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Tener o no tener hijos, esa es la cuestión

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Estoy sentada en una mesa de un cumpleaños con pocos invitados y escucho con atención una charla entre otras personas muy cercanas a mí. Una mujer de aproximadamente 50 años, a partir de los dichos de Javier Milei en la Cámara de Comercio de Estados Unidos, comenta: “No lo volvería a elegir. Después de haber pasado por esta experiencia me gustaría probar una vida sin hijos”. Acto consecutivo algunas de las mujeres que están a su alrededor la miran con espanto, pero con uno que no parece real sino más bien fingido, como si lo que les molestara efectivamente no es lo que ella dijo sino, más bien, lo que ellas no se animaron a decir. Tener o no tener hijos, esa parece ser la cuestión.

Diseño de portada: Taiel Dallochio


El tema revive todos los años. Si no es por los dichos de algún presidente, es por los resultados de un censo o porque una universidad releva datos que aportan al debate. En fin, el descenso de la natalidad en Argentina es noticia hace rato, solo que ahora la novedad es que la culpa es del feminismo –cuando no–. “Se les pasó la mano en atacar a la familia, a las dos vidas, y ahora estamos pagándolo”, dijo Milei intentando, como siempre, generar polémica y poner en agenda una crítica a las conquistas de los “woke”. “El miedo es que el mundo se quede sin gente. Lo hubieran pensado antes, nos hubiéramos ahorrado bastantes asesinatos en el vientre de las madres”, agregó después.  

Vamos a los datos

Hay una información de partida que es correcta: la fecundidad está cayendo a nivel local y mundial. En Argentina la tasa se redujo un 51 por ciento entre 1950 y 2015, mientras que en América Latina la disminución fue del 40 por ciento en el mismo período. En nuestro país hay un descenso sostenido, pero a ritmo lento desde 1980. “Lo que llevó a que en la primera década de los 2000 el país tenga una tasa de fecundidad mayor que el promedio de la región latinoamericana. De esta forma, entre 2005 y 2010, en Argentina la tasa de fecundidad media fue de 2,37 hijos/as por mujer mientras que en América Latina y el Caribe fue de 2,26 hijos/as por mujer”, según demuestra el informe Odisea demográfica de CIPPEC

La caída más estrepitosa se da desde 2014 (2,4 hijos por mujer) en adelante. Diez años después estamos en el punto más bajo: 1,4. Un dato no menor es que hubo un descenso contundente en la franja etaria de las niñas y adolescentes menores de 20 años, donde la caída fue de un 55 por ciento, mientras que para el total de las mujeres fue de 34 por ciento. También se refleja este fenómeno en mujeres con pocos estudios: “La cantidad de nacimientos de mujeres que no finalizaron el secundario entre 2014 a 2020 cayó un 47%”.

Podríamos decir que, una mayor disponibilidad de métodos anticonceptivos y derechos reproductivos sumados al aumento en el acceso a la educación han influido para bien. ¿Pero no era culpa del aborto? Habrá que contarle al presidente que la Ley de Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) se sancionó en diciembre de 2020.  Pero, además, según el último Censo, en 2022 aún eran más las mujeres que decidían tener hijos (57,5 por ciento) que no tenerlos (42,5). Habrá que ver qué pasó en estos dos años. 


Créditos: Miela Sol PH

Crisis económica, climática, vincular y de fertilidad

Noelia tiene 34 años y vive en La Tablada. Estuvo siete años en pareja, cinco de novia y dos casada. Quería tener hijos, lo deseaba desde “pequeña” y lo intentó “un largo rato” hasta que el plan se derrumbó. En 2021 se había mudado con su marido a una casa más amplia para concretar ese proyecto, pero en 2022, y luego de atravesar la pandemia del Covid-19, puso un freno porque la situación económica y vincular de ambos empezó a empeorar. “Jochi”, como le decía a su excompañero que es diseñador, se quedó sin trabajo y, poco a poco, eso empezó a desgastarlos. “Evidentemente, no era momento”, se consuela. 

¿Qué está pasando con la vida? Hay una degradación concreta de la calidad en muchos sentidos. El primero, y el más evidente en nuestros cuerpos, es el económico. La emancipación es cada vez más lenta, todo se encareció y la esperanza de acceder a una vivienda propia está hecha polvo. Criar a otro ser humano costó alrededor de 500 mil pesos en 2024. Pero, además, los empleos cada vez son menos estables y vivir con un solo ingreso por hogar es imposible y tampoco tan deseable, menos para las mujeres. Y si bien los conductores de algún programa de streaming de Carajo proponen que la solución sea volver a un esquema donde nuevamente estemos relegadas al hogar, ni siquiera es un camino posible porque con un salario no vive ninguna familia que pague un alquiler –más allá de lo dinosaurio del comentario. 

En este hilo de X de Sol Prieto, investigadora del CONICET, quedan en evidencia varios de los motivos por los cuáles hoy no se elige llevar adelante una crianza. “Me aterra la crisis económica, ambiental, la vulneración de derechos y el tejido social roto”; “No tengo casa propia, sobrevivo con un sueldo paupérrimo lo cual afecta gravemente mi bienestar físico y mi salud mental”; “Porque quiero terminar mi carrera y porque no cuento con la estabilidad económica necesaria para traer un bebé al mundo”; son algunos de los que aparecen. 



Hay un colapso rotundo que promete, aunque algunos esperanzados lo niegan, empeorar. No hace falta ser muy despierto para notar que la frecuencia e intensidad de eventos extremos como olas de calor, sequías, incendios e inundaciones, epidemias o virus cada vez son más a menudo. La crisis climática también se traduce en crisis de fertilidad. “Según un descubrimiento publicado en la revista Human Reproduction Update, que analiza la muestra de 57.000 hombres de cinco continentes, se probó que entre 1973 y 2021 la fertilidad masculina se redujo en un 50 por ciento. Además, un estudio reciente del CONICET evidenció que la exposición prolongada a las olas de calor debilita la calidad del semen”, explica esta nota que escribí junto a Victoria Eger en Diarioar.

Además, la extensión de la vida y la postergación de la maternidad están generando que las mujeres tengamos menos hijos o decidamos tenerlos a edades más tardías. Lo que implica también que haya mayores complicaciones a la hora de concebir. Según el estudio de fecundidad en la Ciudad de Buenos Aires publicado en 2021, en 2003 la edad promedio para tener un hijo era a los 29 años y en 2021 pasó a ser 32,4. Por eso, tanto la crioconservación de óvulos como los tratamientos de fertilidad son prácticas cada vez más comunes. 


Créditos: Miela Sol PH

Pero, ¿con quién vamos a repoblar el país?

Muchas veces esa dilatación no solo es por priorizar otro proyecto, sino también por la imposibilidad de encontrar con quién tener a los hijos. Cada vez es más común escuchar mujeres exponiendo lo difícil que es “vinculear” con los tipos. Y es cierto. Es que vemos el mundo de formas cada vez más distintas. Existe una nueva división del género que está surgiendo a nivel mundial; una brecha ideológica con un impacto personal muy concreto. “Ser hombre y menor de 25 años es hoy en Argentina un muy buen predictor de conservadurismo”, concluyen Ernesto Calvo, Gabriel Kessler, María Victoria Murillo y Gabriel Vommaro en un artículo publicado en la revista Anfibia. “En el actual clima de secularización y modernización cultural, los varones tienen posiciones muy conservadoras”, afirman en la nota y agregan: “Tienden a pensar que los cambios en materia de derechos de género y diversidad sexual han sido excesivos y que han avanzado demasiado rápido”.  

Pero el problema no solo se da en la forma en la que entendemos el mundo, sino también en la manera en que lo habitamos. El individualismo, la demanda del ser exitoso por sobre cualquier otra cosa, el cuento del amor propio, la pérdida de lo colectivo como una forma de habitar el espacio, los mensajes simplistas de “hay que soltar” y cuidar cada vez más lo nuestro sin que nada nos incomode, también están friccionando nuestras capacidades de construir en convivencia con un otro. 



El problema no es la mapaternidad, es el sistema

Pablo tiene 42 años y es papá de Isabella de 8. El año pasado, luego de darse cuenta que no quería tener más hijos, se realizó una vasectomía gracias al impulso que le dio su nueva novia, que tampoco quiere ser madre. “Fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida”, aclara y se ríe en un audio de Whatsapp. “A la gorda (por su hija) la amo, pero de mi parte que no sueñe con tener hermanitos”, agrega. Cuando indago un poco más en los motivos, me doy cuenta que el problema no es la mapaternidad, sino las dificultades que eso trae. “En mi caso cuando tuvimos a Isi estábamos muy solos, fue realmente un milagro sostener los trabajos que teníamos y criar”, concluye. 

“En el capitalismo no hay lugar para tener criaturas”, dice la socióloga española Esther Vivas en su libro Mamá desobediente en donde expone, entre varias otras cuestiones, que el Estado —en lugar de reclamar con discursos violentos preocupaciones por el índice de natalidad— debe implementar políticas públicas concretas que mejoren y simplifiquen la gestión de las infancias. Porque se preocupan por quién va a sostener el sistema previsional en un futuro, y nos echan la culpa a las mujeres que no queremos tener hijos, pero poco piensan en aumentar el empleo registrado y en mejorar las condiciones laborales que permitan compatibilizar ambas tareas: el trabajo y el cuidado. “La infertilidad es una enfermedad social: vivimos en un entorno que nos dificulta ser madres, que nos obliga a posponer la maternidad, con un mercado de trabajo precario, casi sin ayudas en la crianza, con precios abusivos en las viviendas, expuestos a tóxicos y contaminantes ambientales”, agrega Vivas en su texto. 

Ese es el caso, pero no el único, de las licencias por “maternidad” y “paternidad” que cumplen un rol fundamental a la hora de construir una sociedad que desarrolle una crianza posible y equitativa. Porque las complicaciones laborales a las que se enfrentan, sobre todo las mujeres, son concretas: la brecha salarial entre los géneros es de aproximadamente un 20%. Para ser madre hoy tenés que dejar de lado tu carrera profesional o es el mismo mercado el que poco a poco te va a ir expulsando.

“La necesidad de las familias de contar con más tiempo para cuidar y ser cuidados es particularmente relevante en la fase de transición demográfica que atraviesa Argentina”, indica un informe desarrollado por Cippec llamado “Más días para cuidar: Una propuesta para modificar el régimen de licencias desde la equidad”. Es por eso que no se necesita de un gobierno que señale los problemas de natalidad, sino uno que se haga cargo de mejorar el sistema de cuidados social para que las familias no tengan que terminar mandando a su pibe a jornadas escolares eternas en pos de poder cumplir con el horario laboral.   


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Que no sea en soledad

Por último, quiero reflexionar sobre un tema –que no es nuevo– y que en estos días estuvo generando mucho revuelo dentro de algunos espacios feministas: el mensaje de la anti maternidad. ¡Ojo, compañeras! Entiendo, y hasta creo que son necesarios los planteos sobre el deseo, pero cuando eso se vuelve un dedo señalador de las traidoras del género estamos más cerca del fascismo que de otra cosa y lo único que hacemos es dejar en total soledad a las mujeres que eligieron, por el motivo que sea, maternar. Para eso ya está el Estado y todos los sistemas que nos oprimen, como lo evidenciamos a lo largo de esta nota.  

¿No nos parece que bastante carga mental tienen las madres como para andar tirándoles el fardo de que son cómplices del sistema? Se pasan un par de pueblos. La batalla no debería ser si traer o no traer hijos al mundo, sino qué tipo de vida estamos construyendo socialmente y qué futuro imaginamos que no nos permite siquiera pensar en ser mapadres. 

Porque aunque no parezca, la elección es profundamente colectiva, atravesada por el contexto que habitamos. Tal vez, más que exigirnos tendrían que preguntarse qué nos ofrecen. Tal vez, más que señalarnos deberían acompañar la decisión. Porque el problema no es la baja natalidad sino la falta de condiciones para que el deseo de maternar —si aparece— no siga siendo una batalla en soledad. 



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