Son las 10 de la noche en el cuarto de Candela. La luz cálida del aro de led le ilumina la cara mientras repite por cuarta vez una coreo frente al espejo. Hace ya varias semanas que sus días se dividen entre la tarea y TikTok. Se la pasa scrolleando tres horas por día —como mínimo— y sin parar: looks para el finde, trends, tutoriales de maquillaje, vidas que parecen perfectas. Se detiene en un video. Una chica —demasiado delgada— baila con una mini y un top que deja ver una panza plana y unos abdominales marcados. Candela se mira al espejo. Suspira. Desliza el dedo. Otra más. Y otra. Y otra. Todas iguales. “Todas diosas” , piensa y sigue: “Yo no soy así”. Pero igual guarda el outfit en favoritos, “por las dudas”. Quiere estar al día. Quiere ser parte. Quiere gustar. Pero cada vez que apaga el celular, se queda con esa sensación molesta, como un nudo en la panza. Como si nunca alcanzara.
Hace unos meses un trend de TikTok sobre la “complexión media” se volvió viral entre sus usuarias. Con frases como “ni gorda, ni flaca, complexión media” o “cuando las complexiones medias nos ponemos de moda”, muchas compartieron sus cuerpos con cierto orgullo. Pero, ¿qué hay detrás de esta aparente aceptación? ¿Estamos realmente rompiendo con los estándares de belleza o simplemente reformulándolos para que sigan excluyendo a muchos otros cuerpos?
“Me pongo a pensar qué tienen ellas que yo no”, confiesa Ana, de 17 años, a través de una encuesta realizada a personas entre 13 y 25 años. Paula, de 20, asume que cada vez que se comparaba con las personas que aparecían en esos videos, decidía empezar dietas y hasta llegó a no comer. Clara, con solo 14 años, cuenta que empezó a tener pensamientos obsesivos por las redes sociales. ¿Hasta qué punto se pone en riesgo nuestra salud física y mental por lo que consumimos en las aplicaciones?
“Dejé de seguir a gente que promovía estándares de cuerpos o conductas con las que no estoy de acuerdo y sigo a varias influencers que tienen un cuerpo más parecido al mío u otra mirada sobre la moda”, comparte Guadalupe, de 22 años. Sin embargo, eso no siempre alcanza: “Trato de no compararme, pero siendo alguien que no tiene un cuerpo hegemónico, a veces es difícil. Encuentro outfits en Pinterest o en chicas que sigo en Instagram o TikTok y cuando los quiero imitar no me queda como a ellas, o no hay de mi talle. Me frustro”.
Mariana Vázquez es médica pediatra egresada de la UBA y tiene un posgrado en Clínica Pediátrica. En diálogo con Feminacida, asegura que muchas mujeres ven la delgadez como sinónimo de belleza, éxito y como un modelo a seguir. El problema se profundiza cuando son adolescentes las usuarias que consumen este tipo de contenido, personas que están atravesando una etapa en la que, al estar formando su subjetividad, son muy permeables a la mirada del otro.
Si no llegan a ese estándar, sienten que no gustan, que no son lindas, que no son aceptadas. Vázquez afirma que detrás de estos trends —como el de la “complexión media”— los videos promueven una aparente “normalidad”, cuando en realidad muestran cuerpos muy delgados. No es el ideal, pero lo venden como si lo fuera.

Seguimos hablando de mandatos
Mía Martínez es estudiante de Nutrición e influencer argentina reconocida por su creatividad en redes sociales. Con más de 200 mil seguidores en Instagram, comparte contenido que abarca desde viajes y recetas saludables hasta reflexiones personales. “Todos los días siento presión por entrar en un estándar de belleza para formar parte de las redes. Empecé siendo modelo, algo que no busqué, y una de las razones por las que detesto ese mundo es la presión constante de cuidarte desde la punta del pelo. Aunque nadie te lo diga directamente: si no lo hacés, no te eligen”, manifiesta en diálogo con Feminacida.
“Si no tenés este cuerpo, este tipo de pelo, si no cumplís con lo que está de moda, probablemente te critiquen. Queremos decir que no hace falta cumplir con todo eso, pero lamentablemente sí. Quienes cumplen con esos factores posiblemente tienen mucho más éxito”, asume.
Sin embargo, no todas las creadoras de contenido promueven ese ideal. Algunas usan sus plataformas para hablar de estas problemáticas y generar conciencia. Tal es el caso de Mía Baccanelli, conocida en redes como @miukidelapipol. Activista y licenciada en Comunicación, promueve la diversidad corporal desde sus perfiles de Instagram y TikTok. Ella afirma que en estos trends siempre hay una comparación, un binarismo: sos flaca o sos gorda. Allí no hay espacio para hablar de los cuerpos desde la salud o desde el disfrute.
“No sé si la culpa es solo de las redes sociales. Creo que el cambio tiene que ser más profundo, social, desde la educación y desde cómo nos relacionamos con el cuerpo”, señala Baccanelli.
“No creo que se deba cambiar lo que consumimos, sino cómo lo vemos. Las redes son lo que queremos mostrar, no nuestra identidad entera. Nadie es como se muestra. El otro tiene más cosas en común con nosotros de lo que creemos”, afirma Tomás de 20 años, también participante de la encuesta.
Entonces, ¿por qué se naturalizan las tendencias que nacen y se viralizan en el mundo digital?
Martínez cree que los medios tradicionales recién se hacen eco de estas cuestiones cuando ocurre algo grave. “Tienen que pasar cosas extremas para que se hable del tema, como pasó con la serie Adolescencia y el impacto de las redes”. Baccanelli opina algo similar, considera que los medios siguen la moda: “En un momento hubo un boom de hablar de diversidad corporal, las marcas mostraban cuerpos diversos. Ahora volvemos a lo de antes: chicas flacas, talla 0, talla 1”.
Encima, las aplicaciones refuerzan esa búsqueda de perfección. TikTok sigue teniendo filtros que modifican los rasgos para ajustarse a lo hegemónico. En este escenario, la regulación de contenidos es una exigencia de larga data. “Sobre todo pensando en las infancias. Recuerdo haber trabajado en un colegio donde nenas de 10 años ya se acomplejaban con sus cuerpos por lo que veían en la aplicación. En Instagram, por ejemplo, se eliminaron algunos filtros que cambiaban la cara. TikTok debería ir en ese camino”, expresa Baccanelli.
De todas maneras, quienes promueven la “autoaceptación”, a veces sienten que el mensaje queda atrapado en una contradicción. “Es raro que se hable de aceptar a todos como son, pero que sea súper normalizado operarte para seguir un estándar de belleza”, reflexiona Malena, de 20 años. “Acepto todo, pero cuando lo pensás… no cierra. Lo mismo con el maquillaje diario, puede verse como una forma de expresión, pero muchas veces te acerca al ideal”.
Desde la perspectiva de la salud, Vázquez considera clave hablar de estas cuestiones en casa. Fomentar el diálogo en tiempos de pantallas y aislamiento se vuelve clave. “En mi consultorio hablo mucho sobre alimentación saludable, actividad física y la importancia de entender que cada uno tiene el cuerpo que le corresponde. Nadie debe parecerse al otro. Hay que preservar la salud física y emocional por encima de la moda”, manifiesta.
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¿Qué onda con la regulación de las plataformas?
“La plataforma TikTok no quiere cuidar. Es una plataforma de entretenimiento. Entonces, delegar la crianza en ellos no está bien”, explica Milagros Schroder, coordinadora de Educación en Faro Digital.
Para Schroder, esperar que las grandes plataformas protejan a chicos y chicas es un error. Lo que sí deben garantizar son ciertas herramientas de seguridad, pero nunca el cuidado real. “No le puedo pedir a una chica de 14 años que se cuide a ella misma si yo no la estoy cuidando”, sostiene.
Desde Faro Digital insisten en la idea de una ciudadanía digital, que significa trasladar los cuidados de la vida cotidiana a los entornos online, reconociendo a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos también en internet. Sin embargo, esos entornos no fueron diseñados para ellos: “En general, son espacios creados por adultos para adultos, donde sabemos que están los chicos, y donde circulan discursos que pueden ser muy nocivos”.
En ese contexto, la coordinadora llama a perder la ingenuidad y preguntarse qué plataformas usan, a quiénes siguen, qué discursos ven y cuáles quedan afuera. “Así como les preguntamos cómo les fue en la escuela o en el club, necesitamos hacerlo sobre internet”, explica y subraya que el acompañamiento adulto no implica prohibir, sino regular de manera integral, tomando en cuenta cantidad, calidad y contexto de uso. Los datos de la encuesta Kids Online, de Unicef, refuerzan la idea: a mayor acompañamiento, menor percepción de riesgo y menos exposición a vulnerabilidades.
Además, afirma que la mayoría de los chicos y chicas acceden a su primer dispositivo propio a los 9 o 10 años, cuando ya empiezan a abrir cuentas en redes sociales que se suponen habilitadas a partir de los 13. Muchas familias incluso ayudan a “falsear” la edad como una forma de cuidado, lo que a la larga los expone aún más.
Para Schroder, las plataformas tienen intereses muy claros: convertir a cada usuario en un perfil consumidor. De ahí que las políticas de seguridad sean limitadas, globales y poco ajustadas a la realidad local. “No es que haya demasiadas intenciones puestas en regular. Lo que sí podemos hacer es aprovechar lo que ofrecen, pero sabiendo que es insuficiente”, advierte.
En definitiva, lo que se puede esperar de las grandes plataformas no es que se ocupen del cuidado, sino que brinden herramientas mínimas. La responsabilidad recae en familias, docentes y en la sociedad en su conjunto, con presencia, regulación y educación digital crítica para acompañar a las infancias y adolescencias.