manos al momento de parir. Ese gesto y que después decida cuidar al bebé -el soldado termina matando a la mujer- demuestra que Isla todavía reconoce a las personas más allá de su otredad.

Una vez que el médico errante, interpretado por Ralph Fines, logra dar con el diagnóstico terminal de Isla -una metástasis que llegó hasta su cabeza- el niño nuevamente es testigo de la muerte, pero lejos del sentido que le había enseñado su padre cuando habían salido a cazar infectados. Esta vez él ve la belleza del fin de la vida gracias a una frase en latín que repite el doctor en relación a las víctimas del virus: memento mori. Es decir, “recuerda que vas a morir”. Si al principio de la película los lugareños lo consideran un loco por recolectar los cadáveres de los infectados, en la segunda parte se explica su propósito: crema los cuerpos y conserva los cráneos para construir torres de huesos en homenaje a la humanidad.

Spike deja que el doctor cumpla con el deseo de su madre para evitar seguir sufriendo y la frase se desplaza a memento amori, que se traduce como “recuerda que debes amar”. En una de las escenas más conmovedoras de la película, el niño recibe el cráneo de su mamá y lo coloca en la cumbre de una de las pilas infinitas de huesos. Al llegar a la punta, lo posiciona tiernamente en dirección al amanecer. Isla ya no está físicamente, pero su amor es el legado que le deja a su hijo. 

Así se podría pensar que el personaje de Spike se suma a la lista de jóvenes que pueden ser positivos dentro de la configuración de las nuevas masculinidades en las producciones audiovisuales contemporáneas. No solo por no ceder a lo que se esperaba de él -es decir, ser un soldado más en la “guerra” contra los infectados porque aparentemente ese es el destino de los varones- sino por querer defender la vida de su madre y de la bebé. Además Spike encuentra valentía cuando se anima a cuestionar la opinión de su padre y del resto de la comunidad acerca de lo otro, que contempla a todo lo abyecto de Lindisfarne: los contagiados, la recién nacida de una infectada y el médico de Fines. 

Después de ese acontecimiento, Spike lleva a la beba hasta la civilización aunque no regresa a su hogar. Prefiere internarse en los bosques del otro lado del muro para meditar y encontrarse consigo mismo. Con la comprensión de lo finita que es la vida y cómo hasta en los territorios menos esperados puede aparecer, Spike pasa de ser un niño a adolecer. Y su crecimiento no depende tanto de la presión que puso sobre él su padre y el resto de la comunidad, sino por ver la belleza de los claroscuros que lo aguardaban al otro lado del muro. 



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