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"Sister Hong": los varones también son víctimas del patriarcado

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Hace días que en los medios de comunicación estalló el caso conocido popularmente como Sister Hong. Perpetrado por el Sr. Jiao, un hombre chino de 38 años, fingía una identidad femenina a través de aplicaciones de citas para encontrarse con hombres y grabar contenidos sexuales de manera infiltrada. Se presentaba con elementos socialmente identificados como femeninos con el fin de no mostrarse como masculino. Los hechos se dieron de manera consecutiva por más de cuatro años, hasta que fue capturado por la justicia y actualmente espera una sentencia firme.

Cuando se conoció el caso se desataron varios rumores y datos que evidenciaron las pruebas cibernéticas y físicas. Por una parte, al principio se suponían más de 1000 casos, pero la Justicia declaró solo 237 víctimas. Mayormente varones heterosexuales, y algunos con hijos, le ofrecían recompensas como electrodomésticos o alimentos a cambio del encuentro sexual.

Además, la opinión pública enfatizó en la posibilidad de un contagio masivo de infecciones venéreas, ya que se habían registrado casos donde los encuentros se daban sin protección. Además, se realizaban en su departamento, previamente preparado con cámaras ocultas que registraban los actos íntimos sin que los participantes lo supieran. Estos registros eran luego comercializados mediante suscripciones en sitios de internet sin previo aviso, una práctica que culminó en su detención.

Hasta ahora, los delitos que tiene adjudicados son: producción y distribución de material íntimo, violación de la privacidad y falsificación de identidad. Se corre el rumor que puede llegar a la pena de muerte por atentar contra la integridad de otras personas, pero aún no se presentaron las suficientes acusaciones.

No obstante el tratamiento mediático, tanto nacional como internacional, apuntó a mostrar algunos contenidos, aún con censuras, y a enfatizar en los roles de género del protagonista desde un lado sensacionalista. Aunque el caso revela múltiples dimensiones: desde la ausencia de consentimiento y la comercialización de contenidos íntimos, hasta el modo en que estos hechos, con la experiencia de las víctimas, interpelan las nociones de masculinidad, sexualidad y corporalidad.

Las plataformas digitales permiten que los contenidos multimedia trasciendan a una velocidad luz. Incluso, a través de las redes sociales los contenidos pornográficos cobran una mayor interacción y funcionan como canales para la venta e intercambio de materiales. Aunque la pornografía suele entenderse como una ficción producida para la cámara, en este caso lo que circula es algo muy distinto: filtración de materiales sin consentimiento que se enmarca en un tipo de violencia digital. Esta exposición trae, sin justificación alguna, discursos y prácticas profundamente transfóbicas y homofóbicas, dejando al descubierto una violencia que va mucho más allá del contenido mismo.



Esto marca un hito que poco ocurre en la agenda, porque en términos generales, rara vez los varones somos objeto de este tipo de casos. En datos del informe Ciberviolencia y ciberacoso de ONU Mujeres, se refleja que el 90% de las víctimas de la distribución no consentida de imágenes íntimas son mujeres, lo que evidencia que solo en el 10% de los casos son perjudicados los hombres. Sumado a eso, las identidades masculinas contamos con un menor riesgo de viralización sobre datos privados, y si se trasciende la recepción pública no es la misma.

¿Cómo pensar el rol de las masculinidades a través de este caso? ¿Cuál es la concepción que tenemos sobre la corporalidad de nuestros pares? ¿Dónde se considera la privacidad en un contexto de monetización y desdibujamiento de la privacidad?

Hay varias interpretaciones que se fueron dando a partir del caso, pero lo llamativo es que no se refleja una dimensión sobre la sanidad y materialidad del cuerpo. En términos generales, lo que se revela es una ausencia estructural: el cuidado como práctica vinculada a la sexualidad parece estar desplazado o deslegitimado en la masculinidad tradicional. Pero también en un plano afectivo, porque si se reconoce subjetivamente una orientación sexual distinta en varones que se autoperciben heterosexuales queda muchas veces reprimida o manifestada en cuatro paredes.

Este caso se viralizó a través de memes, stickers, parodias y contenidos generados con IA, amplificando discursos que tienden a estigmatizar las identidades que van configurando una narrativa en la que la corporalidad y la sexualidad se convierten en terreno de disputa, justamente porque lo que se pone en juego es el género. Si hubiese ocurrido en términos heterosexual, ¿la reacción habría sido la misma? Aunque hablamos de la difusión de imágenes como un hecho delictivo, son contadas las ocasiones en que el rol masculino es observado desde el otro lado de la vereda.



Lo que nos queda por consensuar —teniendo en cuenta la poca circulación de casos como este— son los discursos que vamos a dar sobre los sujetos en la filtración de material íntimo y la viralización de contenidos pornográficos. Porque aun no hemos podido construir una posición más crítica: muchos juicios de valor varían acorde según quienes son víctimas, si hombres, mujeres, disidencias, personas famosas o no, y se desconocen por completo de las alarmantes estadísticas que tenemos al día de hoy. 

¿Genera la misma repercusión el video de un varón en la intimidad con una disidencia que aquellos donde aparecen figuras públicamente conocidas como futbolistas o actores? 

Los varones debemos revisar cuál es nuestro vínculo con la intimidad. Aunque rara vez somos víctimas directas de estas violencias, sucede. Entonces, el foco debe desplazarse hacia los victimarios, hacia las formas en que entre varones se habilitan pactos de complicidad y gestos que desdibujan el cuidado sobre el otro. Esos victimarios son nuestros pares, son quienes pertenecen a nuestra cotidianeidad. Más allá del juicio delictivo o de las relaciones de poder, habría que pensar cuál es el sentido que construimos en un entramado masculinizado del que, de manera implícita o explícita, somos parte. ¿Tenemos límites entre nosotros mismos? ¿Cuáles son los bordes que no podemos percibir?

Diseño de portada: Taiel Dallochio



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