Evangelina no leyó un aviso en el diario que dijera: “se busca madraza” o “presentarse madraza”. No leyó como requisitos: “que tenga más de cinco hijos, que sea buena madre, que esté casada por iglesia”. No, nada de eso. Estaban en su casa, con Juan, su único hijo, de 23 años, tomaban mate y comían bizcochitos, cuando llamó Loreana, y le ofreció ser “madraza” en uno de los seis Hogares de Cristo que coordina.
En 1997, con 20 años, Evangelina llegó desde Misiones a Moreno, uno de los veinticuatro partidos del conurbano bonaerense. Empezó a trabajar como empleada de casas particulares. En su provincia dejó padres, hermanos, hermanas, primos y amigos. Dejó también una capilla para la que la mamá y vecinas habían conseguido un terreno, y en la que ella había tomado la comunión. De todo lo que dejó lo más fácil de encontrar en su nueva ciudad fue una capilla y empezó a ser catequista. Mantuvo el sueño que tenía desde los 8 años: tener un comedor para muchos chicos.
La pandemia golpeó duro en Moreno, virus, encierro, pocas changas, poca comida, muchos conflictos familiares. Desde la parroquia San Martín de Porres, Leo, el cura que había llegado en 2017, organizó ollas populares. Loreana, profesora de educación física y trabajadora social, estaba ahí, a la par de Leo, Juan se sumó. Fideos, papas, harina para tortas fritas, barbijos, paracetamol, nada ante lo que pasaba y a la vez mucho para los que tenían poco y nada.
Conocieron más el barrio. Los golpes más fuertes y más noqueadores del COVID iban a los jóvenes. Para la droga no había encierro. La droga entraba, salía, quemaba. Había que atender a los heridos. Se conectaron con los Hogares de Cristo y abrieron seis y dos centros de día. Las ollas no solo alimentaron a chicos, jóvenes, mujeres, varones, ancianos, sino que alimentaron lo que la parroquia venía haciendo. De las ollas comunitarias no solo salió comida, salieron convenios con el Estado, más talleres, emprendimientos, un club, dos centros educativos y dos jardines comunitarios.
Los Hogares de Cristo nacieron en la ciudad de Buenos Aires, en el lavatorio de los pies de la Semana Santa de 2008, presidido por el arzobispo Jorge Bergoglio, quien poco tiempo después, pasó a ser el papa Francisco. Los “curas villeros” articularon una red de organizaciones con abordajes de consumo problemático vinculadas a la Iglesia. Recibieron el apoyo de Cáritas Argentina y se extendieron a nivel nacional. Hoy hay 220 Hogares de Cristo en todo el país. En estos espacios se trabaja con los doce pasos o umbrales de narcóticos anónimos. Los operadores comunitarios -u operadoras en los hogares de mujeres-, van avanzando en los umbrales y acompañan el proceso. También, trabajadoras sociales y psicólogas comunitarias. A estos equipos se suman las madrazas: “mujeres de cuidado”. No hay madrazas y padrazos, en todos los hogares hay madrazas. No hay datos de cuántas son, pero todos tienen al menos una.
Por una llamada Evangelina, que prefiere que le digan Eva, fue convocada para incorporarse a los hogares. No como empleada doméstica, no como catequista, sino como “madraza”. Gracias a su hijo ya conocía algo de la maternidad, y gracias a su hijo también, ya conocía lo que se estaba haciendo en los hogares.
―Escuché la propuesta, qué es lo que había que hacer. Me gustó la idea. Me metí y ahora no quiero salir ―dice entre risas.
Dejó varios trabajos en casas de familias y se quedó con los que quedan cerca de la suya. Siguió siendo madre de Juan y pasó a ser “madraza” de once mujeres jóvenes y de una de más de 60 años en la “Casita de Colores”. Una casa blanca con ventanas verdes, en medio de un parque, el único Hogar de Cristo para mujeres en Moreno.
Desde su experiencia, Loreana, de apenas unos años menos que Eva, aunque parece de muchos menos, observa que es muy difícil que una mujer levante la mano para decir que necesita ayuda. Las que se acercan lo hacen pidiendo para sus hijos, parejas o hermanos. Para ella algo común entre los varones y las mujeres que están en los hogares es que no han tenido experiencias de cuidado. Y para esto es central la madraza:
―Es la mirada de acompañamiento, se tiene que lavar los calzones y así, se fija si están limpios, si se cortaron el pelo, si están afeitados, si lavaron la ropa, si los recursos que se les deja semanalmente para cocinar los están utilizando bien y no se está derrochando comida para tirar. Es la que tiene la mirada en todo.
Loreana explica que a las mujeres les cuesta mucho más que a los varones sostener la internación. Si sus hijos y sus hijas no están es un problema, y si están, también. Cualquiera de las dos situaciones puede obstaculizar o favorecer la recuperación. A veces tratan de que sus madres y hermanas los cuiden en los primeros tiempos y después llevarlos con ellas a los hogares.
La madraza Eva va tres veces por semana a la Casita de Colores, se queda de noche y va también los fines de semana, días especiales en los que se reciben visitas. Juan le dice mamá, las jóvenes y la mujer de más de 60 años le suelen decir madraza:
―Mi rol es ese acompañar desde acá adentro, con el abrazo, con la contención, con los oídos y muchas veces más el oído que otra cosa.
Los días de visitas hay preparativos y ansiedad: las chicas se bañan, se miran, se perfuman, se planchan el pelo y ponen manteles en las mesas. La madraza a veces les lleva algún esmalte de uñas. Ellas le preguntan si están lindas. A las familias les piden que no les den información que pueda complicar el tratamiento. Que les den fuerza, que les cuenten cosas buenas, que no les den malas noticias. Pero en esos encuentros generalmente se enteran de lo que no se tienen que enterar, “hay filtraciones”, y las filtraciones desaniman. La madraza lo nota en las expresiones de sus caras, en el brillo de los ojos que se apaga.
Cuesta quedarse en el hogar, les contaron que sus hijos las extrañan, les contaron de algún trámite judicial, les contaron de sus parejas o exparejas. Al otro día los tres niños y la niña que viven con sus mamás en el Hogar, traen un poco de color a la casita de dos colores y a sus caras. Por casualidad o por decisión en los momentos importantes hay mate y bizcochitos. La madraza prepara todo, agarra dos banquitos, se sienta en un rincón de la cocina y escucha a una de ellas.
No es fácil levantar la mano para entrar al Hogar, no es fácil el primer mes, no es fácil quedarse y no es fácil recuperarse. Cada día se vuelve a decidir si quedarse o irse. Los días que se sienten bien gana el querer irse, también los días que la abstinencia se hace notar:
―Cuando llegan no les importa nada. No les importan los hijos, no les importa la ropa, no les importan las familias. Se levantan pensando si van a tener para consumir en el día y cómo lo van a conseguir.
Para la madraza tampoco es fácil, algunos días todo está en calma, no hay problemas, se ríen, se cuentan historias y miran la tele. Otros días hay peleas, ruidos y gritos. Eva a veces les dice a las chicas que prefiere salir a limpiar casas que escucharlas, pero cuando no las ve las extraña, y extraña a la nena de Cecilia, la operadora, se encariñó mucho con ella.
―Tenés que pelear cuando son chicas bastante fuera de sus sentidos. A veces las entiendo, porque es como que entran en un estado de abstinencia. Estando acá dentro no consumen y a medida que se van limpiando tienen sus ataques. Y bueno, se enojan, te gritan, se pelean entre compañeras, vos les querés decir y te terminan gritando.
Son una familia numerosa. La madraza cuida, organiza la vida cotidiana y pone límites, lo peor es sacarle la posibilidad de recibir llamadas o visitas. Cuando se conocen desde hace tiempo se ayudan entre ellas, cuando no se conocen suele haber problemas:
―Hubo un tiempo que se peleaban hasta para bañarse. Es todo, porque me sacó, porque me faltó, porque me tocaba a mí, porque si el mate lleva o no azúcar. Y si no hay alguien en el medio se arrancan los pelos.
Eva, antes de llegar a la Casita no conocía de cerca a nadie que consumiera drogas. Por una llamada pasó de tener un hijo varón, y sin problemas de consumo, a doce mujeres que sí tienen este problema. Y cuando se hizo madraza empezó a ver y a oír de otra manera:
―Veía que estaban ahí y pensaba “este tarado o esta tarada que no tiene nada que hacer se está drogando”. Lo juzgaba desde ese lado. Pero después que entré acá aprendí que no es así. Que juzgamos sin saber. Y sí está, obvio, el que quiere consumir y consume y tiene todo. Pero la mayoría de las veces pasa que viene con las problemáticas y empieza a consumir desde ese lado. Para no sentir el golpe, para no sentir una violación, para no sentir el abuso, para no sentir que no tenés nada. Entonces empecé a ver todo de otra forma.

Las madrazas se reúnen en misas, en los encuentros nacionales de los Hogares de Cristo, y también dos veces lo hicieron en el Luna Park. La primera, el 4 de septiembre de 2022 cuando salió de ahí una peregrinación de los Hogares para recorrer el país con el lema: “Ni un pibe menos por la droga”, y terminar un año después en Luján, celebrando los 15 años de los Hogares y los 10 años de papado de Francisco. La segunda vez, en 2024, por los 50 años del asesinato del padre Mujica. En el Luna, en 2022, cantaron con Gieco: “Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”. Y a ellas les cantaron su canción: “Me prepara la comida, me aconseja y me da vida, se le escapa siempre un lagrimón, ya conoce mis movidas y aunque a veces no lo diga soy un hijo más del corazón. Me rescata con ternura, sos hermosa, sos locura y hoy te dedico esta canción”.
En 2024 Moreno Sur recibió nuevos golpes, ya no del COVID sino de las medidas tomadas por el gobierno nacional. Los golpes llegaron también a los hogares. La Casita de Colores empezó a tener menos recursos y menos madrazas. Cuando supieron que serían menos, Eva pensó que si ya no trabajaba más ahí iría los fines de semana a tomar mate con las chicas. La llamó Loreana y le dijo que ella, si quería, se quedaba. Y se quedó.
