Mi Carrito

¿Todavía tiene sentido ser feminista?

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Quienes fuimos contemporáneas al estallido feminista, en 2015 primero y 2018 después, formamos parte de un momento único en la historia argentina. Distintas generaciones y sectores sociales fuimos protagonistas de marchas multitudinarias en todo el país, creamos consignas que resonaron en nuestra región y en el mundo, transformamos un pañuelo verde en un símbolo de lucha y conseguimos una serie de políticas públicas que eran sencillamente inimaginables tiempo atrás.

Por aquel entonces, esa fuerza arrolladora parecía no tener frenos ni retrocesos. O, al menos, así se sentía para quienes levantábamos esas banderas. Pero con la irrupción de la pandemia y el avance indiscutible de la derecha a nivel internacional, la convicción de que lo que vivimos había sido un punto de quiebre empezó a trastabillar. Año tras año, nuestras consignas perdieron su capacidad de interpelar a la sociedad frente a la –no tan nueva– popularidad de concepciones del mundo antagónicas y nuestra agenda volvió a la periferia de la discusión pública.

“Es piantavotos”, escuchábamos. “No garpa”.

Parece, una vez más, que ya nadie quiere autoproclamarse feminista.

Pero, por definición, una revolución –porque sostenemos que lo fue– no puede durar para siempre.

Con el tiempo, quienes nos seguimos reconociendo parte de este colectivo entendimos que lo que sucedió fue un estado de excepción y no la norma. “Hubo como un hueco maravilloso en la matrix”, resumió la pionera Malena Pichot en una entrevista con el medio de comunicación Mate. No se trata solamente de si “nos equivocamos en las formas” o “nos pasamos tres pueblos” (aunque también podemos discutirlo, sí). Como cualquier otro movimiento disidente, contrahegemónico, que cuestiona y discute las lógicas del poder, los feminismos somos precisamente eso: una voz incómoda que molesta desde los bordes.

Y, paradójicamente, la coyuntura que se nos presenta la vuelve aún más urgente y necesaria.

En un país gobernado por Javier Milei no estamos enfrentando únicamente la indiferencia. Detrás del dogmático “no hay plata” se impulsa un ataque directo a todo aquello en lo que creemos: desde el aborto legal y la Educación Sexual Integral hasta el reconocimiento de las desigualdades de género y la búsqueda de un mundo más igualitario, que defienda lo colectivo por sobre lo individual. En menos de un año y medio de gestión, la disolución del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidades fue el comienzo de una serie de medidas en esa dirección.

Por nombrar solo algunos ejemplos: el Programa Acompañar, que otorga asistencia económica a mujeres y LGBTI+ en situación de violencia de género, fue prácticamente desmantelado. Algo similar ocurrió con Registradas, política que impulsaba la formalización de trabajadoras de casas particulares y no fue renovado por la gestión actual, y el Plan Nacional de prevención del embarazo no intencional en la adolescencia (ENIA), que había logrado reducir casi un 50% el embarazo no intencional en la adolescencia en el país y fue vaciado. En el mismo sentido, el pasado abril el ministro de Justicia anunció que el Gobierno eliminará la figura del feminicidio del Código Penal.

“La ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil”, sintetizó el presidente en el Foro de Davos de 2025.

Por eso, aunque ya no sea trending topic o tema de conversación en la mesa familiar, hoy más que nunca creemos que tiene sentido reivindicarnos feministas. Y más allá de que la memorable “marea verde” hoy se haya dispersado, las redes que supimos construir se revalorizan en tanto espacios indispensables para luchar por nuestros derechos en compañía. En respuesta a un Estado cruel y ausente, nuestro movimiento sigue apostando por la escucha, el abrazo y la empatía. Lo comunitario como estrategia y como resistencia.

Desde nuestro lugar como comunicadoras y comunicadores, tenemos la convicción de que hacer Feminacida siete años después de nuestra primera publicación es una decisión política: defender un periodismo feminista, autogestivo y financiado principamente por su Comunidad es, cada vez más, una declaración de principios. Es la trinchera a la que siempre volvemos para encontrarnos, cuestionarnos, repensarnos y potenciarnos. Es el proyecto en el que construimos dinámicas de trabajo más solidarias y compañeras. Es el lugar que elegimos para visibilizar las injusticias y bancarnos entre nosotres.

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Hagamos Comunidad.



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