El primer libro maestro que un estudiante de Periodismo recibe en la facultad es Operación Masacre, de Rodolfo Walsh. Gran militante nacional y padre del género no-ficción, que trabajó sobre los hechos más cruciales de la militancia popular en los años 50, 60 y 70. Sin embargo, lo que poco circula en las narraciones sobre su labor es la figura de Enriqueta Muñiz, compañera en la investigación sobre la masacre de José León Suarez y autora del libro Historia de una investigación donde relata su investigación periodística en tiempos de clandestinidad y censura.
Cuando cursé los talleres de redacción periodística nos hicieron leer detenidamente el prólogo. Ahí, Rodolfo Walsh escribe: “Desde el principio está conmigo una muchacha que es periodista, se llama Enriqueta Muñiz, se juega entera. Es difícil hacerle justicia en unas pocas líneas. Simplemente quiero decir que en algún lugar de este libro escribo ‘hice’, ‘fui’, ‘descubrí’, debe entenderse ‘hicimos’, ‘fuimos’, ‘descubrimos’”.
Sin darnos aviso previo, la docente sacó el libro de Enriqueta y nos preguntó: ¿“Lo que saben de Walsh, ¿lo saben de ella?”. La cursada se había tornado un tanto porosa. De los 15 estudiantes, aún ya estando empachados de leer Operación Masacre, ninguno había reparado en esa parte. Era un tanto simple caer en prejuicios o acusaciones sobre la figura de Rodolfo Walsh cuando, en un análisis más amplio, la cuestión sobre la hipervisibilidad de los relatos masculinizados en la historia del periodismo y en los nuevos formatos más juveniles son disparejas en relación al rol femenino y disidente.
¿Cuáles son las lógicas que aún, luego de discusiones "saldadas", operan en los medios de comunicación? ¿Cuál es el espacio que sobreocupamos los varones? ¿Qué vínculo hay entre la concentración empresarial mediática y la centralización de los roles masculinos? ¿Es realmente una solución internet para democratizar las voces?
Según las estadísticas de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad, el 78% de las empresas de medios están dirigidas por varones. El dato resulta aún más que alarmante cuando en Argentina desde la década del setenta la concentración mediática fue extremadamente obscena sin dar pluralidad ni crecimiento a otros espacios. Sin embargo, una variedad de medios que se presentan como progresistas o disruptivos también demuestran una cierta lógica de autoridad masculina en sus editoriales diarias. Desde personalidades en la pantalla tradicional, hasta las programaciones continuas de streaming.

Hace unos días Juana Groisman fue tendencia en X por su sección “La escuelita de Jane” en el programa Escucho ofertas de Blender, junto Guille Aquino y otras personalidades del espacio. La escena fue polémica en las redes por la vestimenta de la periodista y su acting de maestra, acusando al medio de “sexista y cosificador”. Si bien los dichos no tuvieron mucha repercusión, la crítica fue parte de un eslabón hacia los canales de streaming que vienen siendo un punto de cuestionamiento.
La cosificación perpetrada por varones en los medios de comunicación es un hecho que pone en palabras la Ley N 26.485 bajo la categoría violencia mediática contra las mujeres. Desde el titular Una fanática de los boliches que abandonó la secundaria hasta los chistes de Ari Paluch en la Rock & Pop sobre el consumo de drogas y el abuso hacia las mujeres, son tipos de agresiones que se expresan de una manera naturalizada sin reparar o sancionar en el momento.
Aún así hay otras formas de desigualdad que se expresan en el campo mediático que son más normalizadas, como lo es la disparidad de voces. No obstante, los canales tradicionales siguen consolidados como los más consumidos a nivel nacional, con todo lo que eso implica: relatos tergiversados, voces socialmente construidas como la autoridad, reproducción de estereotipos de belleza frente a cámara, falta de federalismo, entre otras. Si bien existe un marco normativo sobre la equidad de género en los medios de comunicación, el cumplimiento es una acción que cuesta. Más aún cuando hay un vaciamiento de los programas de género y de comunicación alternativa. Es acá donde los medios populares y comunitarios apuestan a transformar las narrativas periodísticas con otra forma de producir, pero también de gestionar.
Otro dato alarmante según el informe reciente de SiPreBa es que solo el 12% de quienes trabajan en prensa en el AMBA tiene 30 años o menos. ¿Cuál es el horizonte que queda para los jóvenes periodistas, y más aún para las mujeres y disidencias, si los medios tradicionales apuestan siempre a las mismas personalidades? Todavía circula una supuesta idea de que internet vino a democratizar voces, pero no se repara en las operaciones algorítmicas ni sobre las nuevas construcciones de “la verdad” que llevan a la hiperinformación y en consecuencia a la desinformación. Los ejes de la virtualidad muchas veces llevan a ajustarse a las tendencias y a los nuevos formatos, pero siempre ganan los cuerpos y caras hegemónicas, aunque con los medios tradicionales ocurre lo mismo. ¿Será por eso que nos cuesta pensar en un periodismo distinto?
La redistribución de roles conlleva a ceder espacios de representación históricamente masculinizados, como lo es en el periodismo deportivo, pero también implica disputar otra línea editorial y otra perspectiva que no sea meramente una producción de varones. Insistir con fragmentar a los dueños de la verdad y la mesa chica del cuarto poder es también cuestionar los estereotipos masculinos. Debemos reponer aquella discusión que hace más de diez años había colmado la agenda y comprenderlo como un asunto público e interseccional. ¿Estamos dispuestos a dar una transformación horizontal y diversa aunque los dueños sean siempre los mismos?
Diseño de portada: Taiel Dallochio
