Fascismo, un concepto, una palabra o la nueva moda. Cerca de convertirse en un significante vacío más, como “derechos”, “progresismo” e inclusive “estado”. El vaciamiento de sentido de conceptos con significados tan fuertes y descriptivos de una realidad específica donde la concepción de la otredad está asociada a la amenaza o el peligro opera como un mecanismo más de control y manipulación sobre la narrativa del presente.
¿Cuántas personas dejan de escuchar o scrollear si les hablas de los derechos de las mujeres? ¿O de las necesidades de las personas trans? ¿A qué remite en la sociedad argentina la idea de Salud Pública? ¿Cómo pasamos de vivir en el país del Juicio a las Juntas a tener una vicepresidenta que reivindica genocidas? ¿Cómo pasamos de las protestas masivas del 2001 a ignorar la movilización permanente a la que deben someterse los trabajadores del Garrahan para evitar el cierre de un hospital que cura la salud de niños con cáncer?
¿La "nichificación" de los consumos culturales destruyó por completo el sentido de la comunidad? ¿Cómo interpelar a la empatía cuando la realidad material sólo nos empuja a preocuparnos por la supervivencia individual? La crueldad acecha mientras discutimos cómo aprender nombrar al tsunami que nos ahoga, ¿es posible salir por arriba del laberinto del fascismo?
De cotillón, pero fascismo al fin: ¿por qué sí nombrarlo?
Desde el 10 de diciembre de 2023 se han escrito cientos de papers y decenas de libros sobre el ascenso de la ultraderecha al poder en la Argentina. Sobre el cómo se llegó hasta acá se ha dicho definitivamente mucho. Hoy, a un año y siete meses de gestión de La Libertad Avanza, cabe preguntarse cómo se perpetúa un modelo político ya no de administración de lo público sino de subordinación y destrucción de lo público. El Estado reducido a su mínima expresión desde el gasto, la pulverización de los salarios, la destrucción de la industria nacional argentina y la persecución política a adversarios y periodistas.
En menos de seis años de diferencia, pasamos del “albertítere” que no podía “tomar la lapicera” y retrocedía en chancletas con la expropiación de Vicentín al outsider de la política que insultaba en televisión con metáforas de niños sexualizados, subordinando a gobernadores a los que llamó públicamente “hijos de puta”, mientras domina el Congreso siendo segunda minoría en la Cámara de Senadores. Definitivamente hay algo ahí y se llama ejercicio del poder.
Resulta complejo aportar definiciones intelectuales a una forma de liderazgo tan avasallante y diferente a las vistas en los últimos años. Sobre todo porque, ¿de qué sirve el intelectualismo vacío? ¿No debe ser el lenguaje una forma de expresión y de comunicación entre sujetos que intentan poner en común sus versiones distintas del mundo? ¿De qué sirven conceptualizaciones estáticas y cristalizadas a la hora de construir convenciones sociales para garantizar el entendimiento humano?
Fascismo pareciera ser una manera de nombrar algo que, aunque resistida por algunos, sirve a varios para representar el universo de ideas y metodologías aplicadas por La Libertad Avanza y sus secuaces. Fascismo, pero no como categoría de pensamiento o ideología rígida, sino como una forma de ejercicio del poder específica. Así lo define Ruocco Carbone, el filósofo italo-argentino en su ensayo “Milei y el fascismo psicotizante”. En esta definición, el fascismo puede correrse de su composición arqueológica. Suelen argumentar los que desisten de esta forma para caracterizar el presente que Milei no es europeo, no es nacionalista, no cree en el desarrollo de la industria como programa productivo, ni un partido de masas que lo contenga.
Aunque para ciertos teóricos políticos clásicos el libertarianismo radical no puede considerarse fascista, Milei tranquilamente podría dejarse el bigote para sumar al outfit con el que ya hace cosplay de fascista. Reemplazando el nacionalismo por el patriotismo económico, el respeto a la República por la devoción al mercado, discriminando por ideología y no por raza, y movilizando a las masas con una construcción personalista y mediática, un excelente uso del marketing digital —y no desde estructuras partidarias tradicionales— y gran cantidad de fanáticos.
Milei tiene una minoría intensa y ruidosa, y una mayoría dormida y cansada, un súbdito de laburantes tomando psicofármacos en exceso y hartos de odiarse a sí mismos o responsabilizarse del sufrimiento por su propio fracaso; mientras unos pocos festejan y se contentan con las compensaciones simbólicas reflejadas en el avance de su crueldad aparentemente incesante. De hecho, hasta es falso que el gobierno de los Milei no disponga de un Estado fuerte para imponer su doctrina de crueldad y explotación. Toda la acumulación de poder que le permite sostenerse en el sillón de Rivadavia —pese a tener a la macroeconomía pendiendo de un hilo— está basada en su ejercicio del poder autoritario, concentrado, atravesada por un control ideológico casi totalitario, la supresión de la oposición, mediante el uso extremo de la propaganda política sin respetar estándares éticos de transparencia y verosimilitud.
Es el fascismo sigiloso, electo por el voto popular pero no respetuoso de ninguna de las instituciones que protegen a sus votantes. Es el fascismo que acecha cuando la sociedad está grogui de cansancio, entre consumos excesivos de internet y cognitivamente entregados al algoritmo.
El método lo es todo
Pese a que el atropello institucional es sistemático, sólo a pocos pareciera indignarles lo suficiente para lograr movilizarlos a querer cambiar algo. No sólo no se respeta la constitución, la división de poderes ni el pleno ejercicio de la justicia con las condiciones que un estado de derecho garantiza: Javier Milei ya ni siquiera se esfuerza por mantener una coherencia argumentativa en su relato. Basta ingresar a la web de chequeado.com para repasar la cantidad de datos falsos, tergiversados, descontextualizados y manipulados presentes en cada una de sus intervenciones públicas.
Acá tampoco hay novedad, aunque pareciera que cada vez está más dispuesto a esforzarse menos. El día anterior a la sesión en el Senado de la Nación —que terminó con cuatro nuevos proyectos de ley y dos media sanciones recibidas como cachetadas en Balcarce 50—, los gobernadores anticipaban la maniobra de destrucción a los planes de La Libertad Avanza ausentándose al tradicional acto del 9 de julio en la provincia tucumana. Milei soñaba con mostrarle al mercado que su vínculo con los mandatarios provinciales no estaba tan tenso como los medios nacionales dejaban ver. No se pudo y hubo que improvisar.
Aquel día por la mañana, mientras los argentinos deglutían pastelitos, se viralizó un fragmento de una entrevista al primer mandatario realizada por el conductor Luis Majul. Allí el presidente justificaba su ausencia a la ceremonia por “mal pronóstico”, el cual complicaba la realización del vuelo de Buenos Aires a Tucumán. Pequeño detalle: ese día no había ni una nube en el cielo celeste y patriótico en ninguna de las dos provincias. Por supuesto, tampoco pareció preocuparse al notar que, después de sus dichos, los móviles de televisión registraran el despegue de los vuelos programados con total normalidad. El presidente miente sistemáticamente y ya ni siquiera se esfuerza por lograr que la mentira sea, al menos, creíble. El presidente miente y no se esfuerza por ocultarlo porque ya no necesita esforzarse para ocultarlo. Esto es de lo más peligroso.
No odiamos lo suficiente a *inserte cualquier cosa que se oponga a las políticas de gobierno*
Hace un par de semanas, el “Mengolini Gate" expuso que todo el equipo de Casa Rosada dedicó muchas horas e insumos públicos a construir una operación con fakenews para desprestigiar a la periodista Julia Mengolini. A ciencia cierta, la libertad de expresión se encuentra en riesgo desde que Milei es presidente y la agresión a la periodista, abogada y fundadora del medio de comunicación Futurock se suma a la lista de agresiones ya vistas a otros colegas anteriormente.
Sin embargo, el caso de Julia es particular por el impacto que tuvo la violencia y el método de persecución efectuado. A los registros de organizaciones como FOPEA o el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, se le suman llamados de atención en la agenda internacional. Es el caso de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Organización de los Estados Americanos (OEA). El titular Pedro Vaca calificó “un deterioro acelerado del ambiente para el ejercicio de la libertad de expresión en la Argentina, caracterizado por la baja tolerancia del Poder Ejecutivo hacia las críticas y los procesos deliberativos”.
El caso Mengolini expresa la sistematización del ejercicio de la violencia y el odio desde el Estado con los fines de promover el caos social e infundir terror. No son solo algunos trolls circulando en el amplio mar que representa internet: fue el aparato político gubernamental, funcionarios públicos reproduciendo desde sus redes sociales los mensajes de odio. El presidente posteó más de 80 tweets en los que se difundía la noticia falsa que vinculaba sexualmente a Mengolini con su hermano. En segundo lugar, la utilización de milicias digitales paraestatales coordinadas desde las oficinas de la Rosada para hostigar abiertamente y producir videos editados con IA con contenido sexual de la periodista y su hermano. Los registros se difundieron por grupos de Telegram de fanáticos libertarios y páginas pornográficas. Julia lo explicó muy bien en la presentación de la causa que llevaron a la Justicia junto a su abogado, Juan Grabois, y Camila Palacín, de Argentina Humana.
El objetivo de la persecución trascendía la instalación de la noticia falsa como posverdad, más bien tenía como fin el ejercicio de la tortura. Un tipo de “psicología de la crueldad”, definió en una entrevista que le hicieron en el stream de Cenital. El fin era perseguirla con el fantasma de una falsa relación sexual con su hermano hasta lograr afectar su cotidianeidad, llenarla de miedo y paralizarla del pánico. Fueron tantos los mensajes de odio, las amenazas de muerte que recibió ella y su familia, que la justicia de San Isidro en la que radica la causa decidió brindarle custodia permanente. No pudieron destruirla gracias a la fuerza de la organización y la solidaridad.
La única manera de combatir la psicología de la crueldad que impone el fascismo es no dejarse aplastar por más sistemático que sea el golpe. Por supuesto, es una tarea para resistir en colectivo, porque nadie se salva sólo de un Estado dispuesto a todo para generar miedo en sus gobernados. El #MengoliniGate demostró que en el fascismo sigiloso no hace falta la tortura física para llenar de terror la cotidianeidad de alguien, basta acosar en entornos digitales por los que ahora pasa mucho de la vida de los individuos. La diputada Mónica Macha, presidenta de la Comisión de Género y Diversidad de la Cámara de Diputados explicó en Eva TV que “la exposición digital tiene un impacto en la salud psicológica y física, porque aunque sea digital, es real. Ya no existe esa distinción tan marcada entre lo digital y lo físico”
Los entornos digitales constituyen la vida social de los sujetos en estos tiempos. La exposición digital tiene un impacto en la salud psicológica y física. Pareciera obvio, pero hay que explicarlo.
Macha es autora, a su vez, del proyecto de Ley Belén, el cual busca incorporar la violencia digital como delito en el Código Penal, específicamente para sancionar la obtención y difusión no consentida de material íntimo o de desnudez con el fin de proteger a las víctimas de violencia de género digital a partir del caso de Belén San Román, quien se suicidó tras la difusión no consentida de material íntimo. El #MengoliniGate trajo una nueva incógnita. ¿Hasta dónde serán capaces de tirar de la cuerda?

¿Resistir o hacer performance de resistencia?
La anestesia cognitiva y emotiva no pareciera ser un fenómeno con único impacto en la Argentina. Acostumbramos a ser testigos pasivos de un genocidio en Gaza desde el timeline de X y, en un período de treinta segundos, pasar a ver videos adorables de monitos domesticados. Hipnotizados y sumergidos en la guerra cognitiva de las plataformas por la atención, saltamos de un contenido a otro sin frenos o cuestionamientos.
En el medio de este fenómeno mundial de nuevos adictos, los fascismos escalan con la herramienta de la indiferencia. “¿De qué hablamos cuando hablamos de una adicción? Hablamos de una adicción, o mejor dicho de una persona adicta, cuando pasa de un uso responsable a un abuso del que termina siendo dependiente, esclava. Cuando el cuerpo físico y psicoemocional se alteran si no se tiene esa sustancia, en este caso el celular, que deja de ser una herramienta para terminar siendo el epicentro de su existencia”, escribió el psicólogo Pablo Melicchio en Perfil.
“El exceso del uso de las pantallas está deteriorando la salud psicoemocional y desde luego los vínculos interpersonales. Todo lo que estabiliza la vida humana necesita de tiempo y dedicación. El amor de pareja y la amistad necesitan de tiempo y dedicación. La formación y el trabajo necesitan de tiempo y dedicación”, arroja. ¿Qué vínculos de solidaridad son posibles de organizar en un presente tan dominado por la lógica del algoritmo? ¿Puede la destrucción de las microeconomías pesar más que el adormecimiento generado por las nuevas formas de sumisión digitales?
El fascismo triunfa en la ignorancia de los subordinados, en la pasividad del que complace desde la más remota ignorancia. El fascismo triunfa en la precarización de tu trabajo, pero también de tus afectos, en la sodomización a una lógica de vida meramente atravesada sobre la brújula del máximo rendimiento. Entre las jornadas laborales de entre diez y catorce horas, duerme la ilusión de una rebelión que rompa con la alienación precarizante. Allí, en el desgano de quien está cansado de pensar cómo esquivar la miseria sin más tiempo para dedicar a las horas del trabajo, aparece la lobotomización de internet, TikTok y las redes sociales que se disputan silenciosas la guerra por la atención.
El postcapitalismo distancia al sujeto de su identidad de trabajador en la imposición de una economía basada principalmente en servicios, donde acostumbramos a no ser más dueños de nada; ni si quiera de nuestras propias decisiones. El gigante chino del fast fashion Shine llegó a la Argentina para generar nuevas necesidades de mercado en las que corramos a comprar la moda que globaliza la estética y diluye la identidad de los pueblos (aún consciente de esto, no pude evitarlo). El postcapitalismo y en ese ejercicio de emancipación logra desafectar a los trabajadores de su condición de clase. Es esa también la promesa fallida de las democracias liberales: todos podemos vestir igual y aspirar a lo mismo, ya sin importar de dónde venimos.
Somos hijos perfectos del capitalismo, criados como máquinas, sometidos a la eficiencia y al dios dinero de la productividad que todo poderosos nos vuelve. Las “coffe raves” de Palermo se vuelven tendencia ante una generación de jóvenes que compiten consigo mismos en una carrera hacia la excelencia que los vuelva los Mark Zuckerberg del mañana.
No hay tiempo para alcohol, drogas, excesos. No hay tiempo para equivocarse o cuestionar el rumbo de tu propia vida. Lo importante es que cada día des el 100% de vos y estés más cerca de “tu mejor versión”, mientras hacés malabares para fingir que no tenés una deuda impagable con la tarjeta de crédito. Sufrimos la ansiedad de la precarización y buscamos refugiarnos en la rápida y vacía complacencia del consumo digital para olvidarlo.
¿Cómo pasamos del país emblema en calendario de vacunas de la región a tener una epidemia de viruela y sarampión amenazando la salud colectiva? Imposible no asociar ambos elementos a la crisis de legitimidad que ha golpeado al sistema de salud público post pandemia. En la era de la posverdad, donde la credibilidad de un influencer es la misma que la de un médico o un nutricionista, vacunarse pasó de moda. El Estado se vuelve diminuto hasta desaparecer y muy pocos cuestionan todo, mientras la mayoría perpetúa el fanatismo por el desconocimiento. Así llegamos a tener una diputada nacional que en televisión admitió no reconocer cómo interpretar qué es una Canasta Básica Total y cómo se mide la misma.
Inclusive hasta el sector político opositor más importante decidió movilizarse seriamente contra el programa libertario recién cuando la Corte Suprema de Justicia definió la prisión de su principal referente. Mientras avanza el desguace de áreas clave para la sustentabilidad social como la Agencia Nacional de Vialidad (creada con el objetivo de reducir la tasa de siniestralidad en el territorio nacional mediante la promoción, coordinación, control y seguimiento de las políticas de seguridad vial, nacionales e internacionales) o desfinancian el Hospital Garrahan, para muchos “politizados” la militancia o el activismo se vuelve mera presencia digital. De ir a las marchas a compartir un flyer o un reel, o de ir a las marchas pero subir sí o sí una foto porque sino no fuiste realmente a la marcha.
Probablemente para cuestionar la sostenibilidad de este presente haya que cuestionarse mucho del vínculo de los individuos con el mismo. En un mundo de consumos nichificados, donde es fácil dejar de cruzarse con la narrativa adversaria y contentarse con contenido que sólo sirva para reafirmar el propio sesgo ideológico tendremos que construir alternativas formas de ser y dialogar con otros por fuera del fascismo psicotizante.
Diseño de portada: Taiel Dallochio
